La espiral de muerte de Turquía

La serie de atentados terroristas que han azotado a Turquía en el último año hunden al país -alguna vez considerado un modelo democrático y secular para Oriente Medio- en una espiral de muerte en el preciso momento en que su pueblo votará una nueva constitución el mes próximo. El turismo -que anteriormente representaba más del 10% del PIB de Turquía- se está debilitando y la inversión extranjera directa va camino a desacelerarse considerablemente. Estas consecuencias se reforzarán mutuamente y producirán un círculo vicioso difícil de detener.

Los medios controlados por el gobierno y grandes franjas de la población en Turquía ven la mano perversa de Occidente en la situación crítica del país. Los observadores suelen culpar de la situación cada vez más delicada de Turquía a su incapacidad de reconciliar el Islam tradicional y las tendencias occidentales modernizadoras, así como a acontecimientos externos, como el conflicto en Siria. Pero las decisiones del presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, también han contribuido a que Turquía resulte tan vulnerable al terrorismo.

La primera decisión de este tipo que tomó Erdoğan, motivada por su deseo de ver colapsar el régimen del presidente sirio, Bashar al-Assad, fue permitir que combatientes, incluidos reclutas de Estado Islámico, atravesaran la frontera sur de Turquía para ingresar a Siria con relativa libertad. No supo ver plenamente el peligro que estos combatientes representaban para la propia seguridad de Turquía, en especial porque muchos de ellos se sumaron a grupos asociados a islamistas que son tan hostiles a Turquía como a Assad.

La segunda decisión fatídica de Erdoğan fue relanzar una guerra civil intermitente con la población kurda de Turquía. En los primeros años de su presidencia, Erdoğan se acercó a los kurdos y más o menos logró frenar las hostilidades activas.

Pero, en junio de 2015, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP por su sigla en inglés) de Erdoğan perdió su mayoría parlamentaria, lo que llevó al presidente a reanudar una hostilidad manifiesta con los rebeldes del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK por su sigla en inglés). La jugada de Erdoğan le permitió al AKP recuperar una mayoría parlamentaria en una elección anticipada ese mes de noviembre, pero al costo de reabrir la caja de Pandora de la guerra civil.

A pesar de estas dos decisiones, las fuerzas de seguridad turcas podrían haber seguido protegiendo al país del terrorismo tanto islamista como kurdo. Pero una tercera decisión no lo permitió: Erdogan eligió romper relaciones con Fethullah Gülen, el clérigo expatriado cuyos seguidores influyentes -el llamado movimiento Hizmet- durante muchos años había estado entre los aliados más importantes de Erdoğan.

En el transcurso de aproximadamente seis años, los gülenistas habían ayudado a Erdoğana expulsar a los cuadros militares y policiales (entre muchos otros empleados del sector público) que eran leales a los ideales seculares y nacionalistas turcos, y no a su propio islamismo blando. Pero, en 2013, Erdoğan, bajo la sospecha de que los gülenistas habían comenzado a complotarse en su contra, comenzó a hacerles frente.

El intento de golpe de corto aliento que tuvo lugar en julio pasado alentó a un Erdoğan vengativo a organizar una purga masiva de los servicios militares y de seguridad. Si bien tiene sentido que un gobierno procese a quienes han intentado derrocarlo, Erdoğan llevó las cosas mucho más allá y persiguió a todo aquel que pudiera tener la más mínima conexión con Gülen. En el proceso, debilitó seriamente la capacidad de la policía y del ejército de Turquía.

En un momento en que las amenazas de los grupos islamistas y kurdos se intensificaban, era lo último que necesitaba Turquía. Quizás Erdoğan debería haber recordado la purga por parte de Joseph Stalin del cuerpo de oficiales del Ejército Rojo a fines de los años 1930, que dejó a la Unión Soviética prácticamente indefensa y abrió el camino para que Adolf Hitler atacara en 1941.

Turquía hoy está absolutamente bajo el control político de un solo individuo -e incapaz de lidiar con las múltiples crisis que enfrenta-. Aún en el mejor escenario, Turquía resultará seriamente debilitada, y ya no podrá seguir ejerciendo el papel de liderazgo regional que desempeñó durante casi un siglo. En el peor escenario, la economía de Turquía colapsará, lo que enviará cantidades gigantescas de refugiados -inclusive sirios y otros que actualmente están en Turquía, así como a ciudadanos turcos- a Europa occidental.

No todos están consternados por el infortunio de Turquía. El presidente ruso, Vladimir Putin, probablemente esté más que contento con la transformación del país. Desde el punto de vista de Putin, los países más peligrosos son las democracias exitosas aliadas con Occidente. Turquía era precisamente eso: un país democrático y razonablemente próspero y un miembro de larga data de la OTAN, que no se detenía en su intento de profundizar sus vínculos con Occidente.

Ahora, Turquía se está convirtiendo en una autocracia económicamente debilitada, destruida por el terrorismo e incapaz de defenderse, mucho menos de ayudar a la OTAN a proyectar poder. Este es un sueño hecho realidad para Putin. (También son buenas noticias para Irán, el aliado de Rusia, que no puede ver con mejores ojos la desestabilización de su principal rival sunita no árabe en la región). Si la espiral descendente de Turquía genera una nueva ola de refugiados con rumbo a Europa, desestabilizando aún más a la Unión Europea, mucho mejor.

Esto no quiere decir que Putin haya planeado la ruina de Turquía. No fue necesario. Líderes como Erdoğan se sienten fácilmente atraídos por el tipo de dictadura moderna de Putin, que se basa en la desinformación y en las trampas de la democracia para impulsar el poder personal del gobernante. Todo lo que Putin tiene para ofrecer es inspiración y quizá cierto consejo de vez en cuando.

Más allá de Turquía, el presidente norteamericano, Donald Trump, parece igualmente enamorado de Putin. Veremos si Estados Unidos -con su fortaleza económica, su relativo aislamiento geográfico y sus instituciones fuertes- está mejor protegido que Turquía contra la influencia del ejemplo maligno de Putin.

Andrew Wachtel is President of the American University of Central Asia.

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