La España desconocida

Algunos lectores de esta columna quizá recordarán que hace tres semanas evoqué el único encuentro, en 1969, entre el general Franco y Charles de Gaulle, que acababa de abandonar voluntariamente la presidencia francesa. Al realizar una investigación histórica sobre este episodio, la última aparición pública de De Gaulle, descubrí con cierto asombro que el presidente francés no había pisado España hasta entonces y, probablemente, no sabía mucho sobre ella. ¿No es sorprendente, viniendo de un estadista que estuvo durante cuarenta años en el centro de la vida política internacional?

Pero pensándolo bien, fuera de España y del mundo hispánico, ¿qué se sabe de España? Recuerdo una anécdota sobre esto que me contó José María Aznar. Sus relaciones con Jacques Chirac, en la época en que ambos gobernaban su respectivo país, eran manifiestamente mediocres. Chirac tampoco sabía gran cosa de España, a la que consideraba un socio menor de la Unión Europea. Correspondió a Aznar, a quien Chirac no impresionaba en absoluto, hacerle entender que España no solo era europea, sino que también seguía siendo el centro lingüístico y cultural de lo que fue el mayor imperio del mundo. No es un recuerdo histórico que a los franceses les guste oír, porque la descolonización del imperio español fue más bien un éxito, mientras que la de Francia fue una catástrofe de la que todavía se resienten, por ejemplo, las actuales relaciones entre Francia y el Magreb, y entre Francia y el África negra. Es revelador y preocupante que los jóvenes de Marruecos y Senegal se estén alejando actualmente del francés para cursar sus estudios superiores en inglés.

Más allá de las relaciones entre potencias, el relativo desconocimiento de España –un largo desconocimiento– se aplica al conjunto de la opinión pública. Permítanme evocar algún recuerdo personal de mi infancia. En la década de 1950, cuando en el bachillerato había que elegir qué lengua extranjera estudiar, los 'buenos' alumnos escogían alemán, y en segundo lugar, inglés. La relación se ha invertido desde que alemanes y franceses han decidido hablar entre ellos en mal inglés, la lingua franca de la Unión Europea. ¿Y los españoles? En mi generación ignorábamos que era el idioma más hablado del mundo y su aprendizaje estaba reservado para los últimos de la clase; el español era para los inútiles, con el pretexto de que era un idioma 'fácil', lo que no tiene ningún sentido, y un idioma de pobres. De hecho, los españoles que conocíamos en Francia eran albañiles o empleadas de hogar.

Esta percepción de España como país marginal se vio reforzada, evidentemente, por la reputación de España como destino turístico barato, que lo era. Confieso haber compartido todos estos prejuicios por motivos familiares. Da la casualidad de que, en 1942, una prima hermana encarcelada en un campo de concentración francés, en Rivesaltes, cerca de Perpiñán, conoció a un preso republicano español y se casó con él. Tras la amnistía concedida por Franco, la pareja se instaló en el pueblo de origen de mi primo político. Descubrimos, empezando por su mujer, que no hablaba castellano, sino catalán, y para acceder a la Serra d'Almos, cerca de Reus, a falta de camino transitable, había que terminar el recorrido en carreta, tirada por una mula. Ni que decir tiene que en La Serra d'Almos, hacia 1955, no había ni agua corriente ni electricidad. Allí sólo se hablaba catalán y se satanizaba la España franquista.

Por allí pasó el milagro español: la Serra d'Almos se convirtió en un destino turístico de renombre y España, en una gran potencia económica, científica, académica y militar. Pero ¿quién sabe esto? Los gobernantes españoles –Aznar fue una excepción– tienen el don de no hacerse oír en el concierto de las naciones. ¿Cuál es la influencia de España en la Unión Europea? No sabemos. ¿Cuál es el papel de España en su antiguo Imperio, especialmente en zonas de conflicto como Venezuela, Colombia o Ecuador? Lo ignoramos, o al menos yo lo ignoro, aunque sigo de cerca los acontecimientos en Latinoamérica. ¿Cuál es la contribución de España a la guerra de Ucrania? ¿Es más bien intransigente como Gran Bretaña o moderadora como Francia y Alemania? Seguimos sin saberlo. El único gesto de política internacional del que hemos oído hablar últimamente es la humillación de Pedro Sánchez en Marrakech, cediendo a todas las exigencias de la monarquía marroquí.

De esta España casi invisible en el mapa del mundo, ¿quién es el responsable? ¿Los europeos que se niegan a aprender? Confieso que no empecé a estudiar español hasta los 40 años, descubriendo tarde que, cuando estaba en el colegio, habría hecho mejor en estudiar español que alemán. Pero también es culpa de las autoridades españolas, políticas, económicas, culturales y académicas que no hacen nada por compartir con nosotros ni siquiera una parcela del oro español.

Guy Sorman

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