La esperanza europea del Islam

La matanza perpetrada por Mohamed Merah en Toulouse y sus alrededores el pasado mes de marzo, como los atentados con bombas de 2004 en Madrid y los ataques suicidas de 2005 en el metro de Londres, ha puesto de relieve una vez más los dilemas que afronta Europa respecto de su minoría musulmana en aumento. Ningún modelo de integración social ha demostrado estar libre de fallos, pero, ¿de verdad es el panorama tan desolador como quieren hacernos creer quienes se desesperan ante el surgimiento de una “Eurabia”?

Ni el principio multicultural (respeto de la “diversidad cultural en una atmósfera de tolerancia mutua”, como lo formuló el ministro laborista británico Roy Jenkins en 1966) ni la indiferencia oficial para con las identidades religiosas (como en Francia, donde el Estado, como dijo el historiador del siglo XIX Jules Michelet, “ocupa el lugar de Dios”) ha funcionado como se había previsto. El multiculturalismo en Gran Bretaña ha consolidado comunidades musulmanas casi independientes y ha convertido el islam en una seña de identidad para contrarrestar la exclusión. Asimismo, la laicidad impuesta (el estricto secularismo republicano de Francia) parece haber intensificado el apego de los musulmanes franceses a su identidad religiosa.

Unas tasas de desempleo desoladoramente elevadas entre los musulmanes europeos (tres veces mayores que la media nacional en la mayoría de los países) agravan su marginación social y su autosegregación cultural. Las banlieues francesas y los guetos de inmigrantes de las ciudades británicas, aislados, hundidos en la miseria y presa de una rabia permanente, se han convertido en barriles de pólvora en los que los jóvenes musulmanes caen presa fácilmente de las prédicas religiosas radicales y del extremismo político.

Al menos 85 tribunales de sharía funcionan ahora en la sociedad musulmana paralela de Gran Bretaña, mientras que el número de mezquitas (1.689) es casi igual al de iglesias anglicanas que se han cerrado recientemente (1.700). Mohamed es el nombre más popular de los niños en Gran Bretaña. Para el Primer Ministro, David Cameron, todo eso, como dio a entender en la Conferencia de Seguridad de Munich de 2011, representa el fruto podrido del multiculturalismo.

En realidad, no debería sorprender que el mayor entusiasmo por la reafirmación religiosa se dé entre los jóvenes inmigrantes de segunda generación. Sus padres, aún influidos por la vida bajo autocracias represivas de las que huyeron, suelen ser sumisos ante los poderes establecidos. Las generaciones más jóvenes se rebelan precisamente porque han hecho suyos los valores de libertad y elección ofrecidos por la democracia. En cierto modo, su rebelión es el sello característico de su condición de británicos o franceses.

Es cierto que jóvenes musulmanes europeos se han trasladado al Afganistán, al Pakistán y al Iraq; algunos fueron a países tan lejanos como el Yemen y Somalia y volvieron convertidos en radicales convencidos, soldados en una guerra contra un Occidente que, en su opinión, deshonra al Islam. Como dijo el joven musulmán británico Mohammed Sidique Jan (que hablaba con acento de Yorkshire), participó en los atentados con bombas en el metro de Londres, “para vengar a mis hermanos y hermanas musulmanes”.

Pero volverse un fanático asesino como Merah o Sidique Jan es la opción personal de una mente patológica, no la tendencia de una generación. El rechazo social no ha convertido a jóvenes franceses y británicos musulmanes en autores de matanzas y la atracción de muchos por Al Qaeda no ha acabado con su deseo de integrarse en la sociedad en la que viven.

No se debe olvidar que la afluencia masiva de musulmanes a Europa en las dos últimas generaciones es la mayor coexistencia entre el islam y la modernidad de la historia humana y ha dado beneficios incalculables, como, por ejemplo, una clase media musulmana en aumento, la aparición de una intelligentsia y una mayor libertad para las mujeres musulmanas. Las encuestas hechas en Francia, donde la tasa de matrimonios mixtos es la mayor de Europa, han mostrado que la mayoría de los musulmanes aceptan la laicidad, la igualdad entre los sexos y otros valores republicanos fundamentales.

Además, importantes segmentos de la comunidad musulmana están experimentando un ascenso desde el punto de vista socioeconómico. Un 30 por ciento, aproximadamente, de los nacidos antes de 1968 han llegado a ser ejecutivos medios o superiores. Más en general, el islam no ha substituido a otras señas de identidad, como, por ejemplo, la clase o la posición económica.

También en Gran Bretaña los inmigrantes han ido cambiando las características étnicas de las clases medias y profesionales. Los pakistaníes británicos, cada vez más instruidos y afianzados financieramente, participan también activamente en la vida política, pues cuentan con más de 200 representantes en los partidos políticos principales de los consejos municipales. En las elecciones de 2010, el número de diputados británicos musulmanes en la Cámara de los Comunes se duplicó, hasta 16. La mujer musulmana más influyente en la política británica, la baronesa Sayeeda Warsi (Presidenta también del Partido Conservador) entró en la Cámara de los Lores, junto con otros musulmanes, como, por ejemplo, Lord Ahmed, el decano de los pares laboristas, y la baronesa Kishwer Falkner, demócrata liberal.

Considerar el islam una civilización que no es susceptible de cambio es una falacia histórica. La moderación religiosa, si no la secularización, sigue siendo la clave no sólo de la integración social, sino también de la oportunidad para los musulmanes de influir en el futuro de Europa.

El ejemplo de los judíos europeos no deja de ser pertinente a ese respecto. Una tribu oprimida de Ostjuden, inmigrantes pobres procedentes de las destrozadas comunidades de la Europa oriental, se transformó en tan sólo dos generaciones de zapateros, sastres y vendedores ambulantes temerosos de Dios en una comunidad de escritores, filósofos, científicos y magnates.

Fue así precisamente porque reformaron su judaísmo a la luz de los valores occidentales. Sabían que no había otra forma de aprovechar las oportunidades de mejora humana ofrecidas por Occidente. El resultado del judaísmo reformado en Alemania fue el de que el particularismo religioso y cultural cedió ante un grado de universalismo mucho mayor de lo concebido en momento alguno del pasado judío.

Cualquier minoría religiosa en busca de un lugar en el proyecto europeo haría bien en reflexionar sobre esa transformación teológica.

Shlomo Ben-Ami is the Israeli foreign minister who came closest to devising a viable peace agreement between Israel and Palestine. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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