La extrema izquierda en el gobierno de España

Con la sola presencia de Pablo Iglesias y Alberto Garzón, y sin entrar en mayores consideraciones en cuanto a otros ministros de Unidas Podemos en el nuevo gabinete de Pedro Sánchez, podemos decir que la extrema izquierda ha entrado en el gobierno de España por primera vez desde el inicio de la Transición. Lo cual significa que estamos ante personas, por formación y carácter, perfectamente sectarias e incapaces de aceptar la transversalidad y la moderación, y eso, que resulta inevitable en un parlamento que quiera reflejar fielmente la sociedad que representa, se convierte en una seria rémora cuando lo aplicamos al poder ejecutivo, que por definición tiene que pensar en toda la sociedad, no solo en una parte de la misma.

La presencia de la extrema izquierda en el gobierno de España se complementa con los nacionalismos más radicalizados de Euskadi y Cataluña –nos referimos a EH Bildu y ERC– que han posibilitado este gobierno de Pedro Sánchez con su abstención en el Congreso y cuyos representantes nos propinaron unas intervenciones insólitas y delirantes, a las que Sánchez no les hizo ni el más mínimo reproche por todas las barbaridades que dijeron. La siguiente demostración de esa entente cordial se ha sustanciado en una manifestación en favor de los presos de ETA que ha tenido lugar en Bilbao y donde han estado presentes y bien visibles todos estos partidos.

Una de esas intervenciones del debate de investidura fue la de Oskar Matute, de EH Bildu, que mostró claramente la conexión profunda entre las extremas izquierdas y los nacionalismos en España, al apelar a todos los territorios a autodeterminarse uno a uno como la vía más segura para llegar a la revolución social que pretenden. Y ejemplificó esa lucha con dos recuerdos, el de Dolores Ibárruri y el de Josu Muguruza, el dirigente de Herri Batasuna asesinado en Madrid un 20 de noviembre de 1989, por cierto, el mismo año en que murió la Pasionaria y también el de la caída del Muro de Berlín, principio del fin del comunismo real.

Dolores Ibárruri nos retrotrae al inicio de la alianza entre PSOE y PNV que hoy gobierna en Euskadi y que da profundidad histórica al nexo entre izquierdas y nacionalismos en España. Porque ella estuvo presente en la alucinante sesión de 1 de octubre de 1936, cuando se aprobó por unanimidad el primer Estatuto Vasco en unas Cortes con poco más de 100 diputados, porque todos los demás habían huido despavoridos en un Madrid sometido al terror de las checas y donde el único representante internacional en la tribuna de invitados era el embajador de la URSS, Marcel Rosemberg, luego depurado por Stalin, al que la Pasionaria se dirigió emocionada desde su escaño gritando ¡Viva Rusia!

Lo que no hubo en Euskadi en la Segunda República fue nada parecido a ETA, pero la extrema izquierda equipara a los muertos en las cunetas de hace ochenta años con las víctimas de ETA de anteayer. Tampoco es cierto que quien fuera condenado por el asesinato de Muguruza solo estuviera dos años en la cárcel, como dijo Matute. Estuvo siete años hasta que murió en accidente de coche durante un permiso carcelario.

Quien sí estuvo dos años por cada asesinato fue el etarra actualmente excarcelado José Antonio López Ruiz, Kubati, el famoso asesino de Yoyes, que estuvo en prisión 26 años por cometer 13 asesinatos. Jesús María Zabarte, el llamado carnicero de Mondragón, salió tras 29 años de prisión por 17 asesinatos.

Pero, con todo, la trascendencia del discurso de Oskar Matute residió en que mientras Dolores Ibárruri, como presidenta del PCE de Santiago Carrillo, optó por aceptar la Transición en España y el régimen político de nuestra Constitución monárquica, ahora tenemos una extrema izquierda que está dispuesta a dinamitar todo aquello. Lo cual demuestra que vamos hacia atrás en sectarismo y extremismo y eso es muy preocupante.

Este nuevo gobierno de Pedro Sánchez y sus apoyos van a dejar al descubierto una asociación nefasta que en España busca, a través de la extrema izquierda y la exacerbación de los nacionalismos, acabar con el régimen político del 78. Y lo quieren hacer, por lo que toca al problema catalán, enarbolando la bandera del “diálogo democrático” que, como ya sabemos desde los tiempos de Mariano Rajoy, sólo oculta una voluntad manifiesta en el independentismo catalán por imponer su propio proyecto a toda costa.

Fíjense, si no, en la última entrevista en El Mundo al conocido actor Sergi López, próximo a la CUP –partido pequeño pero clave para la secesión catalana–, y en la respuesta que este da –tildada de “maravillosa” por el conocido medio independentista elnacional.cat– cuando le preguntan por qué quiere la independencia: “Porque sí”. Y luego añade: “¿Por qué tenemos que justificarnos? A mí no me gustan especialmente las banderas, pero quiero ser independiente para quemar la bandera catalana, para cagarme en La Moreneta y los símbolos patrios. Y para eso tengo que tener una patria que sienta como mía”.

En efecto, la extrema izquierda reivindica la autodeterminación uno a uno de todos los pueblos de España porque así es mucho más fácil convertirlos en pasto de su concepción antisistema, algo que no podrían hacer con España entera de una tacada.

El nacionalismo catalán ya está todo en manos de la extrema izquierda y el independentismo radical. Y en Euskadi, si Unidas Podemos sigue acumulando fuerzas con sus homólogos periféricos y comprueban que el pacto PSOE-PNV se resiste a sus propósitos, irán a por él sin la más mínima duda. Como van a ir, ahora ya desde dentro del gobierno, a por lo que quede de este PSOE, después de haber acabado con el que hizo la Transición.

Pedro José Chacón Delgado es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU.

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