La escurridiza ciencia de la adicción

Todavía recuerdo una conversación que tuve hace más de 25 años cuando era un joven médico y recién comenzaba mi trabajo con pacientes con dificultades con las drogas y el alcohol. «¿Sabe qué, doc?», me dijo un paciente. «Emborracharse o consumir heroína se siente como el abrazo de mamá».

Desde entonces he escuchado innumerables variaciones sobre ese tema, que me han resultado conmovedoras y fascinantes. Pero mi capacitación me había enseñado a no hacer ciencia con anécdotas. Así que dejé lo que mis pacientes me decían en el compartimiento susceptible y sentimental de mi mente. Después, volví al laboratorio y a los cerebros de ratas en los que esperaba encontrar ayuda para resolver problemas de salud mental.

Pero si hubiese dado un paso atrás y pensado un poco, me hubiera resultado muy obvio que las personas con adicciones tienen fuertes incentivos para buscar cualquier cosa que los haga sentir abrazados. Es importante que los neurocientíficos comencemos a dar sentido al hecho de que no hay para ellos, en la mayor parte de los casos, muchos otros abrazos disponibles.

La ciencia de la epidemiología social, desarrollada a partir del concepto de integración social de Émile Durkheim (y su opuesto, la exclusión social), ha mostrado la importancia de las relaciones, el apoyo social y las interacciones sociales productivas para la salud mental y las adicciones. Los datos son claros e importantes.

Pero la investigación sobre integración social tiene un problema: les resultará muy difícil encontrar en ella la palabra «cerebro». Aún peor es que si un neurocientífico como yo sugiere mirar al cerebro para entender estos procesos sociales, o que se deben usar medicamentos dirigidos al cerebro, como la metadona o la buprenorfina para ayudar a las personas con adicciones, muchas personas de este importante campo se tornan sorprendentemente hostiles.

El problema no es tan malo desde la perspectiva de mi disciplina: no conozco a ningún neurocientífico que niegue la importancia de los procesos sociales en las adicciones, pero una vez que aceptamos esta idea de la boca para afuera, la mayoría de nosotros volvemos el laboratorio y estudiamos las adicciones como lo hemos hecho durante décadas: un cerebro a la vez.

Desde el descubrimiento de los sistemas de recompensa del cerebro hace más de medio siglo, ha surgido una visión convencional de la adicción: las drogas adictivas se conectan con estos sistemas recompensas, los activan más intensamente que los estímulos naturales y así secuestran al cerebro. (Esta es una simplificación excesiva que ignora el conocimiento que tenemos de los cambios en la función de los circuitos del cerebro con el tiempo; pero constituye la base de la teoría).

En términos de ciencia básica y descubrimiento intelectual, esta línea de investigación ha resultado muy provechosa. Actualmente, mis colegas pueden modificar genéticamente células cerebrales seleccionadas para controlarlas con láseres. Otros pueden usar las imágenes diagnósticas del cerebro para visualizar y medir la actividad de los cerebros humanos. Este tipo de investigación ha generado conocimientos fascinantes de las funciones de la maquinaria neuronal que subyace al comportamiento motivado.

Sin embargo, a pesar de los miles de millones de dólares y todas las esperanzas volcadas en él, carecemos de nuevos tratamientos para los pacientes con adicciones.

Algunos clínicos y científicos han comenzado a cuestionar si los investigadores deben centrarse tan fuertemente en los sistemas de recompensas del cerebro y el «viaje» que puede producir su activación por las drogas. Como los pacientes saben desde hace mucho, ese efecto es importante el principio, cuando comienzan a usar las drogas. Pero aunque la mayoría de los usuarios experimenta el viaje, solo uno de cada cinco desarrolla una adicción... y solo después de años de uso.

Para cuando buscan tratamiento por una adicción, ya no están buscando el viaje. De hecho, los viajes, en su mayor parte, se han agotado: su función cerebral ha cambiado; sus sistemas de estrés y aversión están fuera de control. La principal queja que lleva los pacientes a mi consultorio es que, sin las drogas se vuelven ansiosos y sufren depresiones, ansiedad e interrupción del sueño. Se trata de una situación muy dolorosa y han aprendido a lo largo de años que tiene una rápida solución: volver a usar las drogas... aunque esto obviamente empeora las cosas en el largo plazo.

La ciencia básica relacionada con este proceso esperaba alguna vez conseguir tratamientos antiestrés para las adicciones. Junto con un gran equipo de colegas yo mismo dediqué más de una década a tratar de desarrollar uno, pero fracasó de manera lamentable, como lo han hecho otros enfoques similares para todas las afecciones psiquiátricas relacionadas con el estrés, incluidas la depresión y la ansiedad, para las cuales había también muchas esperanzas.

¿De qué nos hemos perdido? Sería tonto afirmar que tengo la respuesta final, las adicciones son una enfermedad difícil de tratar. Pero creo que una parte importante de la respuesta es que las personas con adicciones son muy distintas de los ratones y las ratas que hemos usado mayormente en la búsqueda de nuevos tratamientos. Y hay mejores formas para considerar las adicciones que las que hemos usado en la mayor parte de nuestros estudios (un cerebro a la vez).

El estrés es de hecho un factor crítico para disparar las recaídas. Pero en la gente, los factores estresantes más importantes son sociales. Para muchos pacientes la exclusión, la marginación, la pobreza y la soledad son partes fundamentales del proceso adictivo. Las investigaciones están comenzando a descubrir que la exclusión social activa los mismos circuitos cerebrales que impulsan la búsqueda de drogas.

Espero que esa investigación guiada por estos conocimientos finalmente produzca nuevos tratamientos. Como mínimo, sin embargo, debiera dejar en claro que es muy probable que los enfoques agresivos y represivos para los trastornos adictivos empeoren las cosas en lugar de mejorarlas. Y esa es una verdad neurobiológica.

Markus Heilig is Professor and Chief at the Center for Social and Affective Neuroscience, Linköping University, Sweden. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

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