Por Antón Losada, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela (EL PERIÓDICO, 18/04/06):
Dos años después de un suceso feroz que Borges definiría sin duda como el episodio más cruel de la historia universal de la infamia, algunos empezamos a padecer la sensación de vivir como aquel personaje de la película de Bill Murray que se levantaba cada día para vivir la repetición exacta del mismo Día de la marmota. Da igual que la policía progrese en sus investigaciones y vaya desmontando con la pulcritud del relojero la maquinaria de la teoría de la conspiración de la txapela y el Corán. Resulta irrelevante que el juez Juan del Olmo sume discreta y tenazmente más y más páginas a un sumario contundente donde deja poco espacio para la duda y la especulación sobre la autoría --intelectual o de la otra-- y motivos del 11-M. Es insustancial que cada nuevo episodio de supuestas revelaciones presuntamente periodísticas dejando al descubierto la verdadera trama de los atentados de Atocha, derive inevitablemente en un esperpento donde cuesta trabajo discernir qué molesta más, si el intento de tratarnos a todos como idiotas o lo miserable del sujeto y el objeto de semejantes especulaciones.
Nada, por supuesto menos aún la mismísima realidad, aparta al grueso del liderazgo del principal partido de la oposición y a una parte de los medios de comunicación de este país de su empeño por hacernos vivir a todos para siempre en la pesadilla de una especie de eterno día después del 11-M. Cada nueva jornada, nos levantamos con Pedro J. Ramírez, Jiménez Losantos, Martínez Pujalte, Acebes y Zaplana percutiendo las mismas frases y eslóganes desquiciados, sembrando las mismas oscuras y delirantes sospechas sobre las verdaderas motivaciones de todo aquel que no comparta su verdad de la conspiración.
ESTE ESFUERZO tan irracional fue imputado por algunos durante los primeros meses al evidente trauma que supuso para una parte del sistema un resultado electoral negativo, cuando ya habían descontado varias veces la victoria. Porque de eso se trata y es lo que realmente importa: ajustar cuentas por el inaceptable resultado del 14-M. Dos años después, resulta diáfano que la hipótesis del trauma decae. Nos encontramos ante una estrategia consciente y planificada que se ejecuta cada día con disciplina franciscana. Una estrategia de zapador consistente en ir colocando cargas de profundidad en algunos de los pilares de un sistema que ya ni les gusta ni les vale, simplemente por la razón de que ya no lo gobiernan. No son actores antisistema al uso. Es el sistema quien se equivoca. Su intención no es destruirlo, sino arreglarlo para que funcione correctamente, como tiene que funcionar. Para que la gente vote lo que tiene que votar, los jueces dicten las sentencias que tienen que dictar, y los gobernantes adopten las decisiones que tienen que tomar.
La lógica del zapador se revela tan sencilla como demoledora. Se sostiene sobre dos principios contundentes. El primero consiste en no permitir nunca que la realidad te estropee un buen titular y menos aún una buena acusación. El segundo se resume en decretar que quien disienta de la evidencia proclamada de que los atentados de Atocha fueron una conspiración universal para impedir la merecida victoria electoral del aznarismo aún sin Aznar, o es un corrupto capaz de venderse por un ascenso o un puñado de euros, o es un mentiroso carente de los principios y valores mínimos, o es un socialista sectario o, peor aún, Pepe Blanco, o peor todavía, un nacionalista enemigo de España.
Del patético espectáculo protagonizado por la famosa mochila y sus presuntos trajines, la virulenta reacción ante el sumario del juez o la caza de brujas desatada contra Rubalcaba, lo más preocupante no es tanto que Rajoy haga el ridículo lanzándose a un pozo sin fondo de especulaciones. Produce más inquietud el daño que conscientemente se pretende causar en la misma línea de flotación del sistema que regula nuestra convivencia. En la lógica de los zapadores, hace tiempo que ya no se trata de esclarecer tal o cual hecho o conexión en la siniestra historia de los atentados. Hace tiempo que el objetivo reside en acreditar la validez de una cadena de afirmaciones conducentes indefectiblemente a la deslegitimación no ya del resultado electoral, sino a la condena por ruina y derribo del conjunto del sistema.
LA SECUENCIA que se pretende detonar arranca convirtiendo a la policía en espías durmientes desde la época de los GAL ahora activados por sus antiguos jefes. Luego presenta a los jueces como sicarios siempre al servicio del poder de turno, capaces de retorcer la ley hasta convertirla en contorsionista de circo. Continúa situando a una parte de los medios de comunicación como cómplices y encubridores de los crímenes de este Estado y varios estados más que puedan quedar cerca y cuadrar bien.
Finaliza con la revelación suprema que acredita hasta qué punto alguien va a tener que hacer algo si queremos impedir el desastre: nuestra democracia está en peligro porque ahora la gobiernan ilegítimamente sus enemigos, y con el único fin de destruirla. Los millones de votos que sostienen la mayoría actual, los avances en la investigación, las pruebas y evidencias que jueces y policías van aportando, sólo son argumentos aún más rotundos y jugosos para realimentar la estrategia del zapador: el sistema está mal, funciona mal y es malo porque no lo gobierna quien lo tiene que gobernar, porque así debe ser. Básicamente, ellos.