La esperanza renace en Latinoamérica 30 años después

Por Cristina Peri Rossi, escritora. Nacida en Montevideo, tiene la nacionalidad española (EL MUNDO, 28/02/05):

El nuevo Gobierno de Uruguay será a partir de mañana una coalición de partidos de izquierda llamada Encuentro Progresista, que sustituye al antiguo Frente Amplio (nombre mucho más simpático) y que ganó las últimas elecciones por mayoría absoluta en la primera ronda gracias, en parte, al hecho de que 35.000 uruguayos que viven en el extranjero se desplazaron a votar.

Uruguay es uno de los pocos países del mundo donde los consulados no están habilitados para recibir el voto de los ciudadanos que viven en otros países, y la razón es muy simple: durante la infame dictadura militar (de l973 a l986) uno de cada cuatro uruguayos se exilió. De haber podido votar, el resultado de las elecciones anteriores hubiera sido claramente favorable a la izquierda. En el discurso de triunfo, el presidente recién electo, Tabaré Vázquez, ha prometido que el voto consular será una de las primeras leyes a aprobar. Al cambio de Gobierno asistirán muchos políticos, entre ellos, el presidente de la Generalitat de Catalunya, Pasqual Maragall, y Fidel Castro. Treinta años después de la alianza Cóndor, el siniestro pacto que torturó, violó, hizo desaparecer y mató a muchos miles de hombres y de mujeres, en el Cono Sur de América Latina se ha producido un cambio, difícil, doloroso, pero que cumple una de las leyes de la psicología social: las desalienaciones (y las dictaduras son alineaciones) son lentas.Como dice un amigo mío: «Soy lento pero inseguro». El vuelo del cóndor (así se llamó el acuerdo suscrito por los ejércitos de Brasil, Argentina, Uruguay y Chile para eliminar a los militantes sindicales, periodistas, profesores, universitarios, profesionales y obreros) que sacrificó casi a una generación entera se tendrá que convertir en el vuelo de los estorninos de Dante Alighieri (en la Divina Comedia, Paolo y Francesca, amantes adúlteros, están condenados a volar eternamente juntos).

Treinta años después es posible pensar en la recuperación de las ilusiones y en un gran esfuerzo colectivo para superar las frustraciones, la pobreza, el aislamiento, pero para superar, también, los errores de sectarismo, ignorancia e idealismo de las izquierdas, algo que le está costando muy caro al presidente de Brasil, Lula. La realidad es tozuda, y la realidad es que llegar al Gobierno no es llegar al poder. Los partidos de izquierda que han ganado elecciones en América Latina (Salvador Allende, en Chile, por ejemplo) se han topado con los poderes fácticos; gobierno y poder no son la misma cosa. Hasta en las democracias más legítimas, el poder económico, o el poder militar, o el poder de las mafias, o el poder de las sectas religiosas suele gobernar bajo cuerda, y es una cuerda que no se somete a las urnas. ¿Nos gobiernan los políticos elegidos o nos gobiernan los poderes ocultos de las multinacionales, los emporios económicos, las mafias (sólo en Cataluña funcionan dos mil, dedicadas al tráfico de sexo, de droga, de armas, de influencias y de suelo edificado o edificable). Y el principio de realidad obliga a pactar muchas veces con esos poderes fácticos que no ceden sus privilegios ante el voto de las urnas.

Uno de los casos más curiosos es, precisamente, el de Uruguay. El encuentro progresista reúne, bajo una plataforma común elaborada hace más de 30 años (con el nombre, entonces, de Frente Amplio) a los partidos de izquierda tradicionales (Socialista y Comunista), más una gran mayoría de izquierdistas independientes -no responden a ninguna disciplina, salvo a la plataforma común- y a los tupamaros reconvertidos. En efecto, la antigua guerrilla urbana tupamara (MLN, Movimiento de Liberación Nacional), derrotada por el Ejército definitivamente en l973, realizó una auténtica autocrítica, abandonó las armas y formó un partido político, el MPP (Movimiento de Participación Popular) que ha obtenido la mayoría de los votos en las últimas elecciones: más de 300.000. Un viejo tupamaro reconvertido, José Mújica, torturado y preso durante más de 10 años, es el nuevo presidente de las Cámaras Legislativas. Y si insisto en el caso de Uruguay es porque me parece muy representativo de la crisis general de la izquierda y sus posibles caminos.En primer lugar, la guerrilla urbana fue derrotada por el Ejército, y desde la cárcel realizó una poderosa autocrítica, que no se refería a los objetivos del movimiento (el socialismo, la paz, la igualdad, la libertad, la fraternidad) sino a los medios.Fue una guerrilla urbana, fenómeno curioso y casi inédito en América Latina y en el mundo; fue, también, una guerrilla de composición pequeño burguesa, algo que ocurre desde la Revolución Francesa: son los hijos y las hijas rebeldes de la burguesía empobrecida por la crisis económica quienes se alzan en armas contra sus progenitores (ocurrió lo mismo en Europa, tanto en las Brigadas Rojas como en la Baden Manheiff). Treinta años después, los supervivientes de aquellas luchas son hoy diputados, senadores o ministros de un nuevo Gobierno de izquierdas, que ya no pide lo imposible, sino lo pragmático. Y lo pragmático hoy, y siempre, es que el Estado proteja a los más necesitados, construya viviendas dignas y baratas, ponga freno a la especulación, elimine el hambre, cree empleos y estimule la iniciativa privada, con créditos bajos y programas de ayuda.

¿Son objetivos tan difíciles de alcanzar? En principio, no lo parece, pero las dificultades que está teniendo Lula en Brasil revelan lo contrario. En primer lugar, existe el problema de la gran deuda exterior de los países latinoamericanos. Una deuda que no sirvió para el desarrollo, porque fue a parar a los bolsillos de políticos y militares corruptos, cuyas cuentas nadie quiere o se anima a investigar, porque cuentan con la complicidad de la banca y de los paraísos fiscales. Esta expresión me llena de asombro, soy escritora. Baudelaire habló de los paraísos artificiales, en el siglo XIX: el hachís, el opio, el sexo, los viajes a Oriente y las pieles de diferente color. En el XX, con el desarrollismo, hablamos de los paraísos fiscales, o sea, donde las multinaciones y los ricos de este mundo unidos guardan sus cuentas, sus inmensos tesoros, sus falsos balances, su dinero negro. Se viaja a la isla de Santa Margarita o a las islas Caimán con maletines negros de ejecutivos y un biquini o un bañador en el bolso: fin de semana de playa, sexo y dry martini, más las cuentas turbias de las que nadie quiere hablar. Y quienes no han visto un duro de estos préstamos del FMI o del Banco Mundial están condenados, ellos y sus hijos, a pagar los beneficios de los Menem, de los Ferdinand Marcos, de los Massera o de los Fujimori.

Hemos empezado el siglo XXI de la misma manera: Fujimori en Japón, impune y enriquecido, Montesinos desaparecido (igualmente enriquecido), y los pueblos luchando por sobrevivir. Más una serie de artistas independientes que hacen cine, pintan cuadros, escriben libros desde el dolor, la cólera o el testimonio, como Roberto Bolaño o Alfredo Aristarain. Lula, Kichner en Argentina o Tabaré Vázquez tienen, sin embargo, esta vez, una posibilidad inédita: hacer un frente común para el desarrollo, para renegociar la deuda externa, para investigar corrupciones, para cambiar, por fin, la demagogia por la verdad, la mentira por la ilusión. Fue el gran proyecto de los libertadores, de Artigas, San Martín y Bolívar: una América Latina unida, hermanada por los fines y por los medios.Europa ha conseguido construirse después de muchísimos siglos, sin tener una lengua común. América Latina tiene una lengua común; el Cono Sur, empieza a tener un proyecto común. Ojalá el cóndor deje de volar y vuelen las palomas de Alberti.