La esencia de Putin

Pocas personas, mucho menos Vladimir Putin, que planea regresar a la presidencia de Rusia el 4 de marzo, podrían haber imaginado en diciembre del año pasado que decenas de miles de rusos, por primera vez en 20 años, se despertarían y saldrían a las calles a protestar contra el gobierno. A diferencia de las rebeliones de la Primavera Árabe, la fuerza impulsora detrás de las marchas actuales no son los pobres y los desaventajados de Rusia, sino más bien la creciente clase media urbana del país. Es una diferencia importante ya que, históricamente, las transiciones democráticas exitosas casi siempre requirieron de una clase media políticamente movilizada.

Los rusos de clase media exitosos y con un nivel de educación elevado salieron a las calles para ganarse el respeto de una jerarquía del Kremlin que está sumergida en el engaño y la corrupción. La última gota fue la descarada adulteración de las elecciones parlamentarias de diciembre, lo que reforzó la sensación que tienen los ciudadanos de que el régimen los mira con desprecio. Los rusos están especialmente indignados por el trato arrogante que le da Putin a la presidencia como un cargo que se puede "prestar" a aliados -como el actual presidente Dmitri Medvedev- y reclamarlo de nuevo cuando le plazca.

Sin embargo, a pesar de las grandes protestas en Moscú, San Petersburgo y otras ciudades, las autoridades rechazaron las demandas de los manifestantes de anular los resultados electorales. De hecho, cada vez resulta más claro que, por las buenas o por las malas, Putin pasará otros seis años al frente del gobierno de Rusia.

¿Qué implicará otra presidencia de Putin para Rusia?

Bien resguardado de la verdadera competencia política, Putin no puede regresar al Kremlin como "el presidente de la esperanza", como a él mismo le gustaba definirse en el 2000, al inicio de su primer mandato. Es más, ya no se asemeja a Putin "el líder nacional" que, en su segundo mandato, le infundió nuevo vigor al estado y ejerció la presidencia en un período de auge económico.

¿Quién puede ser Putin III entonces? ¿Cómo utilizará los enormes poderes otorgados al presidente ruso en un sistema político que carece de todo tipo de controles y contrapesos?

Los monólogos y artículos pre-electorales de Putin sugieren una respuesta de mal agüero: su presidencia se basará en un genuino malentendido de la estructura de las relaciones internacionales, los mercados y la democracia contemporáneos, y estará impulsada por su mesianismo incontrolable. Los llamados al liberalismo conviven con el dogma estatista, y el populismo arengador se impone a la consideración por la complejidad y las opciones difíciles.

En rigor de verdad, Putin no tiene nada que ofrecerles a los rusos aparte de su propia retórica vulgar y trillada. Ya no entiende los problemas que enfrenta el país y, por lo tanto, no tiene ni idea de qué es necesario hacer. Tampoco siente alguna ansiedad sobre el daño que su desgobierno presagia para el futuro de Rusia. La tercera presidencia de Putin será un reinado del instinto y el apetito, en lugar de un gobierno de la razón y la moderación.

Por supuesto, Putin comenzará su nuevo mandato con palabras fervientes sobre renovación, desarrollo, democratización y lucha contra la corrupción. Quizás incluso ofrezca algunos gestos simbólicos, como disociarse de figuras políticas y mediáticas cuestionables, o mostrar indulgencia hacia aquellos a quienes encarceló por oponerse a él. Pero todo esto estaría destinado a mantener el poder político, y no a reformarlo.

De hecho, el Kremlin habló mucho y de manera majestuosa sobre libertad y modernización en los últimos años. Pero, sin la voluntad política de implementar los cambios necesarios, estas promesas están destinadas a seguir siendo eso. El problema es que el principio de competencia libre y justa que caracteriza al mundo desarrollado va en contra del estado ruso que Putin construyó -un estado basado en la fusión de gobierno y negocios.

Como resultado, aún si repentina y milagrosamente surgiera una voluntad de cambio en el Kremlin de hoy, la ilegitimidad de todo el gobierno federal haría imposible un diseño de políticas efectivo. En lugar de formular e implementar reformas integrales y transparentes, el gobierno no tendría otra opción que seguir satisfaciendo intereses particulares -y, por sobre todo, evitando que estos se vean amenazados.

Nadie debería engañarse con alguna concesión que haga el Kremlin. Los liberales de Rusia no ganarían nada si comprometieran sus conciencias y bendijeran un tercer mandato de Putin. Como antes, no obtendrían ningún poder real a cambio, y cualquier posibilidad de un cambio genuino desde el interior de la estructura de poder existente seguiría siendo mínima. De hecho, las medidas tomadas por las autoridades para aplacar a la opinión pública seguirán estando acompañadas por una mayor presión sobre la oposición y las organizaciones de la sociedad civil.

En los meses posteriores al retorno de Putin a la presidencia, mucho dependerá de la sociedad civil y de los líderes del movimiento de protesta de Rusia. Los rusos deben preservar y formular un conjunto de demandas políticas específicas. Deben insistir en que se realicen cambios reales y dramáticos -y no mejoras cosméticas- en el sistema político de Rusia. El principal objetivo hoy es esforzarse por tener elecciones libres y justas, que en definitiva darán lugar a un gobierno legítimo y responsable.

La lista de cuestiones apremiantes que enfrenta Rusia ya es extensa y su resolución no puede postergarse más. Mientras Putin siga ejerciendo el control, esa lista no hará más que crecer.

Por Mikhail Kasyanov, primer ministro de Rusia entre 2000 y 2004, y líder del opositor Unión Democrática del Pueblo.

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