La extraña historia del joven Sam Lahood demuestra la confusión del tío Sam

Ayúdenme, queridos lectores, a resolver un pequeño rompecabezas. La semana pasada, mientras me movía con total libertad por El Cairo, Sam LaHood, hijo del ministro de Transportes de Estados Unidos, estaba recluido en la embajada de su país en la misma ciudad. Se había refugiado allí porque, junto con otros 42 activistas extranjeros y egipcios, pertenecientes a varias ONG, iba a ser juzgado por un régimen aún dominado por los militares y que recibe más de 1.500 millones de dólares de ayuda estadounidense. LaHood había intentado salir del país en enero, pero no le habían dejado.

El supuesto delito de los activistas es haber infringido los debidos procedimientos de inscripción para las ONG, de acuerdo con una ley de la época de Mubarak que hace casi imposible inscribir una ONG como es debido. Cualquiera que piense un poco sabe, sin lugar a duda, que este no es más que un pretexto y que el sistema judicial egipcio no es verdaderamente independiente de un aparato militar y de seguridad que lleva decenios sintiéndose por encima de la ley.

Fue necesario que el senador John McCain —que preside el Instituto Internacional Republicano, para el que trabaja el joven LaHood— peregrinara a ver al mariscal de campo Mohammed Hossein Tantawi, que el presidente de la junta de jefes de estado mayor de Estados Unidos hiciera una visita personal a su homólogo egipcio y que Hillary Clinton desarrollara una actividad agotadora para poder llegar al siguiente acuerdo: las diligencias judiciales se han aplazado hasta el 26 de abril. Los activistas egipcios, a algunos de los cuales les hicieron aparecer encerrados en una jaula durante la primera vista, tienen que quedarse para afrontar las consecuencias, pero existen indicios de que los cargos originales se van a rebajar a otros menos graves. Los activistas extranjeros, no solo estadounidenses sino también alemanes, serbios, un noruego y un palestino, tienen permiso para salir del país. El jueves 1 de marzo, mientras yo subía a un vuelo regular de British Airways para volver de El Cairo a Londres, a ellos los llevaron a Chipre en un DC-3 de carga especialmente contratado para la ocasión. Según una información de la página web estadounidense Politico.com, la película que vieron durante el vuelo fue En busca del arca perdida.

La misma página web explica que “las autoridades estadounidenses desembolsaron más de cinco millones de dólares como rescate para sacar a LaHood y los otros miembros de las ONG”. Alrededor de 300.000 dólares, en concreto, fueron la suma que se dio a cambio de Sam, que declaró a la CNN que ahora podrá tener la luna de miel que había aplazado con su mujer, con la se casó hace unos meses. El entrevistador de CNN le preguntó: “¿Le retuvieron como rehén?”. “Bueno”, contestó Sam, “esa es la analogía que utilizó nuestro abogado... Fue una auténtica privación de libertad”.

Recapitulemos: el hijo de un ministro del Gobierno de Estados Unidos estuvo retenido como rehén por un régimen al que ese mismo Gobierno de Estados Unidos da más de 1.500 millones de dólares de ayuda. ¿Su delito? Intentar promover la democracia. ¿Por qué no tuvo Washington una reacción más enérgica? ¿Por qué se mostró tan cauteloso el Tío Sam a la hora de defender a Sam, el hijo del ministro? ¿Por qué decidió el Ejército egipcio desafiar e incluso burlarse de la mano que le da de comer? Y por qué John McCain, el Indiana Jones de la política estadounidense, el azote de dictadores, el hombre que, hace poco, le dijo a un viceministro de Exteriores chino que “la primavera árabe está a punto de llegar a China”, se comportó como un gatito ante los militares que aún dominan el régimen egipcio?

Comparen y contrasten dos tuits de McCain. A propósito de Vladimir Putin, el pasado mes de diciembre: “Querido Vlad, la #Primavera Árabe está ya cerca de ti”. Sobre su visita del mes pasado a Egipto: “Reunión constructiva hoy con el mariscal de campo Tantawi, el jefe del #ejército egipcio”. Toda la artillería desplegada para defender la Primavera Árabe... excepto en el corazón de la Primavera Árabe.

Ahora llegamos al pequeño rompecabezas. Yo no soy ningún experto en Oriente Próximo, pero he preguntado a algunas personas que lo son. Y estas son algunas de sus complejas respuestas. En primer lugar, y como es obvio, McCain estaba conteniéndose en público, con los labios visiblemente apretados, hasta que sus chicos estuvieran fuera. Segundo, y más importante, cuando le preguntaron en CNN (mientras la crisis de los rehenes estaba todavía en plena evolución) si Estados Unidos debería cortar sus 1.500 millones de dólares de ayuda a Egipto, McCain dijo que no, y recordó al entrevistador las condiciones de los acuerdos de Camp David en 1978. En otras palabras, la idea es que, para garantizar la seguridad del Estado de Israel, que Estados Unidos considera una obligación moral e histórica fundamental —como creo que debería considerarla también Europa—, es necesario mantener la colaboración con el ejército egipcio.

Desde los acuerdos de Camp David y el posterior tratado de paz entre Israel y Egipto, Washington ha tratado a este último como un aliado crucial en su propio pacto para mantener la seguridad de Israel, un pacto solemnemente ratificado hace unos días por el presidente Barack Obama, en su discurso ante el Comité de Asuntos Públicos de Estados Unidos e Israel (AIPAC en inglés). El Gobierno estadounidense piensa que la piedra angular egipcia de su política exterior —que incluye también el tránsito seguro por el Canal de Suéz y otros intereses estratégicos de Estados Unidos— es demasiado importante para ponerla en peligro en unos momentos en los que Israel está muy inquieto por el hecho de que los islamistas estén ganando las elecciones derivadas de la Primavera Árabe, como ha ocurrido en el propio Egipto, y, de forma más inmediata, se siente tan amenazado por un Irán a punto de obtener la capacidad nuclear que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, anuncia su intención de bombardear a los iraníes; todo esto, en un año de elecciones presidenciales en Estados Unidos.

A propósito de las elecciones en Estados Unidos, los expertos añaden otro detalle más. Gran parte de los 1.300 millones de ayuda militar a Egipto (el resto es ayuda económica más convencional) revierte directamente en beneficio de proveedores militares estadounidenses, a menudo con lucrativos contratos de mantenimiento. Fábricas como, por ejemplo, la de General Dynamics en Lima, Ohio, donde los carros de combate M1A1 Abrams encargados por el ejército egipcio (y pagados, del todo o en parte, con dinero del Gobierno estadounidense) permitirán continuar la producción pese a los recortes del Pentágono. ¿Van a poner en peligro esos puestos de trabajo de ciudadanos estadounidenses, en el decisivo Estado de Ohio, en un año electoral? Ni en broma.

Vuelvo a subrayar que no soy ningún experto en este campo (de minas). Me limito a contar lo que dicen varios expertos. Sean cuales sean las causas exactas, el resultado es que, en Egipto, Estados Unidos ha conseguido atarse de pies y manos a la hora de hacer lo que ha hecho tan bien en otros países que conozco mejor, que es lo mismo que Sam LaHood trataba de hacer en El Cairo: promover los valores y las prácticas de la democracia liberal. De hecho, casi se podría afirmar que el funcionamiento real y básico de la democracia estadounidense es precisamente lo que hace que a Estados Unidos le resulte más difícil dar un apoyo pleno y coherente a la democracia árabe. Si es así, se trata de una trágica falta de visión de futuro. Los intereses a largo plazo de Israel y Estados Unidos no saldrán beneficiados si se muestran débiles o ambivalentes en su apoyo a unos de los acontecimientos más esperanzadores de nuestra época.

Timothy Garton Ash, catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro es Los hechos son subversivos: ideas y personajes para una década sin nombre. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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