La 'escola catalana' y el 'procés'

La sucesión de acontecimientos desde septiembre y el hecho de que el destituido Govern colocase a los centros escolares en el foco del 1-O ha permitido sacar a la luz dos cuestiones que se entremezclan pero que son diferentes: la instrumentalización política de la escuela y el más complejo debate en torno al adoctrinamiento. De la misma forma que sería absurdo pretender que el mundo educativo viviese al margen de los debates sociales, hay razones de sobras para preguntarse si es aceptable la politización rampante que hay en no pocos centros escolares de Catalunya y si las voces críticas se pueden acallar afirmando que se trata de un ataque a la «escola catalana».

De entrada, el problema es con el sintagma escola catalana que utilizan un amplio abanico de entidades integrantes del Marc Unitari de la Comunitat Educativa como escudo para el debate. Todos hemos visto dentro de los centros educativos pancartas llamando a preservar el modelo de «escola catalana» (en lengua y contenidos, se añade), que significa dos cosas. Primero, una defensa a ultranza del monolingüismo, es decir, la escuela que se defiende tiene solo el catalán como lengua vehicular obligatoria en todas sus etapas educativas. Ahora bien, como la apuesta monolingüe no puede ser considerada moderna ni inclusiva, se maquilla con otro concepto de connotaciones positivas, la inmersión lingüística, una técnica de aprendizaje convertida en un artefacto ideológico para justificar la exclusión del castellano. Entendámonos bien, por supuesto que se estudia la asignatura de lengua castellana, pero se la proscribe como vehículo de aprendizaje de otros conocimientos. El monolingüismo obligatorio es un modelo insólito en una sociedad bilingüe y con dos lenguas oficiales. Otra cosa es que la realidad del profesorado sea compleja y la inmersión completa no se acabe de imponer.

Y, segundo, la escola catalana lo es también en «contenidos». Esto último significa que tiene una función nacionalizadora. Un examen de la mayoría de los manuales en ciencias sociales refleja una voluntad no solo de singularizar nacionalmente a Catalunya y a los catalanes como «un sol poble» sino de presentar la relación con España de forma conflictiva, negativa, alimentando el resentimiento e incluso la hispanofobia. Hablar de adoctrinamiento es delicado, generalizar es injusto, pero afirmar que hay fuertes injerencias ideológicas no es exagerado. A veces son muy claras (la prueba es que ya hay requerimientos abiertos ante la alta inspección educativa y denuncias en los juzgados por delitos de odio), pero la mayoría de interferencias forman parte de una lluvia fina de simbología, mapas, canciones y lenguaje nacionalista que se filtra tanto en las actividades lectivas como en las extraescolares. Hay muchos ejemplos perfectamente documentados por entidades como Asamblea por una Escuela Bilingüe o SCC.

¿Es entonces la escuela la razón del incremento del independentismo en los últimos años?, preguntan algunos con desdén sabiendo que la respuesta es negativa. Evidentemente, las razones son multicausales y la radicalización nacionalista no es exclusiva de los más jóvenes. Pero ¿cuántas malas praxis educativas se necesitan para reconocer que estamos ante un grave problema? ¿Por qué atrincherarse detrás de consignas falaces como la cohesión social en lugar de abrir un debate sereno? Más aún cuando resulta que la tasa de abandono escolar en Catalunya es una de las más altas de Europa, según datos de la Fundació Bofill. Seamos sinceros: ¿qué diríamos si el Gobierno español propugnara una «escuela castellana en lengua y contenidos»? Acaso no afirmaríamos que es culturalmente asimilacionista y persigue el adoctrinamiento. ¿Y con la escola catalana no sucede lo mismo?

La otra cuestión que se ha hecho evidente es la instrumentalización política de la escuela como institución. El Govern intentó convertir los centros educativos en una trinchera con el apoyo de buena parte del profesorado y de los equipos directivos. Recuerden el acto simbólico de entrega de llaves, dos días antes del 1-O, en la Generalitat por los responsables de 700 escuelas o la gran cantidad de centros educativos que colgaron comunicados en sus redes sociales animando a participar, así como la instrumentalización de las AMPAS para ocupar los colegios el fin de semana de la votación.

El debate sobre la escuela está siendo uno de los ejes de la campaña electoral de C’s y el PP frente al rechazo del resto de partidos. Hablar de «adoctrinamiento» es problemático al ser un concepto demasiado rígido, pero es indudable que el modelo de escola catalana es nacionalista. La tensión sociopolítica ha acabado por romper todos los consensos y tras la caída del procés, en la tarea de desprocesar a Catalunya, necesitamos recuperar la neutralidad de todas las instituciones, también las educativas.

Joaquim Coll, historiador.

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