La extrema derecha, una amenaza para la convivencia democrática

Ha llegado la hora de decir basta. Asistimos estos días con estupor a la transgresión por parte de la ultraderecha de todas las líneas rojas de las normas más básicas del parlamentarismo democrático. La pasada semana, un eurodiputado de extrema derecha se despachaba con un saludo nazi en el Parlamento Europeo, un diputado de Vox llamaba Hitler al presidente del Gobierno y Goebbels al ministro de la Presidencia, y el propio líder de Vox afeaba al presidente Zelenski su referencia al bombardeo de Gernika, uno de los episodios más sangrientos de la Guerra Civil, que provocó al menos 2.000 muertos cuando la Legión Cóndor alemana arrasó la localidad.

No hablamos ya de la trasgresión de lo políticamente correcto. Ni siquiera de la vulneración de la cortesía y el respeto que debería presidir todo debate parlamentario. Hablamos de la indisimulada pretensión de la derecha extrema de hacer presente en las instituciones su ideario, su simbología y sus referentes. Hablamos de que, una tras otra, estas acciones, abiertamente propagandísticas, suponen una grave amenaza para nuestra convivencia democrática. Hay que decir basta y hay que dar una respuesta democrática urgente.

Me preocupa sobremanera el papel de los populismos y, también, el de quienes favorecen su avance y los blanquean. La exigencia más básica para la gobernabilidad democrática es, precisamente, evitar que estos postulados avancen en las instituciones y que éstas acaben en manos de quienes propugnan el pensamiento único, el falso patriotismo y el antieuropeísmo.

Estos discursos simplificadores de los extremismos están en auge. Por eso da escalofrío que un Orbán haya ganado con holgura usando el discurso del miedo, la censura de los opositores, la corrupción y la desinformación. Algo parecido ha ocurrido en Serbia, con Vucic. Resultaría muy descorazonador que esta guerra de Putin tuviera como consecuencia el fortalecimiento de los populismos autócratas y antieuropeístas.

No me cabe ninguna duda de que Europa tiene claro cuáles son sus riesgos externos. La invasión rusa de Ucrania, el primero. Pero hay que tener en cuenta que la violencia no es el único camino de Putin para desestabilizar a la UE. También ejerce una influencia en partidos populistas y de extrema derecha. Y ese es un factor de riesgo interno crucial para nosotros.

Un informe reciente de la Eurocámara sobre las interferencias extranjeras en todos los procesos democráticos de la UE, en particular la desinformación, nos alerta sobre la estrategia de regímenes autocráticos como el ruso para desestabilizar la UE de diversas maneras. Una de ellas es su influencia en partidos de extrema derecha, que han sido los grandes cómplices de Putin.

El autócrata ruso querría gobiernos autoritarios, xenófobos, ultraliberales y sectarios. Por eso los ha apoyado durante años e, incluso, ha llegado a financiarlos. Y como contrapartida recibió el apoyo y la complacencia de las extremas derechas europeas. Basta recordar la espeluznante afirmación de dos candidatos, uno en Italia y otro en Francia, que manifestaron que les gustaría tener “un Putin” de primer ministro.

Creo que no puede haber ambigüedad frente a quienes cuestionan o, directamente, dañan la convivencia democrática desde dentro y fuera de nuestras instituciones, sean estos movimientos o partidos extremistas o autócratas extranjeros.

La paz no se construye sola, y la indiferencia no es una posición legítima. Hoy lo único que debiera avergonzarnos a las sociedades europeas es haber olvidado el horror del nazismo, u olvidar, en el futuro, el horror de esta guerra de Putin. Si Primo Levi escribió, “entonces y allí”, para situar en el tiempo y en el espacio la barbarie del nazismo, nosotros debemos decir “ahora y aquí”, para afirmar con contundencia nuestro firme e inquebrantable compromiso con la defensa de la libertad y la democracia.

Y en este contexto queda muy claro que la calidad de una democracia se mide también por la dignidad y la lealtad con que se porten sus actores institucionales. Fuera de las reglas del juego del Estado social y democrático de derecho solo hay totalitarismo y exclusión. Por eso, los políticos tenemos la obligación moral de elevar el nivel, abandonar mensajes trillados y simplistas, tener una discusión política de altura, dejar el cortoplacismo, el partidismo y pensar en el interés general. Es mucho. Y requiere esfuerzo.

El riesgo principal no está en los mensajes de las extremas derechas, sino en que esos mensajes no admitan réplica. Y en los Parlamentos sí la hay. Frente a las ideas simples, los mensajes estereotipados, abruptos y malintencionados del populismo, está el valor de la palabra sosegada, respetuosa y clara. Ese es el verdadero cordón ético y sanitario frente al populismo: desechar las posiciones extremas que ponen en peligro la convivencia democrática. Vivimos en sociedades complejas, con el gran desafío de hacer compatibles los derechos y las diversidades de todo tipo. Y ante ese desafío, la única respuesta es más y mejor democracia, aquí y en el resto de Europa.

Ander Gil es presidente del Senado de España.

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