La épica de Madrid

Madrid tiene su épica, faltaría más, pero gracias a Dios y también a Joaquín Leguina es una épica inofensiva, integradora, apoyada en una historia que une y no en una que separa. Diríamos que es una épica modesta, funcional e incluyente, con la que muchos madrileños nos sentimos cómodos.

Joaquín Leguina representa el mejor perfil del socialista ilustrado veterotestamentario: político dialogante, escritor inspirado (en ficción y ensayo) y persona de buen carácter y fino sentido del humor. Todas estas cualidades creo que influyeron en una concepción política, la del minimalismo identitario aplicada a la Comunidad de Madrid, de la que fue presidente durante los 12 primeros años de su existencia, que los madrileños le tenemos que agradecer. Como tenemos que agradecer a sus sucesores, muy particularmente a Alberto Ruiz-Gallardón y a Esperanza Aguirre, que mantuvieran ese minimalismo y al mismo tiempo diseñaran y pusieran en práctica políticas económicas, fiscales y sociales pragmáticas y eficaces que han hecho de esta Comunidad Autónoma una de las más prósperas, dinámicas y atractivas de España.

La épica de MadridLlamo minimalismo identitario a una concepción política a contracorriente de la marea que empujó a buena parte de las Comunidades Autónomas nacidas al amparo del Título VIII de la Constitución a buscar desesperadamente elementos de identidad –hechos diferenciales en la parla de la época– que perfilaran su singularidad y le otorgaran –supuestamente- cohesión interna y fortaleza externa frente a las demás.

Madrid decidió que su hecho diferencial era no ser diferente y su orgullo de pertenencia era el de pertenecer a todos los que a ella se acercaran. Ello se refleja claramente en las decisiones sobre los símbolos. Así, se estableció una bandera inventada a la que nos hemos acostumbrado, pero que no está llamada a emocionarnos ni a enardecernos. Pero donde se llevó esa voluntad de hacer de la indiferencia la diferencia fue en el himno regional. Agustín García Calvo (letra) y Pablo Solozábal Serrano (música) optaron por una clave decididamente transgresora, repleta de humor, en la que es el «ente autónomo» (sic) quien se canta a sí mismo en primera persona, con ánimo autoparódico tan explícito como el que reflejan estos versos: «Yo soy el ente autónomo último, el puro y sincero. ¡Viva mi dueño, que sólo por ser algo soy madrileño!». Es una pena que, casi 40 años más tarde, los madrileños desconozcamos en nuestra inmensa mayoría este himno. Pena por el talento ignorado, pero al mismo tiempo muestra muy expresiva de que los madrileños no reclamamos emociones identitarias, ni fuertes ni débiles.

En realidad, el único gesto con una cierta carga histórica que se incorporó a la simbología regional fue marcar el 2 de mayo como Día de la Comunidad. Ese día de 1808 los alcaldes de Móstoles Andrés Torrejón y Simón Hernández firmaron el bando que ha sido llamado de la independencia. En él se insta a la resistencia frente al solapado invasor en estos términos: «Somos españoles y es necesario que muramos por el rey y por la patria». «Somos españoles», he ahí la seña de identidad en que los alcaldes basaban su llamamiento, como anticipándose a esa condición de crisol o de rompeolas que con el tiempo se convertiría en su principal seña de identidad.

A Madrid se viene en abundancia (nuestra población registra, tras la de Baleares, el mayor crecimiento relativo debido a su saldo migratorio en los últimos 30 años) y se viene de todas partes: poco más de la mitad (56%) de quienes estamos censados nacimos aquí; el resto se divide casi por igual entre nacidos en otras Comunidades (24%) y en el extranjero (20%).

¿Por qué vienen? Vienen porque saben o les han contado que aquí se cuestiona mucho menos que en otros sitios el que vengan, que este es un entorno no sólo no hostil, sino decididamente acogedor para el que llega. ¿A qué vienen? Vienen a buscar una vida mejor, un trabajo que les permita conseguirla y un futuro para sus hijos.

Dicho de otra forma, quienes vienen a vivir con y entre nosotros quiero creer que lo hacen porque aquí el nosotros está garantizado de entrada. En Madrid no hay maketos ni xarnegos. Por no haber, casi no hay forasteros, aunque haya muchos. Un ejemplo: desde la restauración de la democracia municipal (1979) hasta la llegada al Ayuntamiento de Alberto Ruiz-Gallardón en 2003 ninguno de los cuatro alcaldes precedentes (Tierno, Barranco, Rodríguez-Sahagún y Álvarez del Manzano) había nacido aquí. Tampoco lo habían hecho los mencionados autores del himno ni los diseñadores de la bandera (Santiago Amón y José María Cruz Novillo). Ni, ya puestos, el propio Joaquín Leguina. Todos los consideramos con tantos títulos de madrileñismo como el que más. Y si hablamos de quienes vienen del extranjero, quienes hemos vivido en metrópolis de otros países sabemos bien que en ellas se ven con mucha mayor frecuencia que en la nuestra ejemplos de xenofobia, de racismo o de ambos.

Y luego tenemos la leyenda del dumping fiscal. Madrid tiene impuestos bajos en términos comparativos con otras Comunidades cuyos ciudadanos están sujetos a una mayor carga fiscal, porque dentro de su ámbito de decisión fiscal así lo han decidido sus gobiernos regionales. En un Estado compuesto como el nuestro cada Comunidad puede decidir dentro de unos límites sobre la carga fiscal que impone en impuestos cedidos total o parcialmente. Así, en Madrid se soporta un peso fiscal autonómico algo más bajo en IRPF porque los tipos son más bajos y un peso mucho más bajo (inexistente en el caso del Impuesto de Patrimonio) en impuestos en los que la Comunidad Autónoma puede desgravar y bonificar (además de Patrimonio, Sucesiones y Actos Jurídicos Documentados). Esa es una opción política perfectamente legítima, tan legítima como sería que un Gobierno regional de otro signo decidiera subir los tipos autonómicos y/o reducir o eliminar desgravaciones y bonificaciones.

Lo que es completamente ilegítimo, tramposo e inmoral es lo que –de forma sibilina– está planeando el Ejecutivo central: cambiar la legislación fiscal para poner límites («armonizar» lo llaman) a la capacidad de las CC.AA. de acomodar los impuestos cedidos a sus necesidades o a sus opciones fiscales. En román paladino: imponer a Madrid mayor carga fiscal a través del establecimiento de límites a sus tipos impositivos, a sus bonificaciones y a sus desgravaciones.

Y creo que es inmoral por una doble razón. La primera y más obvia, porque crea una especie de derecho fiscal de enemigo mediante el cual se utiliza ad hoc la iniciativa normativa para castigar al adversario político. Pero la segunda, menos obvia y no menos grave, es que se hace aún más profunda la asimetría entre responsabilidad y rendición de cuentas. Si a una Comunidad Autónoma se le niega el derecho a modular la carga fiscal, a sus ciudadanos se les priva del derecho a decidir a juzgar por sí mismos la eficiencia de cada opción de política fiscal.

Por todo ello, cuando asistimos a una campaña en que las tres izquierdas se empeñan en presentar un retrato de la Comunidad según el cual el sostenido predominio electoral del centroderecha ha creado un Madrid donde se concitan todos los horrores: nacionalismo y supremacismo excluyentes, xenofobia, homofobia, intransigencia, insolidaridad fiscal y lo que quieran, algunos –tomando prestada la neolengua de la ministra Celaá– nos preguntamos: «¿De qué lejos vienen ustedes?».

Todo es opinable, pero un poco de respeto a los hechos incluso en campaña electoral parece que no estaría de más. Y ese respeto a los hechos casa mal con el relato manipulado de la Comunidad de los horrores o las trampas dialécticas sobre los impuestos. En su último –y a mi juicio no muy logrado– ensayo, Anne Appelbaum incluye sin embargo, una píldora genial: «La gente siempre ha tenido opiniones distintas. Ahora tiene hechos distintos». Veremos qué hechos prevalecen el 4 de mayo.

José Ignacio Wert fue ministro de Educación, Cultura y Deporte. Su último libro es Los años de Rajoy. La política de la crisis y la crisis de la política (Almuzara, 2020).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *