La estabilidad como fetiche

Por Helmut Schmidt, ex canciller de la RFA (LA VANGUARDIA, 24/03/05):

El euro es más estable que el dólar estadounidense, el yen japonés o el renminbi chino. No obstante, el pacto europeo de estabilidad y crecimiento se vive en Alemania con una inquietud artificiosa. Los promotores de la controversia son básicamente los mismos que hace unos años se opusieron a la moneda única, o que desde 1998 quieren acabar con el actual Gobierno alemán. Así pues, en un reciente debate celebrado en Kiel sobre el pacto de estabilidad, coincidiendo con las elecciones al Parlamento del land, el portavoz de la oposición le reprochó al Gobierno su "incumplimiento sistemático de la Constitución, así como la violación del tratado de Maastricht" sin poder documentar sus recriminaciones. Éste no fue más que otro ejemplo de los intentos por desacreditar la economía nacional alemana que vienen produciéndose desde hace una década.

En realidad no existe ningún peligro de que el actual déficit presupuestario de Alemania, ni de otros seis países del euro, amenace la estabilidad de la moneda única. Al contrario, la tasa de inflación es más bien normal en comparación con el resto del mundo, y el tipo de cambio del euro sube; en los mercados monetarios mundiales, el euro ha demostrado ser más que estable. Deberíamos preocuparnos mucho más por el desempleo masivo y constante en casi toda la UE y por los elevados déficit públicos que éste provoca. La situación requiere profundas modificaciones de las políticas del mercado de trabajo, las políticas sociales, económicas y fiscales, así como de la política presupuestaria en los estados de la UE. La pequeña y humilde Dinamarca, con diferencia, es el país que mejor ha acometido esta situación.

El pacto de estabilidad limita el déficit público anual a un 3% del PIB, y la deuda pública acumulada en total a un 60% del PIB. Esto, por sí solo, no es el mejor remedio. Una aplicación estricta podría resultar incluso perjudicial. Sin embargo, la Unión Europea sí ha ayudado a detener el exceso de déficit -como en el caso de Italia- o el exceso de deuda -como en el caso de Bélgica-, por lo que tampoco sería aconsejable abolir el pacto, sino implementarlo de una forma más flexible y económicamente más sensata.Afin de cuentas, sólo consta de disposiciones no vinculantes.

El pacto cuenta con más de ocho años de historia; la historia del euro, por el contrario, comenzó hace ya más de un cuarto de siglo, con el sistema monetario europeo (SME). La decisión de adoptar una moneda única se tomó en 1992, en el tratado de Maastricht. En él se prohibió también al Banco Central Europeo la concesión de créditos a estados e instituciones estatales. Con ello quedó excluida la creación de dinero en beneficio de los gobiernos. Los gobiernos están limitados a los créditos que reciben de ahorradores privados, empresas e institutos financieros. En vista de las altas tasas de ahorro (en Alemania, alrededor del 11% de los ingresos particulares disponibles), los déficit presupuestarios de los países de la eurozona casi son únicamente financiables gracias al ahorro privado. La situación es muy diferente en EE.UU., donde la tasa de ahorro privado sólo es del 1% y los exorbitantes déficit públicos deben financiarse principalmente mediante prestamistas extranjeros.

El pacto de estabilidad no surgió hasta cinco años después del tratado de Maastricht. No obstante, no tiene ni mucho menos categoría de pacto, sino que consiste tan sólo en una resolución y dos disposiciones; la altisonante palabra de pacto es engañosa. El convenio se firmó ante todo a instancias del Bundesbank, que en aquel entonces aún ejercía una supremacía de facto. Éste argumentaba que ante todo debía garantizarse la estabilidad de los precios de la moneda, de la cual se sentía el único responsable, mientras que se desentendía de toda corresponsabilidad sobre las consecuencias económicas de la unificación de Alemania, el desempleo, el crecimiento o la cuestión de la econo-mía exterior del país. Su política monetaria había obrado desde principios de la década de 1970 la constante revalorización del tipo de cambio del marco alemán en todo el mundo. El Bundesbank estaba orgulloso de la función del marco como moneda patrón en el SME y quería conservarla.

Sin embargo, el Gobierno de Kohl no siguió las recomendaciones del Bundesbank en dos cuestiones clave: en 1990, cuando estableció el fabuloso tipo de cambio de un marco oriental a un marco occidental en sueldos y precios -uno de los principales motivos de la caída de la economía en la antigua RDA y del constante déficit presupuestario elevado de la Alemania unificada-; y después, en 1992, cuando Alemania -desoyendo el consejo del Bundesbank- se adhirió a la moneda única. El euro y el Banco Central Europeo entraron en vigor en 1999 y con ellos acabó la supremacía del Bundesbank.

El Gobierno de Kohl impulsó el pacto de estabilidad con firmeza, aunque en 1997, cuando se firmó, la deuda total del Estado alemán se acercaba ya a la barrera del 60% y la nueva deuda neta, de un 2,7%, casi había alcanzado la barrera del 3%. Lo más apremiante, no obstante, era que ya no podía esperarse un próximo fin del desempleo masivo en la Alemania oriental.

La transferencia neta de medios públicos de los lander occidentales a los orientales constituye alrededor del 4% del producto interior alemán (este año, alrededor de 85.000 millones de euros). Teóricamente, si esta transferencia dejara de existir, ¡Alemania ya no tendría déficit! Para la barrera del 3% del presupuesto conjunto, naturalmente, se tienen en cuenta los déficit de todos los lander y los municipios; sin embargo, al Estado federal alemán no se le ha dado ningún instrumento constitucional con la ayuda del cual pueda limitar su déficit.

El pacto de estabilidad ha adolecido de errores desde un principio. Entre ellos se cuenta el objetivo esencial de lograr un presupuesto equilibrado de ingresos y gastos para todos los estados de la UE; esta meta impulsaría a la alza el tipo de cambio del euro frente a todas las monedas del mundo -con efectos negativos en la exportación y el empleo-. Estos pasados días 22 y 23 de marzo, los jefes de Estado y de Gobierno han querido lograr adaptar el pacto a la realidad, esto es, flexibilizarlo, y para ello es necesario establecer ciertas comparaciones: tanto EE.UU. como Japón presentan unos porcentajes de deuda muy superiores a las barreras del pacto de estabilidad europeo. Sus tasas de desempleo están muy por debajo de la media europea, mientras que sus tasas de inflación se corresponden más o menos a las nuestras. También deberían prestar atención a la dependen-cia de los mercados financieros globalizados. La deuda externa, sobre todo fuera de la eurozona y en especial a corto plazo, representa un riesgo mucho mayor que la deuda interna; sólo la deuda externa de EE.UU. asciende anualmente a más del 4% del PIB.

Los jefes de Gobierno deben considerar también los riesgos políticos del precio del petróleo. El actual pacto de estabilidad enseguida se vendría abajo ante una crisis de los precios del crudo similar a las dos que se produjeron en la década de 1970. Si -vista la insegura situación política de Oriente Próximo- los precios del petróleo (y del gas) se incrementaran de nuevo de una forma extrema, ¿seguirían teniendo validez las normas del pacto?Osi volviera a producirse una burbuja gigantesca en los mercados de acciones globalizados, como a finales de la década de 1990 con el auge de la nueva economía, y de nuevo una caída global, como en el año 2000, ¿podrían intervenir los gobiernos de la UE a cuenta de sus créditos? Ysi se produjeran reacciones psicóticas en masa, como en el Sudeste Asiático en la década de 1990, o incluso un crac mundial: ¿quién podría, quién debería intervenir en ese caso? El pacto de estabilidad europeo se formuló durante una situación económica mundial muy favorable. En auge y con crecientes ingresos tributarios, permite excesos fiscales; en depresión, por el contrario, fuerza una recesión. En ambos casos, intensifica las tendencias cíclicas sin proponérselo. El actual responsable de la política monetaria en Bruselas, el comisario Joaquín Almunia, expuso hace poco el ejemplo de Portugal, donde la implantación de un método para lograr un déficit conforme con el pacto "prácticamente ha llevado el país a la recesión".

Las multas con las que amenaza el pacto a cualquier Estado miembro deficitario son el colmo de la ridiculez procíclica. Si se quería multar, habría sido más sensato una restricción temporal del derecho al voto. ¿Cómo se podrían flexibilizar las disposiciones no vinculantes del pacto?

El Gobierno alemán ha preparado una serie de propuestas de diferente magnitud. En todo caso, ante la globalización de nuestras economías nacionales cualquier intento a medio plazo de obligar a que la conducta económica de parlamentos y gobiernos nacionales elegidos en las urnas adopte un sistema de normas con una formulación jurídica detallada no puede sino fracasar.

Teóricamente, en Europa ya hubo una vez una moneda única: el patrón oro, válido hasta el año 1914. En aquel entonces, el valor de todas las monedas nacionales estaba definido mediante una cantidad determinada de onzas de oro de determinados quilates. Puesto que la producción de oro crecía muy lentamente, la creación de dinero por parte de los bancos centrales estaba muy limitada. La cantidad existente de oro se correspondía con la masa monetaria. Los gobiernos no contaban con barreras monetarias en ninguna ramad e su política económica, pero tenían que encontrar prestamistas privados para la financiación de sus déficit presupuestarios. Cuando, con el paso del tiempo, el oro fue sustituido por papel moneda, los bancos centrales pudieron empezar a conceder créditos a sus gobiernos.

Así pues, en un primer momento se produjo un denso crecimiento de la masa monetaria, pero, por el contrario, no se estableció ninguna barrera para el déficit presupuestario.

El debate actual sobre el pacto de estabilidad nace de un problema similar: mientras que la masa monetaria del euro está regulada por el Banco Central Europeo, los gobiernos de los doce estados de la eurozona tienen relativa libertad en su política presupuestaria. Cuando un gobierno recibe excesivos créditos, o bien aumenta el riesgo y, por tanto, también el tipo de interés a largo plazo de sus propios préstamos, ya que cada Estado es el único responsable de sus deudas; o bien hace aumentar el interés de toda la eurozona. En la práctica, ambas cosas suceden a la vez. El pacto de estabilidad quiere ponerle dos frenos -bastante arbitrarios- a esto. Cuesta bastante concebir que la nueva deuda neta sea tolerable en un 2,9% del PIB de cada Estado, pero inaceptable en un 3,1%; e igual de incomprensible es que, en esa decisión, no sólo no se hayan tenido en cuenta los muy diferentes usos previstos para los créditos, sino sobre todo que el conjunto de magnitudes económicas de cada Estado no desempeñe ningún papel: ni la tasa de ahorro nacional, ni la tasa de inversión del presupuesto, la tasa de crecimiento, de inflación, de desempleo ni la de gastos sociales.

¿Qué nos queda? En el futuro podremos valernos de la experiencia de que los gobiernos no sólo cometen errores políticos, sino también económicos. Gravemente incorrecto ha sido el comportamiento fiscal de varios gobiernos japoneses o del Gobierno estadounidense de Bush hijo. Igualmente incorrecta fue la unificación económica de los dos estados alemanes, que hasta la fecha sigue sin haber resultado.Ynos queda que también los bancos centrales cometen errores.

¡Aunque todavía nos queda el euro! En la actualidad, la moneda única es un gran éxito; su tasa de inflación, su tipo de cambio y sus intereses a largo plazo no son nada desdeñables. Ninguno de los estados de la eurozona se retirará del sistema del Banco Central Europeo. También el mercado conjunto resistirá e irá uniéndose cada vez más, como quiera que se desarrolle el futuro político de la Unión Europea. Hoy en día, la UE ya es una potencia económica mundial. A la larga, los tres bancos centrales del euro, el dólar estadounidense y el renminbi chino, colaborando entre sí, tendrán la oportunidad de poner en orden de una forma sensata los mercados financieros globales, que están creciendo de manera desenfrenada. Cuando esto suceda, el actual pacto de estabilidad -que únicamente incumbe a la Unión Europea, y no al resto de las grandes fuerzas de la economía mundial- hará tiempo que habrá quedado relegado a un segundo plano.