La era de la oportunidad: la transición energética es positiva para la ciudadanía

El mundo tiene puestos sus ojos en la COP27 de Egipto. Es comprensible, dado que las noticias relacionadas con el cambio climático se suceden de forma cada vez más vertiginosa. El verano de 2022 ha sido el más largo y el más caluroso, según la Aemet, y toda España ha sufrido las terribles temperaturas de las olas de calor en sus propias carnes. Un año dramático en incendios forestales, con 300.000 hectáreas afectadas (el triple de la media), cuatro fallecidos, 30.000 personas desalojadas, afecciones a espacios de alto valor ambiental y a la población rural. Las llamas son la punta del iceberg de las olas de calor y sequías agravadas por el cambio climático. A ello se suman los impactos en otras partes del mundo, como los últimos ciclones que han azotado diferentes puntos de América o las trágicas inundaciones de Pakistán, que han obligado a abandonar sus casas a 30 millones de personas. El estudio de The Lancet Countdown publicado hace unos días muestra cómo el uso de combustibles fósiles (principal causa del cambio climático) afecta a nuestro bienestar, a nuestra salud y provoca cada vez mayores cifras de muertos. El último estudio de la Organización Mundial de Meteorología muestra que la concentración de gases de efecto invernadero ha seguido aumentando en 2021 y 2022, alcanzando un nuevo máximo de 420,99 ppm de CO2 en 2022. Por último, el estudio de Naciones Unidas sobre las emisiones de gases de efecto invernadero indica que se tiene que multiplicar la reducción de emisiones de efecto invernadero por cinco en todo el mundo, lo que en España, que emitimos por encima de la media mundial, implica una reducción de cerca de 10 veces.

Ante este tremendo alud de noticias y datos, se corre el riesgo de provocar una parálisis en ciertas personas y una profunda ecoansiedad en otras, dada la gravedad de la situación y la aparente dificultad para hacerle frente. A ello contribuye el discurso todavía muy generalizado según el cual la respuesta climática requiere sacrificios por parte de la ciudadanía y grandes costes para la sociedad. Los nuevos negacionistas del cambio climático (que ya no pueden negar la evidencia del mismo) extienden la idea de que es imposible pararlo o de que llegamos demasiado tarde, con la intención de que no se tomen las medidas necesarias y retardar el urgente cambio que necesitamos.

Como se extrae de las conclusiones del último informe del IPCC (el panel internacional de investigación sobre el cambio climático de la ONU), es urgente informar y convencer de que todavía estamos a tiempo de frenar las peores consecuencias del cambio climático, de que cada esfuerzo cuenta y tiene consecuencias positivas, y de la necesidad de actuar de forma urgente y decidida. Junto a ello, es importante remarcar que la respuesta climática tendrá más beneficios que sacrificios: vidas dignas de ser vividas, ciudades más habitables y pueblos menos vulnerables, ambientes y personas más sanas, enriquecer nuestra vida social en lugar de individualizarla, una naturaleza más protegida, diversa y atractiva; permitirá aumentar la democracia, la equidad, la autonomía y la soberanía energética y alimentaria de la ciudadanía, por no hablar del ahorro millonario del coste de los impactos. Es el momento de la reducción y la redistribución justa. Por ejemplo, en concreto en España, un sistema energético 100% renovable en manos de las personas conllevará un ahorro económico tremendo en la balanza económica exterior y en los costes de la energía, lo que tiene que repercutir en nuestros bolsillos, además de un aumento del empleo en el sector energético, redistribución del poder y la riqueza y una mejora de la salud. Hay que visibilizar el conjunto tan amplio de alternativas que existen y los beneficios que conllevan. Greenpeace ya demostró que es posible un sistema energético 100% renovable en España y reducir hasta un 55% la energía total consumida, incluyendo propuestas concretas para conseguirlo.

De cualquier forma, la responsabilidad no puede recaer únicamente en la ciudadanía: las responsabilidades son asimétricas y, por tanto, es absolutamente imprescindible que las administraciones públicas y las empresas lideren los cambios que les tocan de camino a una transformación radical del modelo socioeconómico. En la transición energética, por ejemplo, impulsando programas que mejoren el aislamiento de los edificios (empezando por los más antiguos y por las familias más vulnerables), una medida que aumenta claramente la calidad de vida (mayor confort térmico, menor coste económico por menor gasto energético). También tienen que liderar los cambios en el transporte de personas y mercancías, potenciando el tren, el transporte público, la movilidad activa (carriles bici, peatonalización); mejorar el urbanismo para hacer núcleos urbanos más verdes y habitables, como el modelo de ciudad de 15 minutos, y reducir el transporte más contaminante, como el avión. Empresas y administraciones públicas tienen gran responsabilidad en la mejora del ahorro y eficiencia energética en la industria, así como cambios en la agricultura y la alimentación, para reducir sus emisiones y hacerla más saludable para las personas y para el planeta.

Para llevar a cabo los cambios que necesitamos para acelerar la transición energética y construir futuros alternativos es esencial mejorar el espacio democrático, defenderlo y proponer fórmulas para cuidar nuestro planeta que a la vez mejoren la calidad de vida de la mayoría de la población mundial. Necesitamos una mayor participación de la ciudadanía en el necesario desarrollo de las energías renovables, y que esta implantación se haga de manera planificada, ordenada, generando zonas de exclusión en áreas protegidas por valores medioambientales y culturales y convirtiéndose en un motor de desarrollo y de revitalización para el mundo rural.

Sabemos, por tanto, los cambios que necesitamos; sabemos que es posible hacerlos y sabemos que, además de frenar el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y reducir la brecha de desigualdades, conllevarán otros múltiples beneficios para la sociedad. Es cierto que estos cambios necesitarán también de profundos cambios culturales, sobre todo en los países del norte global, hacia una mayor autolimitación en el consumo y el uso de materiales y energía, que a su vez pueden enriquecer nuestra vidas dando mayor importancia a valores intangibles como nuestra felicidad, el arte, la cultura y el apoyo mutuo.

Por ello, Greenpeace, en este momento crítico, se ha lanzado a la calle en pueblos y ciudades con la campaña Renovables en tus manos YA para estar codo con codo con la ciudadanía, acercándole las soluciones ya disponibles y movilizando a la sociedad para que pueda utilizar las herramientas a su alcance: las energías renovables promovidas por comunidades energéticas, el autoconsumo, el ahorro energético, la agroecología, la movilidad sostenible y la gestión forestal; así como para exigir juntos a las administraciones medidas que aceleren y faciliten el tránsito hacia un sistema energético 100% renovable, eficiente, justo y, sobre todo, democrático.

Y del territorio a la COP27, construimos un nuevo puente con la gobernanza global, concluyendo este texto con una llamada a la urgencia: necesitamos acelerar por 10 los esfuerzos de transición energética si queremos evitar las peores consecuencias del cambio climático y mantenernos en línea con el Acuerdo de París de no aumentar la temperatura global más de 1,5ºC. El IPCC ha calculado que la cantidad total total de gases de efecto invernadero que se pueden emitir a la atmósfera para llegar a este objetivo a nivel global es de 400 gigatoneladas de CO2 equivalente (GtCO2), mientras que el estudio del The Air Pollution & Climate Secretariat estima que la cantidad que le corresponde a España es de 2,1 GtCO2 entre los años 2020 y 2050. Sólo entre 2020 y 2022 ya hemos emitido 0,85 GtCO2 (según los datos del Gobierno). Es decir, en los tres primeros años, hemos consumido un 40% de la cantidad que podemos emitir hasta 2050. Para cumplir el Acuerdo de París, por tanto, España debería comenzar a reducir sus emisiones un 16% en 2023 con respecto a 2022. La magnitud de la reducción necesaria llama la atención si se compara con el 5% de incremento que hubo en 2021 frente a 2020 o con el 12,5% de descenso de emisiones que conseguimos el año de la pandemia (2020 frente a 2019).

El papel del presidente Sánchez en la COP27 en Egipto no puede limitarse al discurso en la ceremonia de apertura. Debe dar instrucciones a la delegación española en la cumbre, que dirige la vicepresidenta Ribera, para que escuche la voz de quienes más sufren y van a sufrir las consecuencias del cambio climático y muestre disposición a asumir mayores compromisos, desde la responsabilidad histórica acumulada, para financiar las pérdidas y los daños derivados del cambio climático, más la necesaria adaptación a sus consecuencias. Todo ello junto con la necesaria aceleración de la transición energética que nos aleje de la dependencia de los combustibles fósiles, evitando así que el grave problema ya desencadenado siga yendo a más. La COP27, con todos sus peros, debe ser la cumbre de la justicia climática.

Sin olvidar la siguiente cita con la Tierra, la 15ª Cumbre Internacional del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CBD, en sus siglas en inglés), que se llevará a cabo del 7 al 19 diciembre en Montreal (Canadá). Una cumbre que aún carece de la atención y de la apropiación política necesarias. Ambas cumbres se relacionan entre sí y deberían ir de la mano: no se nos puede olvidar la naturaleza, que nos sostiene siempre y, especialmente, en este momento de transición.

Es ahora, es el momento: tenemos como sociedad una oportunidad para exigir soluciones reales y no más parches, más de lo mismo; para hablar de cómo la energía cambia el sistema, cambia el planeta y cambia vidas, pues la energía que ahora alimenta la guerra, la crisis climática y social, cuando es sostenible y para la gente es la que puede generar paz y beneficios sociales y ambientales de incalculable valor para todas.

Eva Saldaña es directora ejecutiva de Greenpeace España.

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