La Europa que espera a Obama

La crisis económico-financiera golpea a todos los países de la Unión Europea (UE), pero con especial virulencia a los últimos en llegar y de cimientos más frágiles, aquellos que, tras vivir durante casi medio siglo bajo la férula soviética, se incorporaron en tropel en el 2004, con un entusiasmo poco meditado, a la gran empresa comunitaria. Tres años después, Rumanía y Bulgaria completaron la gran operación para constituir la Europa de los 27. Ahora, cuando la pandemia de una recesión brutal recorre el continente, el consenso se ha evaporado, caen los gobiernos, regresa el proteccionismo enmascarado y surge la amenaza de un nuevo telón de acero invisible más arrasador.

La profundidad del retroceso hinca sus raíces en la devastadora herencia soviética, pero también en el mismo proceso de apertura hacia el oeste iniciado con el derrumbe del Muro de Berlín en 1989. A medida que se preparaban para llegar a la UE, los países de la Europa central y oriental, desde el Báltico a los Balcanes, abrieron sus mercados al capital extranjero y este se precipitó tras el señuelo del negocio fácil y las deslocalizaciones. Alemanes, austriacos y escandinavos fueron pioneros en establecer conexiones peligrosas. Al llegar la sequía del crédito, lo primero que hicieron los bancos y las empresas fue repatriar parte del dinero que habían colocado en el este.

En medio de la incertidumbre, "¿donde está el liderazgo europeo?", se pregunta, alarmado, Karen Lanoo, director del Centro Europeo de Estudios Políticos, con sede en Bruselas, que resume un sentimiento extendido entre los eurócratas. Mientras los manifestantes recuperaban las banderas rojas, en París, Atenas, Varsovia o Riga, un cronista de la BBC comprobaba que "los europeos encolerizados buscan una dirección" inexistente. En Berlín, en el cuartel general del Partido de la Izquierda, la llamada Casa Karl Liebknecht, en un póster con una caricatura de Karl Marx puede leerse: "Buenos días, estoy de vuelta". Pero añade, precavido y aliviado, el reportero: "Los que protestan no demandan viejas certezas ideológicas", y se abstiene de especular con las exigencias de los más afligidos o menos anestesiados.

Aunque el primer ministro británico, Gordon Brown, compareció en el Parlamento de Estrasburgo con sorprendente ánimo europeísta y proclamó que la vieja y la nueva Europa se han fundido en una comunidad cohesionada, lo cierto es que la crisis abre todas las cicatrices, ahonda las divisiones profundas entre el Este y el Oeste, entre el Norte y el Sur, entre eurófilos y euroescépticos. La geometría variable se divisa tras la retórica oficial, la agitación se hace crónica en Atenas, el dragón irlandés está asfixiado y la cancillera Angela Merkel, ya que Alemania es el primer contribuyente neto, rechaza cualquier plan de salvamento de ámbito comunitario.

Los tres países bálticos se encuentran en práctica suspensión de pagos y el Gobierno de Riga fue el primero arrastrado por la tormenta. Rumanía y Hungría han sido salvadas por el FMI, pero el primer ministro húngaro, el socialdemócrata (excomunista) Ferenc Gyurcsany, hizo mutis, tras años de gasto público irresponsable, para que el país pueda presentarse ante los prestamistas con un Gobierno menos desacreditado. La última víctima del torbellino es el primer ministro checo, Mirek Topolanek, que fue derribado en el Parlamento y se despidió con una sonora diatriba contra los planes de Barack Obama, que consideró la antesala del infierno. La caída del Gobierno en Praga reaviva la inquietud por el tratado de Lisboa, pendiente del hilo del segundo referendo irlandés en medio del avance insidioso del euroescepticismo.

En el último decenio, mientras se incorporaban a la UE, los países del exbloque soviético abrazaron el capitalismo de estilo americano, hasta instaurar las economías más flexibles y con menos protección social de Europa, y se convirtieron en los principales aliados estratégicos de EEUU, como lo confirma el episodio del escudo antimisiles en Polonia y la República Checa o su persistente hostilidad hacia Rusia en los espinosos asuntos de Ucrania, Georgia, el gas ruso y la ampliación de la OTAN.

Ante el alto riesgo de un efecto dominó que provocaría una crisis regional similar a la que sufrieron los países de Asia en 1997, la disciplina del euro podría ser una tabla de salvación para las tambaleantes economías de más allá del Elba, como lo ha sido para las de Irlanda y Grecia. Pero para alcanzar los criterios que garantizan la estabilidad de la moneda única tendrían que recorrer un doloroso proceso que incendiaría el malestar social. La aversión al riesgo y al contagio está produciendo el retraimiento financiero y la parálisis política, según se comprobó la semana pasada en la última cumbre de Bruselas.

Bajo la presión de la cancillera Merkel, en campaña electoral, los 27 rechazaron un nuevo plan de estímulo o una solución global para centrarse en la exigencia de una más severa regulación de los mercados. Esta prioridad impide el salvamento por el euro y ahonda la división entre la Europa continental, capitaneada por Francia y Alemania, y "la región angloamericana" (EEUU y Gran Bretaña), que perturba el proceso europeo de integración y cohesión desde su nacimiento. Y con esa discrepancia esencial y debilitadora se encontrará Obama en su primera visita al Viejo Continente.

Mateo Madridejos, periodista e historiador.