La era de la responsabilidad

El presidente Obama, en la entrevista en profundidad mantenida con el periodista Jeffrey Goldberg y publicada en la revista The Atlantic este mes de abril, se ha referido al cambio climático de manera inusualmente grave. Si no es reconducido, afirma, “representará una amenaza existencial para el mundo”. El pasado 22 de abril se ha abierto en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York el proceso de ratificación del Acuerdo de París. Más de 170 gobiernos han participado en el evento presidido por el Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, lo que permite vislumbrar la posibilidad de que el Acuerdo quede formalmente ratificado antes de un año (se precisa que un mínimo de 55 países, responsables de, al menos, el 55 por cien de las emisiones totales, entreguen sus documentos formales a las NN.UU). Tras la ratificación, su aplicación práctica comenzará el año 2021, tras finalizar la vigencia del Protocolo de Kioto II.

El Acuerdo de París significa un paso importante en la buena dirección. Ofrece unas bases sólidas desde las que avanzar en los próximos años. Su principal limitación es que las medidas de mitigación de las emisiones las deciden los gobiernos nacionales respectivos, sin que exista un poder normativo internacional o transnacional que les obligue a ello. Sin embargo, hay que recordar que esa vía ya se intentó con el Protocolo de Kioto y apenas tuvo recorrido. Ni China ni Estados Unidos han estado nunca dispuestos a aceptar mandatos de mitigación de sus emisiones procedentes de una autoridad externa a sus propios gobiernos. Esa es la realidad. Partiendo de ahí, lo logrado en París es importante. Si los planes de mitigación presentados por 189 gobiernos nacionales ante las Naciones Unidas se llevan a cabo de forma satisfactoria, la trayectoria de las emisiones conocerá una importante modificación respecto a la que ha prevalecido entre 1990 y 2015. La nueva trayectoria conducirá a un incremento de la temperatura media de la atmósfera a finales de este siglo de 2,7ºC, en lugar de los 4,5ºC a la que conducía la anterior. El objetivo formulado por la comunidad internacional en París, limitar el incremento a 1,5-2ºC, implica alcanzar el pico de emisiones hacia 2020 y, a partir de ese momento, disminuirlas de forma continuada y significativa hasta mediados de siglo. En otras palabras, requiere la descarbonización masiva de la economía mundial entre 2016 y 2050.

Una vez que el Acuerdo entre en vigor la mayor incertidumbre para su consolidación se deriva del proceso político de los Estados Unidos. Si el próximo presidente fuese un candidato clima-escéptico del Partido Republicano, el futuro del mismo se debilitaría de forma notable, si bien no tendría que suponer su final. Si ese fuese el escenario de referencia mi recomendación a los decisores políticos sería que Europa y China mantuviesen su pleno apoyo al Acuerdo y desplegasen sus recursos diplomáticos para conseguir que otros actores importantes del sistema internacional – Rusia, India, Japón, Brasil, Canadá, Australia…- hiciesen lo mismo. En esas circunstancias, antes o después el gobierno de Estados Unidos tendría que regresar a una política climática multilateral constructiva.

El desarrollo del Acuerdo es el aspecto más complejo y delicado. Los actuales planes nacionales de mitigación se quedan lejos de garantizar una trayectoria de las emisiones compatible con la preservación del umbral de seguridad de los 2ºC (mucho menos de 1,5ºC). El informe presentado por las Naciones Unidas a la cumbre del clima de París cuantificó la brecha que existirá en el año 2030 entre lo comprometido por los gobiernos y lo que demanda la ciencia del clima en 12 Gigatoneladas de CO2 equivalente, una cantidad similar a las actuales emisiones de los Estados Unidos. Además, en el año 2018, el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), presentará, a demanda de los firmantes del Acuerdo, un informe especial sobre las condiciones requeridas para conseguir el objetivo de los 1,5ºC ya que hasta ahora sus informes tenían como referencia el umbral de seguridad de los 2ºC.

La trayectoria energética de India en los próximos 15 años será otro elemento crucial. Sus actuales emisiones de gases de efecto invernadero equivalen a las de China hace 25 años. Mientras que las emisiones per cápita chinas ya se han igualado a las de la Unión Europea, las de la India son la tercera parte de las europeas y la sexta parte de las de Estados Unidos. Cuenta, además, con importantes reservas de carbón y cientos de millones de personas muy pobres sin acceso a la electricidad. En consecuencia, la tentación de reproducir el modelo de China de los últimos 20 años basado en el uso masivo de carbón para generar energía eléctrica, va a ser incesante y poderosa. No es casualidad que, tras presentarse las conclusiones de la cumbre de París, altos oficiales del departamento de industria reafirmasen la voluntad de mantener sus planes energéticos basados en el carbón. Si un país que se encamina hacia los 1500 millones de personas en el año 2030 sitúa en el centro de su modelo energético el consumo masivo de carbón, el umbral de seguridad de los 1.5-2ºC será inalcanzable. La experiencia de China enseña que si un gigante demográfico basa su desarrollo energético en el consumo masivo de carbón, los esfuerzos de mitigación de emisiones del resto de países quedan en gran medida “anulados”. Entre 1990 y 2012 las emisiones anuales totales se incrementaron el 40 por cien, una cantidad muy superior a la que preveían los modelos de emisiones más pesimistas elaborados en los años noventa, y la causa principal fue el consumo masivo de carbón en el que China basó su despegue económico-industrial. En consecuencia, la Unión Europea, Estados Unidos y el resto de países de la OCDE, con la plena implicación de instituciones internacionales de referencia como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, habrían de analizar ese escenario potencial e impulsar los oportunos programas de colaboración económica, financiera y tecnológica que permitan evitarlo.

Por todo ello, el período comprendido entre 2016 y 2030 es crucial. El diálogo facilitador entre las partes del Acuerdo de París que se ha convocado para el año 2018 tendrá que valorar, no sólo el mencionado informe que ese año emitirá el IPCC, sino las tendencias subyacentes y las amenazas que se vislumbran en el horizonte. En ese contexto, los actores decisivos de la diplomacia climática internacional- China, Estados Unidos y Europa-, habrían de constituirse en el núcleo responsable de garantizar la estrategia de salida a medio y largo plazo de la crisis del clima. En esa dirección sería muy importante que incrementasen antes de 2020 el nivel de ambición de sus respectivos planes de mitigación. Las tres mayores economías representan de forma conjunta el 45% de las emisiones mundiales. Aumentar su nivel de ambición enviaría una señal decisiva al resto de la comunidad internacional de cara a la cumbre de 2020, momento en el que los países presentarán las respectivas estrategias nacionales de descarbonización de sus economías en el horizonte 2050. En París se dio un paso decisivo. Esperemos que el proceso de ratificación que ahora se ha puesto en marcha consolide el momento político favorable. La crisis del clima representa una amenaza existencial para nuestro mundo. Hemos de estar a la altura de semejante desafío poniendo los cimientos de una era de responsabilidad.

Antxon Olabe Egaña es economista ambiental y ensayista. Ha publicado recientemente Crisis climática-ambiental. La hora de la responsabilidad (Galaxia Gutenberg, 2016).

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