La evidencia sobre las reformas educativas

Existe un consenso prácticamente universal de que más educación es algo bueno para la sociedad. Pero resulta que algunas políticas educativas populares arrojan muy pocos resultados, mientras que otras que suelen subestimarse pueden marcar una gran diferencia.

Reducir el tamaño de las clases parecería ser una mejora obvia, pero no está demostrado que un tamaño menor de las aulas, en sí mismo, estimule el desempeño educativo. De la misma manera, extender el día escolar parece ser una manera fácil de asegurar que los alumnos aprendan más, pero la investigación sostiene que el tiempo que se pasa en la escuela importa considerablemente menos que lo que sucede allí.

Y la nueva investigación realizada para el Centro de Consenso de Copenhague, el grupo de expertos que dirijo, resalta el hecho paradójico de que equipar las aulas con más libros de texto o computadoras tampoco es una fórmula milagrosa. Como parte de un proyecto que busca las opciones de políticas más inteligentes para Bangladesh, Atonu Rabbani de la Universidad de Dhaka muestra que la enseñanza respaldada por tecnología tiene resultados variados. Ofrecerles a los alumnos computadoras tuvo cierto impacto en la India, pero poco en Colombia. En Estados Unidos, la introducción de computadoras ha sido, inclusive, perjudicial cuando no estaba acompañada por una supervisión paterna y una orientación por parte de los maestros.

Esta conclusión está respaldada por un reciente estudio de la OCDE, que reveló que durante los últimos diez años no ha habido ninguna “mejora importante” en los logros académicos en los países ricos que más invierten en tecnología para la educación.

Curiosamente, lo mismo es válido cuando se trata de mejoras escolares básicas y convencionales como ofrecer más libros de textos y construir bibliotecas. Al analizar la investigación relevante para los responsables de las políticas en Bangladesh, Rabbani descubrió solamente un estudio que muestra que una mayor cantidad de libros de texto definitivamente mejoró los resultados de las pruebas –y sólo se beneficiaron los mejores estudiantes.

Los proyectos novedosos como distribuir laptops a los alumnos atraen mucho respaldo financiero, pero no siempre es dinero bien gastado. Perú, que ha recibido una tercera parte de todas las laptops ofrecidas a través de la organización Una Laptop por Niño, llevó a cabo el primer ensayo controlado aleatorio para testear si a los niños con una computadora les iba mejor que a los niños sin una computadora. ¿El veredicto? “No hubo ningún impacto en el logro académico o las habilidades cognitivas”. En verdad, los maestros informaron que era mucho menos probable que los niños que recibieron laptops hicieran un esfuerzo en la escuela.

¿Cómo pueden los responsables de las políticas aportar mayores beneficios? Un estudio relevante realizado en Jamaica sugiere que las intervenciones en la niñez temprana pueden marcar un mundo de diferencia.

El estudio jamaiquino se centró en niños que sufrían de raquitismo, o desnutrición crónica, que afectaba a 171 millones de niños globalmente en 2010. El raquitismo empieza antes del nacimiento y es causado por una alimentación materna deficiente y una mala calidad de la comida, junto con infecciones frecuentes. Los efectos de por vida pueden incluir un retraso en el desarrollo cognitivo, una menor productividad y una mayor vulnerabilidad a ciertas enfermedades.

A mediados de los años 1980, trabajadores sociales jamaiquinos visitaron a niños raquíticos en sus casas una hora por semana durante dos años. Les enseñaban a sus madres a jugar con sus hijos para promover el desarrollo. Al principio, esos niños estaban rezagados respecto de sus pares en todas las pruebas de desarrollo. Pero en el transcurso de los dos años que duraron las visitas hogareñas, el desarrollo de los niños mejoró. Y cuando los investigadores regresaron 20 años más tarde, los resultados eran asombrosos. Los niños raquíticos ganaban lo mismo que sus pares. Los niños raquíticos que no habían sido parte del programa ganaban un 25% menos.

En Bangladesh, seis millones de niños son raquíticos –cuatro de cada diez niños menores de años, comparado con el promedio global de aproximadamente el 25%.

Construir centros educativos para la niñez temprana en Bangladesh podría transformar vidas, a un costo de alrededor de 300 dólares por estudiante. En base al estudio jamaiquino, las mejoras de ingresos representarían aproximadamente 10.000 dólares a lo largo de la vida de cada niño. En un país donde el ingreso per capita apenas supera los 1.000 dólares, es un número significativo. Cada dólar invertido ayudaría a los niños desfavorecidos a volverse 35 dólares más productivos.

Otra estrategia educativa que resulta alentadora es el “streaming”, a través del cual se asigna a los estudiantes a diferentes grupos según sus niveles educativos. Esto puede ser polémico dado que se percibe como una marginación de los estudiantes con logros académicos bajos.

Pero cada vez hay más consenso respecto de que los maestros pueden enfocar mejor sus esfuerzos cuando las clases tienen una brecha menor entre los niños de más bajo y de más alto desempeño.

En la India y Kenia, el “streaming” ha mejorado los resultados de las pruebas. En el caso de Bangladesh, se calcula que invertir 100 dólares en dividir a los alumnos (y potencialmente contratar algunos maestros adicionales) mejoraría los resultados en casi dos desviaciones estándar. En base a otros estudios, esto aumentaría las futuras ganancias anuales hasta un 8%. Es un gran retorno sobre la inversión: cada dólar invertido arrojaría beneficios sociales por un valor de 12 dólares.

Ya sea para Bangladesh u otras partes, las verdaderas lecciones que han de extraerse de esta investigación es que necesitamos mirar más allá de las políticas de moda como agregar tecnología en las aulas. La clave para el progreso educativo es enfocarse en intervenciones respaldadas por evidencia científica creíble.

Bjørn Lomborg, a visiting professor at the Copenhagen Business School, is Director of the Copenhagen Consensus Center, which seeks to study environmental problems and solutions using the best available analytical methods. He is the author of The Skeptical Environmentalist, Cool It, How to Spend $75 Billion to Make the World a Better Place and The Nobel Laureates' Guide to the Smartest Targets for the World, and was named one of Time magazine's 100 most influential people in 2004.

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