La Europa de la Defensa: ser o no ser

En la reunión de los últimos días de agosto, en Toledo, de las ministras y ministros de Defensa de la Unión Europea, desde una posición estrictamente personal, les recordaría esa frase de Napoleón dirigida a sus generales en la batalla de Eylau cuando, viendo inevitable la carga de la caballería cosaca rusa sobre su flanco izquierdo, señaló: "Tranquilos, caballeros, discutan sin prisa, pero, cuando llegue el momento de actuar, dejen de cacarear y actúen". Eso necesita la Unión después de este largo año y medio de guerra: dar el paso de mayor calado integrador en los últimos 30 años; conseguir, de una vez por todas, ser un actor estratégico creíble y confiable.

Algo parecido a lo que pasó con el nacimiento del euro y su efecto en la consolidación del poder económico, comercial y financiero -por lo tanto, político- de la recién UE nacida en Maastricht: hacerla creíble y más potente ante el resto de actores. Ese mismo es el objetivo ahora: hacer de la Europa de la defensa y de la seguridad el punto de bóveda de la construcción futura del proyecto federal europeo.

La Europa de la Defensa: ser o no ser
RAÚL ARIAS

Ha llegado el momento de aprovechar la unidad en el rechazo del expansionismo autoritario de Putin, y el nuevo protagonismo germano en sintonía con Washington, para avanzar en mecanismos rápidos de cooperación solidaria en materia de seguridad y defensa entre aquellos socios que así lo consideren, dándole a la vez naturaleza jurídica acorde con el artículo 44 del Tratado de la Unión. Es insostenible seguir manteniendo el criterio de la unanimidad -más o menos matizada- en el proceso de toma de decisiones; ni tampoco una Europa de la defensa al menú de 27 comensales caprichosos, con sus respectivos intereses y traumas nacionales.

No sigamos manteniendo el debate maniqueo entre la imprescindible autonomía estratégica de los europeos enfrentada a la exigible lealtad plena con los objetivos y medios atlantistas, en función de las distintas formas en las que los socios europeos entienden dicho vínculo transatlántico y, en consecuencia, la propia relación con EEUU. La UE necesita la Alianza ante su precariedad estratégica defensiva, pero, por otro lado, sólo será posible robustecer el vínculo transatlántico si somos capaces de fortalecer su pilar europeo desde valores de igualdad, y no de subordinación.

En este sentido, parece importante que los gobiernos europeos gasten más en Defensa y es deseable alcanzar el objetivo del 2% fijado por la OTAN, pero el problema de la defensa colectiva de Europa no es tanto un problema de cantidad como, principalmente, de calidad a la hora de interpretar el nuevo concepto estratégico, acorde también con los puntos y prioridades de la agenda europea. No es un problema de umbrales o de establecer cuotas y partes más generosas en el gasto, sino, principalmente, de definir en qué se gasta. Nadie puede asegurar que un incremento del gasto europeo en defensa cambie la naturaleza, funcionamiento y prioridades de una Alianza que, implicada directamente en el enfrentamiento con Rusia y China, necesita más que nunca el apoyo de los estados de la Unión, especialmente después de la entrada de Suecia y Finlandia en la organización.

Dentro de las decisiones fundamentales que se deben tomar en los próximos días, se encuentra el fortalecimiento de la base industrial de la defensa de Europa sobre los principios de coordinación, eficiencia y eficacia. Sólo podremos avanzar en la integración de las bases industriales de la defensa si partimos de una I+D+i más compartimentada, respetando las diferentes industrias nacionales y sin caer en la tentación de engordar aún más a las grandes multinacionales u oligopolios asociados a intereses nacionales espurios concretos. Parece claro que es necesario incrementar los presupuestos de instituciones como el Fondo Europeo de Defensa, la Agencia Europea de Defensa y la PESCO (Cooperación Estructurada Permanente en materia de Defensa), establecida en 2017 con el objetivo de establecer una cooperación planificada en torno a proyectos conjuntos que hagan crecer de forma coherente nuestras capacidades, en y para la defensa. Todos estos programas, no obstante, deberían insertarse en la lógica de la gobernanza multinivel europea para que redunden en el desarrollo territorial y, a la vez, impulsen al resto de políticas comunitarias.

Entretanto, la guerra ha obligado a EEUU a volver a mirar a Europa con la pasión que, por el tiempo y ciertas tentaciones republicanas aislacionistas, había perdido. Principalmente, para contener con paciencia y firmeza a China y Rusia, pero también como principal freno a la caída progresiva en su liderazgo global; un retraimiento y decadencia universal que las élites en ese país van poco a poco asumiendo. Esta guerra por delegación ha colocado a EEUU nuevamente como el principal guardián entre el centeno del histórico modelo dominante occidental, puesto en entredicho por las dos grandes potencias orientales en Asia y Europa.

Como dice la Administración Biden, y señala la nueva Estrategia de Seguridad Nacional presentada el pasado noviembre: America is back. El resurgimiento de EEUU es real. Y lleva mucha razón, porque ningún presidente de EEUU ha conseguido un liderazgo tan amplio, firme e indiscutible con los aliados europeos como el de ahora; ni tan siquiera en los momentos más calientes durante la Guerra Fría. Pasará lo que tenga que pasar en las elecciones presidenciales del próximo año, pero nunca habría podido soñar el poder estadounidense con una OTAN fortalecida que tuviera en su seno y sin restricciones, no sólo a todos los países del anterior bloque soviético, sino también a los dos Estados nórdicos más grandes, rompiendo con esta incorporación su auto impuesta y emblemática neutralidad histórica; el proceso de finlandización habría acabado 75 años después.

Si, por el contrario, a pesar del año y medio vivido peligrosamente, en los próximos meses en los que se sentarán las bases del orden internacional venidero, los gobiernos europeos no tienen la valentía para asumir las decisiones de avance necesario y después de más de 30 años de enfrentamiento encarnizado entre los dos modelos de la defensa europea, continúan sine die en la duda hamletiana dentro de la habitual ambigüedad calculada entre sus miembros, estaremos en un callejón histórico sin vuelta atrás.

Si como ya ocurriera en el conflicto serbo, croata, bosnio, la actual guerra proxi entre Ucrania y Rusia se prolonga, quebrando la unidad de los europeos y, como ya ocurriera en aquella guerra, se cierra en su momento con una UE impotente y un Acuerdo de Paz firmado nuevamente fuera de nuestro continente -probablemente en alguna base militar china o estadounidense, como ocurrió en Dayton-; si eso volviera a ocurrir, la idea de una Europa unida con peso en la gobernanza global estaría acabada.

Gustavo Palomares Lerma es director del Instituto General Gutiérrez Mellado, catedrático europeo en la UNED y profesor en la Escuela Diplomática de España.

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