La estrategia del acompañamiento

Cada persona trata de construir su presente y su futuro, su mejor imagen, sobre la base de lo que oculta del pasado. Lo decía de otro modo Harold Bloom en La ansiedad de la influencia (1973), cuando explicaba que cada uno de nosotros, a la hora de afirmarnos, elegimos a nuestros antepasados, a nuestros antecesores. Unos ocultan el origen social de la familia o el pueblo donde han nacido, otros cambian un apellido no bien visto en una comunidad autónoma, o una pertenencia política que ahora no conviene, en fin, detalles del arte del camuflaje que dicen mucho de lo que uno es. O de lo que uno aspira a ser.

Pues estos sombreados son delicadas operaciones de reconstrucción que tienen una importancia substancial a la hora de aclarar actitudes y explicar nuestros temores más profundos. A los pueblos, a las naciones, les pasa lo mismo. Así, la Bolivia de Evo Morales acaba de comenzar una de estas operaciones de cirugía histórica el pasado 16 de julio, excluyendo el criollismo en favor del indigenismo, con motivo de los festejos de la independencia del país.

En este escenario, ya en mayo se presentó en Madrid, en Casa de América, la política española de cara a los actos de los Bicentenarios de las Repúblicas Americanas que se van celebrar hasta el 2021. Contó la ceremonia con la presencia de los Reyes, los Príncipes, el presidente del Gobierno con varios de sus ministros, Felipe González en calidad de embajador para los Bicentenarios, además de altos representantes de las repúblicas otrora rebeldes. Tamaña concentración de institucionalidad indica que estamos ante fechas que sin duda tocan fibras sensibles, tal y como sucedía con la otra fecha mitológica, la de 1992, asumida ésta por España con diferente actitud.

Miguel Ángel Bastenier, conmilitón en el Grupo que el Instituto Elcano dedicó a los Bicentenarios, ilustró esta presentación en un artículo titulado Bicentenarios y autocrítica. Bastenier, por una parte, hablaba de la sabia cautela de nuestro ministro Moratinos a la hora de "sólo pretender acompañar a las naciones, hermanas, primas o sobrinas, sin buscar protagonismo alguno". Por otra, recogiendo una idea que el propio Bastenier ya había presentado al Grupo de Trabajo, hablaba de la necesidad de autocrítica: "España ha de saber reconocer los horrores de la conquista; no el genocidio que trompetea Chávez, porque no hubo plan de exterminio, y el siglo XVI no es el XXI, pero la evangelización y la rapiña de riquezas a sangre y fuego son episodios cuya extrema crueldad no fue fruto del azar".

Esta sabia cautela que llamaré aquí "estrategia del acompañamiento", es la que se ha impuesto en los pasillos de la Comisión Nacional de los Bicentenarios y de nuestro servicio exterior. Vendría a decir que, ante la dificultad del tema (puesto que esas naciones se independizan no en abstracto, sino de España y luego un periodo largo y emotivo como son las llamadas guerras patrias), ante la variedad de Gobiernos actuales (algunos hostiles) y tendencias a la hora de abordar estos hechos (véase ese esbozo de autocrítica arriba sugerido por el propio Bastenier), y ante el auge, en fin, del populismo y neo-indigenismo como corrientes sociales, lo mejor es mantener un perfil bajo, de "acompañamiento" en aquellos actos y ceremonias que son ellos los que tienen que organizar y allí donde España no tiene que significarse demasiado ni menos aún asumir ningún protagonismo.

De este modo, el protocolo bien ajustado al máximo del catenaccio (estrategia de cerrojo), la proverbial cortesía y el respeto que imponen la Familia Real y el detalle de haber nombrado al amigo latinoamericanista Felipe González como embajador plenipotenciario para estos eventos deberían bastar para amortiguar los golpes que puedan caer durante los festejos. Así desarrollada, la estrategia del acompañamiento se revela como una estrategia del "corramos un tupido velo", de claro bajo perfil.

Pues bien. Sin que eso esté mal, a modo de lenitivo, algunos pensamos que España debe hacer algo más, y decirlo, tal y como se hizo en 1992, y que está más que legitimada para abordar estos hechos desde perspectivas frescas, concitando nuevas metáforas sustitutivas de estas visiones críticas. Urge una estrategia sin complejos de lo americano, y urge un discurso que la acompañe. Es más, la actual crisis global ha dejado claro cuáles son los intereses objetivos de España y dónde en verdad se juegan los cuartos nuestras empresas, y dónde equilibran sus balances. Está bien jugar a ser potencia mundial en todos los escenarios. Pero un contrato como el del Canal de Panamá se gana, además de por la capacitación técnica, porque España en la región significa muchas cosas. Y las tiene que seguir jugando, y más precisamente con un Gobierno como éste.

En 1992 se realizó un ensayo para superar los viejos extremismos y podemos decir que España adoptó un papel diligente a la hora de formular debates e imponer agendas. Fue aquél un experimento atrevido ante dificultades parecidas, si no mayores. España no se quería entonces autorrepresentar como la heredera de los valores de los encomenderos y de los veedores venales, sino como la abanderada de los fundadores de los derechos humanos Bartolomé de Las Casas o Francisco de Vitoria. De igual modo, nuestra participación en los Bicentenarios será del todo estéril si sólo sirve para revivir polémicas batallitas y heroicidades de lo que fue por lo demás un conflicto civil. Por eso apunto, aunque parezca raro, que los bicentenarios, desde el punto de vista de las estrategias de diplomacia pública de España que aquí nos ocupan, no tienen nada que ver con la historia sino con el mensaje de integración que debemos pasar ya en pleno siglo XXI. Y por eso mismo, la sabia cautela como estrategia se revela como insuficiente. Parafraseando a Barack Obama, no podemos aceptar que la historia o nuestro destino sean escritos para nosotros, sino por nosotros.

Tiene España una nueva ocasión de elegir con quién está, con quién hace política de largo recorrido, ya que la ocasión de la conmemoración de los Bicentenarios de las Repúblicas Americanas nos brinda una oportunidad para realizar un esfuerzo de política americana. Bien están las asias por ganar y los medios orientes por perder y otras ínsulas aún más lejanas. Pero no olvidemos dónde está el terreno seguro donde España sí juega un papel determinante que otros no pueden jugar. Y por ello resultaría aconsejable que España elaborase primero un discurso unificado de lo que quiere decir y luego, ya que en función de ello, se racionalice la inversión de recursos humanos, técnicos y dinerarios.

Los bicentenarios permiten retomar el discurso de la ilustración española y americana, entroncando estos eventos con la tradición del liberalismo y la Constitución de 1812. En este punto citemos a Octavio Paz, cuando indicaba que la tarea pendiente de España, una vez que había redescubierto con entusiasmo su vocación europea, consistía en redescubrir su vocación americana, algo que beneficiaría a España como parte de una Europa unificada. Por tanto, anticipo que lo que se haga con motivo de los bicentenarios, si somos capaces de hacerlo con efectividad, tiene que estar al servicio de una nueva estrategia de relación con lo americano.

Pues somos todos, españoles y americanos, los que nos independizamos en su día de las cadenas del pasado, y de lo que representó el Rey Felón. Y somos todos, juntos, los que debemos forjar un nuevo entramado de retos y metas de intereses estratégicos comunes. Y del mismo modo que en 1992 el énfasis no se puso en la narrativa de conquistas y hazañas, se trata ahora de reemplazar unas ficciones axiomáticas por otras, para decirlo con George Steiner, ya que, al fin, la ficción de lo que fue nuestro pasado en común vendrá reconstruida por el enfoque con el que abordemos nuestro futuro. Urgen nuevas metáforas alternativas que expliquen nuestro futuro en común y que deberán orientarse a pasar un mensaje moderno de cooperación y de integración preferencial. Ése será el mejor regalo del Bicentenario. Pongámonos a ello.

José Tono Martínez, escritor, antropólogo y doctor en Filosofía.