«Dicen los viejos que en este país hubo una guerra; que hay dos Españas que guardan aún el rencor de viejas deudas». Comenzaba (y comienza) así la conocidísima canción del Grupo Jarcha Libertad sin ira. Presentada al público en 1976 constituyó para el imaginario colectivo de los españoles una especie de himno oficioso de la transición; aquella transición considerada modélica por parte de la inmensa mayoría de los españoles y por parte de buena parte de la opinión pública mundial.
Si ya en 1976, hace casi medio siglo, se atribuía a «los viejos» la creencia de que existen «dos Españas que guardan aún el rencor de viejas deudas», cómo de obsoleta y anticuada debería de considerarse esa creencia hoy, casi cincuenta años después.
Pues hétenos aquí que hay quien considera que aún es válido ese modelo de confrontación en el que encajonar a la población española. Como el de dos (o más) naciones irreconciliables que sólo viven obsesionadas por saldar viejas deudas y viejos rencores del pasado.
Como todo el mundo conoce, la pasada semana tuvieron lugar elecciones locales y autonómicas con un resultado muy desfavorable para las candidaturas de izquierda en general y para las del Partido Socialista en particular.
A la mañana siguiente, en plena digestión de estos adversos resultados, cuya responsabilidad es atribuida por la inmensa mayoría de la opinión pública española, en buena medida, a la actuación personal del presidente del Gobierno y secretario general del Partido Socialista Obrero Español, Pedro Sánchez, éste grabó, sin presencia de medios de comunicación, una escueta intervención que posteriormente fue televisada y divulgada por todos los medios nacionales y algunos internacionales, en la que anunciaba la inmediata disolución de las cámaras y la convocatoria de elecciones generales para el próximo 23 de julio.
Esto produjo el natural colapso y el lógico desconcierto entre la ciudadanía, las formaciones políticas, empezando por la suya propia y los organismos internacionales, alguno de los cuales se ve directamente afectado por esta (¿precipitada?) decisión, como es, por ejemplo, la Unión Europea, cuya Presidencia de turno de su Consejo le corresponde a España, de manera rotatoria, a partir del 1 de julio.
A mitad de semana, el miércoles por la mañana, el todavía presidente del Gobierno y todavía secretario general del Partido Socialista convocó a sus diputados y senadores a una reunión plenaria de su Grupo Parlamentario en el Congreso de los Diputados. Durante esta reunión plenaria, el autodenominado líder del «progresismo español» se convirtió, una vez más, en uno de aquellos viejos, que ya lo eran hace casi cincuenta años que consideran «que hay dos Españas que guardan aún el rencor de viejas deudas» y dividió, otra vez más a nuestra nación entre progresistas y reaccionarios. Como es lógico, sus «progresistas» representan a la España luminosa y justiciera y los espantosos «reaccionarios» representan a la España retrógrada y arcaica, anclada en viejos esquemas del pasado. Sin embargo, es él el que se comporta como aquellos viejos de la canción. «Contradicciones sobre las que hay que cabalgar», como diría el defenestrado líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias.
Defenestrado por la fuerza de los votos de los ciudadanos españoles de la Comunidad de Madrid, que sacaron a su formación política de la actividad parlamentaria autonómica, en Madrid y en la inmensa mayoría de los parlamentos autonómicos nacionales.
Esta lóbrega convocatoria del Grupo Parlamentario Socialista, unida a las aún más lóbregas palabras de su secretario general, parecían confirmar, no sólo la disolución de dicho Grupo Parlamentario, como consecuencia lógica de la disolución de las Cámaras, sino también el último hito del camino emprendido por Zapatero en 2004 que concluye con la confirmación de la desaparición oficial del Partido Socialista Obrero Español, tal como un día lo conocimos, durante el proceso de la transición política española. A fuerza de radicalizarse, el PSOE ha acabado por desaparecer ocupando el espacio de los que quieren ocupar el «espacio a la izquierda del PSOE», o sea, la ultraizquierda y dejando el espacio ocupado por el desaparecido PSOE absolutamente yermo.
Los españoles hemos vivido una legislatura, prorrogada con el año que medió entre la moción de censura contra el Gobierno del Partido Popular y las dos convocatorias de elecciones de abril y noviembre de 2019, absolutamente para olvidar. Cinco años de auténtica pesadilla en los que, por decisión propia del presidente del Gobierno, la inmensa mayoría de los españoles, la España normal, que no se encuadra en un extremo u otro de las posibles interpretaciones políticas de la realidad, se ha visto relegada y sometida a la imposición mesiánica de una interpretación sesgada (lógicamente hacia la izquierda) de nuestra realidad como nación.
Todas las vías de comunicación, de diálogo y de intercambio de pareceres que pudieran conducir a negociaciones que nos permitieran aproximarnos a una visión más transversal y mayoritariamente aceptable por los ciudadanos, absolutamente canceladas y formalmente desautorizadas por las direcciones de las formaciones que han conformado el denominado Gobierno de coalición, al que se han unido los partidos que lo apoyaban desde el exterior del Gobierno.
Una escenificación permanente y ostensible de hostilidad hacia todos aquellos españoles que no se situasen, expresamente, en su ámbito ideológico, no escatimando esfuerzo alguno en formular descalificaciones y agravios constantes.
Tal parece como si los partidos de la izquierda nacional hubieran decidido, deliberadamente, ignorar las preocupaciones, necesidades y problemas de ese inmenso sector de la población española que, alejado de tomas de posición extremas hacia un lado u otro del sector ideológico, preocupados mayoritariamente por llevar sus proyectos vitales adelante, esperan que los políticos contribuyan a resolverles los problemas, en lugar de crearles problemas que ellos no tienen y que no les conciernen porque afectan única y exclusivamente a los propios partidos políticos.
Enfrascados en sus agendas progresistas, feministas, ecologistas, socialistas y comunistas se han olvidado del objeto real de toda acción política, que es la defensa del interés general de los ciudadanos que con su esfuerzo personal sacan diariamente a España adelante, conformando la magnífica realidad que somos, la España normal.
Fernando Gutiérrez Díaz de Otazu es diputado nacional por Melilla del Grupo Parlamentario Popular.