La negativa del Consejo de Medios húngaro en septiembre pasado a renovar la licencia de radiodifusión de Klubradio, la última estación de radio opositora en el país, no sorprendió a nadie. El Consejo no se molestó en demostrar sus afirmaciones sobre las reiteradas infracciones de Klubradio a las leyes de medios... y nadie esperaba que lo hiciera. Este es simplemente el último episodio de la prolongada campaña del gobierno húngaro contra los medios independientes.
La arremetida comenzó inmediatamente después de la elección general de 2010, cuando el primer ministro Viktor Orbán y su partido de derecha, Fidesz, regresaron al poder. El gobierno adoptó inmediatamente un cúmulo de leyes para imponer nuevas restricciones a los medios y decidió que el Consejo de Medios, cuyo personal le es fiel, debía asegurar su cumplimiento. En aproximadamente un año desplazaron a todos los periodistas independientes que trabajaban en los medios públicos y la emisora pública se convirtió en portavoz del gobierno.
Desde entonces, el Fidesz intensificó continuamente su control de los medios húngaros. A través de un puñado de oligarcas que lo apoyan, el partido logró controlar las principales estaciones de televisión y radio, portales de noticias y medios impresos. A fines de 2018, los oligarcas alineados con Orbán establecieron la Fundación de Prensa y Medios de Europa Central, un grupo empresarial compuesto actualmente por unas 500 organizaciones de medios.
El efecto de esa centralización en la propiedad y control de los medios —que no ocurría desde la era comunista pre-1989— fue profundo. El verano pasado despidieron por obvios motivos políticos al editor en jefe de Index, el portal de noticias líder en Hungría, lo que generó un éxodo masivo de periodistas que renunciaron en protesta.
Lo que alguna vez pudo ser desestimado como un experimento aislado de un régimen cada vez más autocrático se convirtió en un programa integral de captura de medios (un término utilizado para describir niveles extremos de control por las autoridades gubernamentales, confabuladas con poderosos intereses comerciales). El enfoque mediático de Orbán se convirtió en fuente de inspiración para los oligarcas y gobiernos autocráticos en todo el mundo; especialmente en Europa, el modelo húngaro se replica a un ritmo frenético.
Por ejemplo, la empresa estatal Serbia Telekom Srbija utilizó el dinero de los contribuyentes para adquirir empresas de medios y canales de televisión independientes —entre ellos, PRVA TV y O2— y transformarlos en medios progubernamentales. En Polonia, el partido oficialista de derecha Ley y Justicia (PiS), llamó abiertamente a la «repolonización» de los medios del país. A tal fin, PKN Orlen, una empresa petrolera, adquirió recientemente Polska Press, la editorial alemana de 20 diarios y casi 120 publicaciones semanales.
Por otra parte, los propios oligarcas húngaros se expandieron hacia varios países en la región occidental de los Balcanes. El Grupo TV2, del banquero József Vida, ahora controla el popular canal esloveno Planet TV; y a esa adquisición la siguieron una serie de inversiones de oligarcas húngaros en medios de derecha eslovenos y macedonios. Desde hace mucho tiempo Orbán apoya al primer ministro de extrema derecha esloveno, Janez Jansa, y en 2018 ofreció asilo político al ex primer ministro macedonio Nikola Gruevski, que había huido de su país para evitar una sentencia de dos años y medio por corrupción.
Finalmente, en octubre pasado, el grupo financiero de Petr Kellner, PPF, compró Central European Media Enterprises, una emisora que opera en cinco países de Europa Central y Oriental. Aunque Kellner se comprometió a respetar la independencia editorial de CME, los críticos cuestionan su compromiso a la luz de lo ocurrido en otros medios que pasaron a manos de oligarcas en el mercado checo. Por ejemplo, los medios adquiridos previamente por las empresas del primer ministro checo Andrej Babiš’s orientaron la cobertura editorial hacia sus propios intereses, a pesar de haber prometido que respetarían su independencia.
La captura de medios no se limita a Europa. A través de una combinación de adquisiciones forzosas y medidas regulatorias, el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan dejó la mayor parte de los medios prominentes de su país bajo el control de oligarcas leales; en Egipto, el presidente Abdel Fattah al-Sisi lanzó su segunda presidencia en 2018 reestructurando los medios para asegurarse de que respondieran a su gobierno; y durante los últimos diez años, el presidente nicaragüense Daniel Ortega se apropió de la mayoría de los medios a través de organismos estatales y miembros de su familia, con una estrategia orquestada por su esposa, Murillo.
Independientemente de la forma que asuma —sisificación, orbanización o repolonización—, la captura de medios está ahogando al periodismo en los países afectados y hace que para sus ciudadanos resulte cada vez más difícil acceder a información objetiva. Cuando no se eliminó completamente al periodismo independiente, se lo desplazó de los lugares centrales. Aunque todavía existen unos pocos medios que funcionan sin influencia del gobierno en Hungría, son demasiado pequeños como para contrarrestar la masiva maquinaria propagandística del régimen.
Además, cuando la captura de medios llega al nivel que alcanzó en Hungría, los medios independientes que quedan deben ser muy cuidadosos. Ese fue ciertamente el caso de RTL Klub, una popular emisora televisiva perteneciente al conglomerado de medios alemán Bertels, que perdió ingresos debido a las disposiciones legales que adoptó el gobierno húngaro en 2014.
Aunque combatir la captura de medios es una tarea ardua, hay al menos algunas soluciones parciales disponibles. Una es reformar el financiamiento de los medios públicos; sin embargo, probablemente se trate del enfoque más difícil, porque apunta al mecanismo central a través del cual los propios autócratas suelen controlar los medios. Una segunda opción es aumentar la participación en el financiamiento de otros donantes, como fundaciones privadas, emprendedores o filántropos (que muchos casos ya apoyan a medios independientes). Finalmente, con su desproporcionada influencia sobre el ecosistema de medios actual, se podría presionar a los gigantes tecnológicos para que eleven, protejan o privilegien de algún modo al periodismo independiente en sus plataformas.
Sin una respuesta firme, la epidemia de captura de medios continuará difundiéndose. Mientras lo haga, ningún país estará a salvo de esa amenaza.
Marius Dragomir is Director of the Center for Media, Data, and Society at Central European University, and managed the research and policy portfolio of the Program on Independent Journalism in London.