La estructura de una revolución diplomática

Han pasado casi 60 años desde que el filósofo e historiador Thomas Kuhn escribió su influyente libro La estructura de las revoluciones científicas. La tesis de Kuhn era simple pero herética: los avances en la ciencia no ocurren a través de la acumulación gradual de pequeños cambios en el pensamiento existente, sino más bien a partir de la aparición repentina de ideas radicales que hacen que los modelos existentes sean reemplazados por algo fundamentalmente diferente. Como sucedió cuando los astrónomos determinaron que la tierra gira alrededor del sol y no al revés, estos “cambios de paradigma” introducen un modelo enteramente nuevo que se convierte en la base de un estudio científico y una experimentación “normales” hasta que también es reemplazado.

Menciono a Kuhn porque su idea es tan relevante para las ciencias sociales como lo es para las ciencias naturales. El ejemplo que tengo en mente es el Oriente Medio contemporáneo, donde el paradigma actual entre Israel y sus vecinos ha prevalecido durante más de medio siglo.

Casi todo lo que se dijo y se escribió sobre la cuestión refleja el resultado de la Guerra de Seis Días de junio de 1967, que dejó a Israel en control de territorios que anteriormente habían pertenecido a Jordania (Jerusalén Este y Cisjordania), Egipto (la Península del Sinaí y Gaza) y Siria (los Altos del Golán). Desde entonces, el modelo diplomático “normal” (consagrado en la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y las resoluciones subsiguientes) ha asumido que Israel negociaría este territorio a cambio de seguridad y paz.

Durante un tiempo, el paradigma parecía tener validez. Israel devolvió el Sinaí a Egipto, permitiendo que los dos países firmaran un acuerdo de paz que ha perdurado hasta el día de hoy. Años más tarde, Israel y Jordania normalizaron su relación. Las negociaciones entre Siria e Israel estuvieron cerca de llegar a buen puerto, pero fracasaron al final, en gran medida porque el presidente de Siria, Hafez al-Assad (el padre del actual presidente sirio, Bashar al-Assad) no estaba dispuesto a firmar un acuerdo.

Ya no es posible imaginar conversaciones de paz, mucho menos acuerdos, entre el gobierno de Assad y el del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. El gobierno israelí anexó hace mucho tiempo los Altos del Golán y ahora el gobierno de Assad depende cada vez más del archienemigo de Israel, Irán, para su supervivencia y, en lugar de negociaciones, vemos cómo Israel ataca a las fuerzas y equipamiento iraníes en territorio sirio.

El progreso diplomático entre Israel y los palestinos es igualmente difícil de imaginar. No siempre fue así. Las negociaciones en muchas ocasiones estuvieron a punto de establecer un estado palestino junto a Israel bajo términos que ambos lados podían aceptar. Pero, a último minuto, los líderes palestinos se echaron atrás. Temían que aceptar menos de lo que habían reclamado históricamente para Palestina los tornara políticamente vulnerables ante los intransigentes que creían que el acuerdo era innecesario porque el tiempo y la opinión mundial estaban del lado de los palestinos.

Éste fue un error histórico. Lo que se ofrecía en el pasado ya no existe. La política israelí ha virado decisivamente hacia la derecha. Los asentamientos judíos en Cisjordania han crecido drásticamente en términos tanto de superficie como de población. Netanyahu explícitamente prometió durante la reciente campaña electoral iniciar la anexión de Cisjordania. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cuya administración trasladó la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén y revirtió casi 40 años de política norteamericana al reconocer la autoridad de Israel en los Altos del Golán, bien puede respaldar una mayor anexión israelí.

Gran parte del mundo se ha cansado del conflicto. Muchos gobiernos árabes, más temerosos de Irán o de las amenazas internas que de Israel, están dispuestos a trabajar silenciosamente con Israel y, en algunos casos, abiertamente. Las rupturas al interior de la conducción palestina están exacerbando las persistentes divisiones sobre qué pedirle a Israel y qué aceptar.

La administración Trump bien puede revelar una iniciativa de paz en este contexto. Pero es poco probable que su propuesta aborde las cuestiones territoriales, políticas o de refugiados que son centrales para la creación de un estado palestino. Es más factible que un plan de Trump se centre en ofrecer incentivos económicos a los palestinos en un esfuerzo por alentarlos a llegar a un acuerdo, algo que poco probablemente tenga éxito.

El futuro más factible, por ende, no va a cambiar mucho. Los palestinos seguirán teniendo una autonomía limitada en partes de Cisjordania y Gaza. En algún momento (del que estuvimos cerca, aunque no lo alcanzáramos), el potencial de un estado palestino viable dejará de existir.

Todo esto plantea un riesgo también para Israel. Existe una tensión irresoluble entre Israel como estado judío y estado democrático si sigue ejerciendo un control político sobre millones de palestinos que no son ciudadanos israelíes. Evitar esta elección y mantener el status quo frustrará a los palestinos y aislará cada vez más a Israel en la región y en el mundo (especialmente si se produce la anexión).

Algunos dirán que este análisis es demasiado desolador. Espero que tengan razón. Pero, aún si la tuvieran, los beneficios del progreso entre israelíes y palestinos no se propagarán. Estrechamente vinculada al paradigma de territorio a cambio de paz estaba la idea de que, al introducir la paz entre Israel y sus vecinos árabes, un acuerdo palestino-israelí permitiría que la región floreciera. Pero resolver el conflicto palestino-israelí no pondrá fin a la guerra civil en Siria o a la masacre en Yemen, no recortaría las ambiciones nucleares de Irán, no disuadiría a los líderes de Arabia Saudita y no mejoraría la situación de represión y corrupción que son moneda corriente en toda la región.

De manera que aun si el conflicto palestino-israelí terminara, no sucedería lo mismo con los problemas de Oriente Medio. Y no existe ningún motivo para predecir que el conflicto palestino-israelí vaya a terminar. Es hora de un cambio de paradigma en la manera en que pensamos sobre Oriente Medio, no porque se haya presentado un modelo diplomático mejor (no es el caso), sino porque el paradigma actual está cada vez más en conflicto con la realidad.

Richard N. Haass, President of the Council on Foreign Relations, previously served as Director of Policy Planning for the US State Department (2001-2003), and was President George W. Bush's special envoy to Northern Ireland and Coordinator for the Future of Afghanistan. He is the author of A World in Disarray: American Foreign Policy and the Crisis of the Old Order.

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