La excepción española

Siempre es conveniente contextualizar los problemas históricos complejos y situarlos en un marco comparativo. Si así lo hacemos, por ejemplo, con el caso de los sentimientos identitarios existentes dentro de la sociedad española, es fácil darse cuenta de su excepcionalidad. Ahora bien, no deja de ser sintomático que este hecho tan notable haya provocado una escasa reflexión política.

Desde hace años, en el curso del máster que hago en la Universitat Autònoma de Barcelona, empiezo la primera sesión distribuyendo entre los alumnos la última encuesta de opinión sobre la identidad de los españoles y hago que la comparen con las primeras realizadas, y realmente fiables, que son de los años 1980. Así, con una perspectiva de más de 30 años, se pueden observar fenómenos muy significativos. En primer lugar, un notable descenso de los ciudadanos que se sienten exclusivamente o mayoritariamente españoles, que han pasado de ser más del 50% a estar por debajo del 25%: sólo en la Comunidad de Madrid se acercan al 40%. El segundo hecho que se observa es el crecimiento del porcentaje de aquellos que se sienten tan españoles como de su comunidad, que ha subido del 30% a un 50%, aproximadamente. Este sentimiento, si bien es el mayoritario en casi todas las comunidades, los últimos 15 años está retrocediendo en los territorios con bastante presencia de un sentimiento propio. En las últimas encuestas de que disponemos, de los años 2014-2015, se aprecia un considerable crecimiento de ciudadanos que se identifican exclusivamente o muy mayoritariamente con su comunidad. Eso pasa no sólo en el País Vasco y Catalunya, sino también en Navarra, Canarias, Baleares y Galicia.

El primer ejercicio que pongo a los alumnos consiste en buscar encuestas similares en otros países de la UE y compararlas con las españolas. El resultado es sorprendente: no encuentran nada parecido. A excepción de Bélgica, con la diferenciación entre flamencos y valones, en todos los otros países el sentimiento de identificación exclusivo o muy mayoritario con la nación oficial es siempre superior al 70%. Sólo en España se observa una pluralidad identitaria tan acusada. Un estudio de este año, de Carmen González Enríquez, titulado El declive de la identidad nacional española, confirma que “en términos comparados con los demás países europeos, la identidad nacional española es relativamente débil” y añade que también se observa “una muy baja autoestima, muy por debajo de la opinión que sobre ella se tiene fuera”. Las preguntas que ante esto plantea el profesor –el historiador– son evidentes: ¿qué ha pasado en España para que haya sentimientos identitarios tan variados?; ¿por qué ha habido tan reducida penetración social del sentimiento de pertenecer a la nación identificada con el Estado?; ¿es un fenómeno reciente o viene de antiguo?

Esta es, desde hace décadas, una temática predilecta de la investigación y del debate entre muchos historiadores: analizar las características del proceso de nacionalización contemporáneo y la formación de las variadas identidades hispánicas. En septiembre de 1992, en el primer congreso del Asociación de Historia Contemporánea, celebrado en Salamanca, presenté una ponencia centrada en la tesis de “la débil nacionalización española del siglo XIX” que provocó una animado debate y que posteriormente ha motivado una larga y rica controversia dentro de la comunidad científica de los historiadores. Desde entonces sobre esta cuestión se han publicado importantes obras de investigación y reflexión por numerosos y conocidos especialistas –Álvarez Junco, Fusi, Pérez Garzón, Beramendi, Núñez Seixas, Moreno Luzón, Quiroga– que, a pesar de las discrepancias, han aportado ideas nuevas y profundizado en el estudio de las peculiaridades del proceso de nacionalización español y sobre la confrontación entre los diferentes sentimientos identitarios.

Quizás convendría que algunas de estas obras fueran leídas por políticos, articulistas y tertulianos porque seguramente serían más prudentes en sus afirmaciones sobre las identidades de los españoles. Este es un evidente caso de divorcio entre lo que establece el mundo oficial y lo que a menudo se dice en muchos medios de comunicación, respecto de lo que efectivamente es el mundo real; entre lo que política y constitucionalmente se proclama y lo que se deduce del análisis histórico y el estudio de la propia realidad social.

En España, la idea de nación y la existencia de sentimientos identitarios diferentes sigue siendo objeto de duras controversias dado que las diversas culturas políticas discrepan notablemente y trasladan sobre estas cuestiones sus proyectos, sus aspiraciones y sus temores y fobias. En el mundo de la política española, y en los medios, hay demasiada intransigencia ideológica y simplificación, tal vez heredada del franquismo. Las afirmaciones categóricas de algunos no resisten el contraste con las aportaciones de los historiadores ni con los datos de los sociólogos, pero ellos persisten con sus proclamas como si fueran verdades de fe. Pero la realidad es tozuda y persistente, por mucho que haya disposiciones oficiales que pretendan ignorarla. Cuando la legalidad no reconoce la realidad social surge un grave problema político que hay que resolver urgentemente.

En este terreno, las excesivas prudencias y las intransigencias siempre acaban teniendo un coste muy elevado.

Borja de Riquer, historiador.

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