La espiral autodestructiva

La singularidad y la contundencia de los resultados de las elecciones europeas han tapado algunas corrientes de fondo que por obvias pueden acabar siendo pasadas por alto. En especial la inercia autodestructiva de muchos de los perdedores -en Europa, en España y en Catalunya-, que después de las votaciones lo tienen más difícil para rectificar y corregir sus errores. Ahora mismo no es insensato pensar que las crisis abiertas por los resultados en partidos e instituciones no se suavizarán sino que irán cada día a peor. Sobre todo si en vez de abordar procesos radicales de regeneración los líderes optan por enrocarse y esperar que soplen vientos favorables.

El pronóstico es pesimista incluso para la propia idea de Europa y para el accidentado proceso de construcción comunitaria. Los resultados dejan un Parlamento Europeo más difícil de gobernar, cuestionado desde dentro por un numeroso grupo de diputados partidarios de dinamitar las instituciones, y al mismo tiempo más cautivo de los gobiernos estatales y de algunos grupos de poder. Las instituciones de los veintiocho estados se sienten amenazadas por los resultados internos -aumento de eurófobos, populistas, nacionalistas xenófobos o simplemente descontentos-, y tenderán a cargar aun más las culpas de sus males a la Unión. En este sentido son significativas las primeras reacciones en el Reino Unido y, sobre todo, en Francia, criticando el peso excesivo de Bruselas.

En tiempo de crisis, la debilidad, la fragmentación y la falta de liderazgos pasan facturas extras; sobre todo cuando son necesarias las negociaciones, que implican acuerdos y transacciones no siempre bien interpretadas. En la cena del Consejo Europeo del martes, los dirigentes europeos pensaban más en los problemas que habían dejado en su casa que en las urgencias de la Unión. En esta legislatura Europa no tendrá quien la defienda.

Los países más fuertes del continente tienen que decidir de una vez si comparten un proyecto común y si quieren seguir la hoja de ruta. O aceleran la unión política y culminan el proyecto o no podrán sostenerlo ni en el plan económico y les explotará en mil pedazos. ¿Existe un grupo de líderes capaces de completar Europa con generosidad y visión de futuro? Parece más probable que su debilidad -más evidente desde el domingo- los lleve a no reaccionar. Nada sería peor que esta deconstrucción impulsada por la mirada corta de los intereses locales y coyunturales. Conduciría directo a la autodestrucción.

De manera similar, hoy los grandes partidos del continente son en general más débiles tanto en el Gobierno como en la oposición. Tienen menos herramientas para gobernar o para hacer propuestas alternativas. Tienen menor margen de maniobra, a causa de la presión de los partidos alternativos. Y se sienten más inseguros a la hora de afrontar la regeneración: la debilidad les provoca miedo y el miedo los lleva a cerrarse. No hay que ser demasiado atrevido para intuir que las cosas les irán cada vez peor.

En España las reacciones postelectorales han llegado en clave de vieja política y no permiten esperar grandes rectificaciones. Alfredo Pérez Rubalcaba ha anunciado la retirada, pero tiene que demostrar que no se va sólo para blindar la sucesión y evitar la pérdida de control de las primarias. Los primeros codazos de los posibles candidatos desacreditan todavía más a un partido que habla de poltronas. Mientras, los partidos emergentes tal vez cultivan la demagogia pero dan esperanza a la gente: los alternativos darán más sorpresas. El PP, por su parte, ha reivindicando sin autocrítica una victoria que ha llegado con la pérdida de dos millones y medio votos. Su crisis quizás será más lenta -el poder ayuda a aguantar-, pero también ha entrado en el remolino que lo acabará chupando.

El secretario de organización del PSC y alcalde de Cornellà, Antoni Balmón, declaró el martes a RAC1 que la prioridad de su partido “es aguantar”. No habló de dar esperanza a los ciudadanos ahogados por la crisis, ni se ofreció como refugio a los que se sienten inquietos por el difícil y trascendente proceso que vive Catalunya. ¡Limitó su ambición a aguantar! ¿Aguantar qué? ¿La estructura del partido? ¿Los cargos? Balmón es un hombre inteligente, buen alcalde, impulsor de políticas sociales de choque contra la crisis y antiguo abanderado de la sociovergencia como puente de diálogo entre dos Catalunyes con poca tendencia a colaborar en favor del interés general. Sólo el estado de shock postelectoral puede explicar su reacción y demuestra lo que espera a los partidos noqueados por las elecciones europeas.

España se había salvado de la destrucción de los partidos tradicionales. Ahora, el riesgo -algunos hablarán de esperanza- es muy real. Sólo una revolución interna los salvará. Tienen que hacer limpieza a fondo, abrirse a la sociedad, recuperar valores éticos, morales y humanísticos y dar respuestas concretas a los problemas urgentes de los ciudadanos. Pero también necesitan cambios formales más radicales: un nuevo perfil de dirigentes; uso de nuevos canales de participación; sustitución de las políticas de propaganda por las de comunicación y diálogo. Demasiadas cosas al mismo tiempo para la peor generación de líderes que hemos conocido. Si los partidos no responden a las grandes corrientes sociales, no hacen ninguna falta, se convierten en agencias de colocación. Este es ahora el retrato. Los grandes partidos no rectificarán: ya llevan el virus de la autodestrucción en la sangre.

Rafael Nadal

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