La estrategia de contención cooperativa de Biden

Tras conocerse que el 9 de septiembre el presidente de los Estados Unidos Joe Biden tuvo una conversación telefónica con el presidente chino Xi Jinping, mucho se ha especulado respecto de su posible contenido. Biden negó que, como se dijo en un artículo periodístico, Xi haya rechazado una propuesta de reunirse en persona; y un representante del gobierno chino sólo aseguró que ambas partes «acordaron mantenerse en contacto por una variedad de medios».

Aun así, es evidente que la administración Biden está buscando una relación que permita manejar (por no hablar de resolver) las áreas de divergencia, y que al mismo tiempo haga posible una coordinación e incluso cooperación en áreas de interés compartido. Pero los chinos parecen decididos a vincular cualquier cooperación a que Estados Unidos haga concesiones. Según fuentes chinas, Xi usó la conversación para repetir una condición intransigente que encontró el enviado de los Estados Unidos para el clima, John Kerry, durante su reciente visita al país asiático: para esperar colaboración, Estados Unidos debe «respetar los intereses centrales de China».

La expresión «intereses centrales» es un eufemismo que se refiere a una creciente variedad de reclamos absolutistas de China sobre Taiwán y el Mar de China Meridional; también incluye la represión de los uigures en Xinjiang, de los budistas en Tíbet y de los disidentes en Hong Kong. China también insiste en una retirada unilateral de las sanciones comerciales estadounidenses, la anulación de restricciones a las exportaciones y que Estados Unidos deje de acusar al Estado chino de promover el robo cibernético y otros métodos ilícitos para la obtención de secretos industriales y datos personales de entidades estadounidenses.

Los chinos tampoco ocultan su decepción con la administración Biden. Después de la elección presidencial de 2020, la dirigencia china tenía grandes esperanzas de que Biden revirtiera las políticas de Donald Trump, lo que daría a China más margen y más tiempo para promover su agenda económica y de política exterior; pero una combinación de dureza retórica estadounidense, reuniones conflictivas, la firme oposición de Estados Unidos en cuestiones clave y la decisión de Biden de mantener los aranceles, mientras avanza lentamente una revisión de la política estadounidense para China, anuló dichas esperanzas. El malestar de China es tan evidente como su autocomplaciente convicción de que su estrella está en ascenso mientras cae la de Occidente.

Sin embargo, la decisión de Biden de contactar a Xi y procurar una reunión en persona fue acertada. Las relaciones se han deteriorado al punto que las dos mayores potencias del mundo ya no tienen básicamente canales directos confiables para la comunicación oficial. Además, la consolidación del poder político en manos de Xi parece haber reducido incluso a altos funcionarios chinos a la condición de meros aplaudidores, de modo que es improbable obtener resultados hablando con alguien que no sea Xi.

Independientemente de que Xi haya rechazado o no la reunión, diversos factores dificultan un hecho de esa naturaleza antes de fines del año entrante, que es cuando tendrá lugar el 20.º Congreso del Partido Comunista de China y en Estados Unidos habrá elecciones intermedias. El Congreso del PCCh será un momento crucial para Xi, que está decidido a conseguir que la asamblea le dé otro mandato y lo eleve a una condición similar a la de Mao. Y está muy interesado en el resultado de la elección legislativa estadounidense, que puede reforzar o debilitar la posición de Biden. Pero hay dos fobias de los chinos que actúan como factores principales contra la realización de la reunión: el temor a que su líder se contagie la COVID‑19 y el riesgo de escándalo si una cumbre decisiva terminara mal.

Algunos en China aseguran que el intento de acercamiento de Biden a Xi revela la debilidad de Estados Unidos, según la teoría de que Estados Unidos necesita a China más que viceversa. Este argumento nacionalista se inscribe en una pauta más general que muestra a China aprovechando cualquier instrumento a su disposición (desde el acceso a los mercados hasta las vacunas contra la COVID‑19) para aumentar su influencia sobre otros países.

Pero imaginar un Estados Unidos débil y suplicante es un error. Lo único que hizo la administración Biden fue abrir un muy necesario canal de comunicación; no ofreció ninguna de las concesiones unilaterales sustanciales que al parecer esperan los «lobos guerreros» (los halcones de la política exterior china). Después de la conversación telefónica con Xi, el gobierno de Biden reanudó una diplomacia asertiva en conjunto con los socios de Estados Unidos en Europa y la región indopacífica.

Por ejemplo, una semana después de la llamada, Biden anunció la creación de AUKUS, una nueva alianza trilateral de seguridad entre Australia, el Reino Unido y Estados Unidos. Dejando a un lado la irritación provocada a los franceses, la decisión de compartir tecnología nuclear submarina de los Estados Unidos con Australia trasciende una mera declaración de alineamiento estratégico.

Además, esta semana Biden será el anfitrión de la primera reunión en persona de los líderes del «Quad» (el cuadrilátero de naciones formado por Estados Unidos, la India, Japón y Australia); y el 29 de septiembre, se celebrará en Estados Unidos la primera reunión del Consejo de Comercio y Tecnología, un organismo de nivel ministerial creado en la cumbre de junio entre Estados Unidos y la UE. Con estas reuniones no sólo se cumple la promesa de Biden de encontrar formas creativas de colaborar con socios y aliados; también promueven los objetivos gemelos de potenciar la seguridad colectiva y proveer beneficios concretos a otras partes.

Es probable que la cumbre del Quad sea todavía más fructífera que la reunión virtual de marzo en la que el agrupamiento lanzó una importante iniciativa de distribución de vacunas contra la COVID‑19 en el sudeste de Asia (que luego se vio dificultada por un grave brote en la India). Los cuatro países han estado elaborando estrategias de colaboración concretas en una variedad de ámbitos, sobre la base de sus capacidades combinadas en ciencia, tecnología, educación, transporte y muchos otros sectores importantes para la región.

No sorprende que los chinos hayan criticado la reunión del Quad y declarado que está «condenada a fracasar». Pero el Quad ya evolucionó mucho desde su torpe y basta retórica antichina de tiempos de Trump. Su potencia ahora deriva de un nuevo principio organizador centrado en la colaboración para la provisión de bienes regionales y globales. Todo indica que el gobierno de Biden está reimaginando el acuerdo como un instrumento para ganarse el apoyo de otros países mediante la provisión de ayudas que China no quiere o no puede darles.

Es una estrategia inteligente para relacionarse con países asiáticos que están buscando un modo de navegar entre China y Occidente sin quedar en medio del fuego cruzado. Los cambios en el Quad, combinados con los gestos de Biden hacia Xi, son una contundente refutación del intento de China de presentarse como la ofendida víctima de un Estados Unidos injustamente hostil.

Persiguiendo a China no se hubiera conseguido una cumbre, o al menos, no una cumbre que permita avances significativos. Pero la creación de una red internacional para la colaboración constructiva en temas que son del interés real de los países de la región indopacífica es una acción valiosa en sí misma. Biden le está recordando a la región que hay opciones aparte de China, y sentando las bases para una muy demorada relación bilateral más equilibrada.

Daniel Russel, a former assistant secretary of state for East Asian and Pacific affairs, is Vice President for International Security and Diplomacy at the Asia Society Policy Institute. Traducción: Esteban Flamini.

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