La ETA de siempre

Por Álvaro Delgado-Val, escritor (ABC, 18/02/05):

Casi todos los humanos padecen alguna suerte de vanidad. Unos se creen listos, otros seductores, otros están encantados con la ropa que lucen o con la gracia con que se les empina, por encima de la frente, un mechón de cabello, infinitamente trabajado frente al espejo. Yo, qué se le va a hacer, también padezco vanidades. No se cuenta sin embargo entre ellas, pueden creerme a ojos cerrados, la de ser un agudísimo analista político. Carezco de intuiciones contundentes, y no disfruto, ni de lejos, del don de la presciencia. De resultas, propendo a la perplejidad antes que al aplomo en el diagnóstico, máxime cuando, como sucede en el caso vasco, las fichas están dispersas sobre el tablero y son borrosas o poco legibles las reglas de juego. Los últimos arrestos de etarras, y la confirmación absoluta de que la banda ha decidido matar de nuevo, corroboran a muchos en su pesimismo, pero también refutan, o al menos alteran, la composición de lugar que de un tiempo a esta parte se habían hecho personas competentes y soberbiamente bien informadas sobre lo que se cuece en las tres provincias.

Permitan que, empleando la técnica del travelling, retroceda tres o cuatro semanas, hasta situarme en el instante en que arreciaban los rumores sobre un intento negociador del Gobierno con los terroristas. Se oyó la historia siguiente, que compendio según llegó, literalmente, a mis oídos. Uno: ETA, gracias a la política antiterrorista de Aznar, está desahuciada y anda buscando la manera de convertirse en un partido radical aunque no delincuente. Para entendernos, en una suerte de ERC vasca. Dos: ETA quiere protagonizar el proceso de paz sin interferencias peneuvistas. Tres: ETA no ha iniciado una nueva alianza con el PNV mediante los tres votos que han puesto en marcha el plan Ibarreche. Más bien, ha engrasado el tobogán para que Ibarreche se estrelle en Madrid. ¿Qué vendría luego del naufragio de Ibarreche? Una debacle peneuvista que ETA, embalada hacia la paz, intentaría capitalizar de modo semejante a como ERC ha capitalizado la caída de CiU.

Evidentemente, esta lectura estaba equivocada. La tesis de que ETA avalora su caché asesinando poco antes de sentarse a negociar, sin ser falsa, desplaza indefinidamente cualquier componenda negociadora. ¿Por qué? Porque es obvio que Zapatero se habría quedado sin libertad de maniobra para iniciar un tanteo, después de una cosecha de sangre en Valencia o dos o tres ejecuciones operadas con un rifle de mira telescópica. Resulta más razonable suponer que ETA no perseguía su reconversión sino que claudicara el Gobierno, y que ha vuelto a las andadas en vista de que las cosas no han salido como ella pensaba. Esto dicho, permanecen en pie varias incógnitas. Todas se relacionan con el plan Ibarreche, y con las actitudes que frente a él es probable que hayan asumido, desde orillas opuestas, el Gobierno y los terroristas.

Reparemos primero en el Gobierno. Lo que voy a decir a continuación es puramente conjetural, y no está apoyado en filtraciones o información excusada. Sólo en el sentido común. Me preocupó, durante el debate parlamentario sobre el plan Ibarreche, que Zapatero ofreciera indicios de no descartar, como vía de regreso del drama vasco, una superación del Estatuto de Guernica. Esto es, un arreglo que, sin obligar a una reforma agravada de la Constitución, reforma irrealizable sin el concurso del PP, dilatara las holguras autonómicas de Vitoria mucho más allá de lo prudente. Preocupaciones aparte, existían razones para comprender -lo que no es lo mismo que aprobar- esta estrategia. En efecto, Ibarreche ha echado un órdago. Ello le abre a tres horizontes: o hacer buena su palabra y llegar hasta el fondo, o perecer en el empeño, o agarrarse a una coartada aparatosa para dar marcha atrás sin perder la cara. Perecer en el empeño significa obtener un mal resultado en las autonómicas. Hagamos la hipótesis, sin embargo, de que las autonómicas le salen bien. En principio, tendría que convocar su referéndum ilegal. Los optimistas han sostenido que la respuesta adecuada consistiría en recurrir al Tribunal Constitucional. O han observado que el referéndum no se podría convocar por la dificultad de constituir las mesas, y todo eso. Esto se me antoja, antes que optimismo, escapismo puro. Un señor que convoca un referéndum ilegal para separarse del Estado no puede sentirse impresionado por lo que dictamine el garante de la legalidad estatal. Y en cuanto a las dificultades técnicas, son eso, técnicas, y por lo mismo, vadeables mediante técnicas alternativas.

En resumen: la única reacción eficaz, si ruedan mal los dados y ocurre la desdicha de que Ibarreche va a por todas, es el uso legítimo de la fuerza. Y a Madrid le aterra esta perspectiva. Primero, porque hacer uso legítimo de la fuerza no es lo mismo que apretar un conmutador. No es excluible que surjan complicaciones, e incluso naufragios. Segundo, porque la aplicación del 155, o lo que fuere, reforzaría a ETA extraordinariamente. Tercero, por la propia situación política del Gobierno. No se podría ir por el camino de la fuerza sin rehacer el sistema actual de alianzas, dando de lado a ERC -y no sólo a ERC- y trabando un acuerdo con el PP sobre bases duraderas. La tentación de pastelear ha podido ser, en consecuencia, grande. Y aquí reaparece ETA. El proceso de paz no sólo habría servido a Zapatero para justificar ante la opinión cesiones poco asumibles en otras circunstancias, sino que, mirado el asunto desde la perspectiva peneuvista, hubiera dado cobertura a una rectificación de Ibarreche. La paz es una palabra talismán, y utilizada con habilidad, irresistible.

Este panorama se ha disipado. O el Gobierno se ha echado atrás luego de sopesar costes, o a ETA se le ha ido la olla, o se ha llegado a la conclusión de que Ibarreche es un caballo desbocado que no hay modo de embridar. O todo a la vez. Las preguntas, sin embargo, no concluyen aquí. De la composición de lugar que se ha criticado antes, hay una porción todavía salvable. Por las trazas, ETA no está dispuesta a poner viento en las velas de Ibarreche. La declaración de que las autonómicas son ilegítimas habida cuenta de que no podrá participar en ellas HB, no es compatible con una movilización del electorado radical el día de las elecciones. Y la idea de atentar mortalmente tampoco favorece al lendakari. Una cosa es la autodeterminación tras la declaración de una tregua, y otra la autodeterminación después de haberse humillado el PNV ante una punta de criminales que tornan a afilar las armas. Existe mucho votante nacionalista de carácter clientelar, y también mucho votante que, siendo nacionalista de corazón, aprecia la buena vida y no ve con tranquilidad que su único garante en el futuro sean esos señores de boina roja que dirigen el tráfico y propenden a la pasividad cuando es cuestión de detener a un terrorista. Si ETA quisiera ponerle un palo entre las ruedas a Ibarreche, seguiría haciendo lo que en este momento está haciendo.

¿Se reconstruirá la comunión nacionalista de aquí a las elecciones? Lo ignoro por completo. En esta fase de caos integral, sólo han acertado quienes afirman, ominosamente, que lo único que sabe hacer ETA es matar.