La ética de los banqueros

EL capitalismo de libre mercado se ve permanentemente asediado por un doble ataque de la izquierda: no es muy eficaz, como demuestran las crisis periódicas, y no es ético, como evidencia la desigualdad de rentas. Bien, la historia ha demostrado que el capitalismo de libre mercado puede ser imperfecto, pero sin duda es más eficaz que cualquier invención económica alternativa. Incluso después de la crisis financiera de 2008, ningún líder racional ni ningún economista iluminado proponen sustituir el libre mercado por el socialismo. Los incoformistas populistas como Joseph Stiglitz o Paul Krugman abogan por una mayor regulación, pero no son socialistas. Sin embargo, las críticas desde una perspectiva ética no terminan. No ahondaremos en el reciente éxito del historiador neomarxista francés Thomas Piketty, que, obsesionado por el 0,1 por ciento superrico, ha demostrado que no es capaz de ver la enorme clase media surgida del libre mercado en todo el mundo. Y, más en serio, deberíamos enfrentarnos al desafío real para el capitalismo, planteado por el «asunto de BNP».

Este banco francés mundial se ha declarado culpable ante el departamento de regulación financiera de Nueva York por haber hecho caso omiso del embargo estadounidense impuesto al comercio con Sudán, Cuba e Irán. La directiva de BNP no niega los hechos y acepta pagar una multa de 9.700 millones de dólares. Como era de esperar, los cargos contra BNP han reavivado las invectivas antiestadounidenses en Francia. «The Economist», la revista favorable al mercado, ha vertido una crítica más sutil contra la sanción estadounidense al preguntarse por qué un banco no estadounidense debería estar sometido a una ley estadounidense. Es cierto que las autoridades estadounidenses usan la supremacía del dólar para obligar a que todas las transacciones en dólares estadounidenses pasen por la Bolsa de valores de Nueva York. ¿Hay que condenar a los estadounidenses por su imperialismo, o los europeos deberían preguntarse por qué sus monedas no se aceptan en todo el mundo? Este debate ha mantenido en ascuas a los analistas desde la conferencia de Bretton Woods de 1944. Curiosamente, se habla poco de lo que ha hecho BNP en realidad.

En Sudán y en Irán, los directivos de BNP no han dudado en hacer negocios con regímenes que incumplen las normas internacionales y que se muestran manifiestamente contrarios a los intereses occidentales y a los derechos humanos. El banco ha permitido a estos regímenes vender petróleo para construir un complejo nuclear en Irán y para crear un Ejército fuerte en Sudán. Los directivos de BNP sabían qué estaban haciendo, durante diez años, hasta 2010, ya que usaron un lenguaje codificado en internet para ocultar a los beneficiarios de sus transacciones. Estos falsos informes incumplían tanto las leyes francesas como las estadounidenses. Suponemos que estas transacciones fueron extraordinariamente rentables para BNP porque, a pesar de haber sido advertidos por sus abogados, corrieron un riesgo y ganaron un dineral. Sería estupendo saber si las transacciones prohibidas generaron un beneficio superior o inferior a la multa estadounidense. Lo que sí sabemos es el destino del dinero del petróleo, especialmente en Sudán: el Ejército sudanés ha cometido el «genocidio» de Darfur gracias a los beneficios de las exportaciones de petróleo. Esta alianza profana entre Jartum y el banco francés ha provocado una sanción estadounidense no negociable. ¿Qué postura mantienen los intelectuales franceses de izquierdas de siempre? Se mostraron inflexibles con el régimen de Jartum durante la guerra de Darfur, pero todavía no han firmado una petición en contra de la directiva de BNP, probablemente porque su antiamericanismo supera a su indignación contra un banco que, al fin y al cabo, es francés. Por lo tanto, corresponde a los activistas favorables al mercado reflexionar sobre el comportamiento de BNP.

Sin duda alguna, los bancos no son organizaciones benéficas; el deber de cualquier empresa es ser rentable. Es lo que los accionistas y los trabajadores esperan. Sin embargo, ¿dónde se encuentra el límite? Durante la Segunda Guerra Mundial, la empresa ferroviaria nacional francesa, SNCF, transportó a los judíos a los campos de concentración y el Gobierno nazi le pagó por su rápida entrega. ¿Debería ser el BNP, un banco privado, más responsable que la SNCF, que era y sigue siendo una empresa dirigida por el Estado? Los directivos de BNP consideran que cumplieron su deber: ninguno de ellos ha presentado ninguna disculpa de algún tipo, y solo uno de ellos ha dimitido, unas semanas antes de llegar a la edad de jubilación. Los altos ejecutivos de BNP, con la conciencia tranquila y sin mostrar ningún remordimiento, informaron recientemente a su plantilla de que se eliminará su prima anual para compensar la multa estadounidense. En cuanto a los accionistas, podemos esperar que protesten, no por la participación de BNP en Darfur e Irán, sino, muy probablemente, por la pérdida de dividendos. Parece que Lenin tenía razón cuando declaró que «los capitalistas occidentales estaban dispuestos a vender la soga para colgarlos».

¿Existe una solución a la contradicción que puede surgir entre la ética y los beneficios? «El capitalismo es ético en general porque mejora la calidad de vida de la Humanidad», es la respuesta habitual. Sí, pero la respuesta habitual no es satisfactoria cuando la SNCF lleva a judíos a la muerte y cuando BNP facilita el aniquilamiento del pueblo de Darfur. ¿Por qué no ha dimitido el presidente de BNP? Es lo mínimo que podría hacer después de haber violado las leyes francesas y estadounidenses, de haber financiado crímenes contra la Humanidad y de haber causado unas pérdidas de 9.700 millones de dólares a sus empleados y a sus accionistas. Nos gustaría pensar que un comportamiento ético habría sido más satisfactorio.

Guy Sorman

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