La falsa idea de un Mundial sorpresivo

A la izquierda, el futbolista brasileño Philippe Coutinho, en Samara frente a México; a la derecha, el belga Eden Hazard, en Rostov frente a Japón Credit Fabrice Coffrini/Agence France-Presse — Getty Images; Odd Andersen/Agence France-Presse — Getty Images
A la izquierda, el futbolista brasileño Philippe Coutinho, en Samara frente a México; a la derecha, el belga Eden Hazard, en Rostov frente a Japón Credit Fabrice Coffrini/Agence France-Presse — Getty Images; Odd Andersen/Agence France-Presse — Getty Images

El inicio de los cuartos de final del Mundial es un buen momento para hacer un balance del torneo: quedan ocho selecciones y 24 regresaron a casa. De esa veintena de selecciones, cuatro abandonaron el campeonato con una sensación de fracaso: España, Alemania, Argentina y Portugal.

Las primeras dos son las ganadoras de los Mundiales más recientes (2010 y 2014), y, junto a Argentina, son parte del pequeño club (de solo ocho miembros) de campeones del mundo. Y la eliminación de Portugal fue inesperada porque es el equipo de Cristiano Ronaldo, el jugador que, tras llevar al Real Madrid a un tricampeonato europeo, probablemente ganará este año el Balón de Oro, el premio individual más importante para un futbolista.

La partida prematura de estas selecciones significa que en cuartos de final no estarán los dos mejores futbolistas del mundo, Cristiano Ronaldo (CR7) y Lionel Messi (la Pulga). Su paso por Rusia fue contrastante. A CR7 difícilmente se le habría podido pedir más de lo que hizo con Portugal: en cuatro partidos anotó cuatro goles y, en la segunda ronda, cuando su selección perdió frente a Uruguay, se las arregló para encontrar alternativas de ataque. A la Pulga en cambio se le veía distraído, se homologó al mal juego de su selección y se sometió al aislamiento que le impuso el planteo táctico del entrenador Jorge Sampaoli.

Es difícil imponer expectativas descomunales en un puñado de jugadores, aunque sean extraordinarios. De las dos mayores estrellas del fútbol global se esperaba casi lo imposible, que en arrebatos brillantes y solitarios consiguieran una Copa del Mundo. Otros futbolistas lo han logrado —Mané Garrincha con Brasil en 1962, Diego Maradona con Argentina en 1986 y Romário, también con la Verdeamarela, en 1994— pero estas epopeyas serán cada vez más escasas a medida que el torneo se vuelve cada vez más equilibrado y peleado.

El fútbol actual depende menos de los prestidigitadores del balón y más de la colectividad. El predominio de un fútbol cada vez más físico, de pequeños espacios y de jugadas colectivas parece hoy inexorable.

Eso, el juego en conjunto, se decía antes de Rusia, era el atributo de España y Alemania. Junto con Francia, se repetía, ambas selecciones eran las grandes favoritas para ganar un Mundial en Europa. Pero no: la envejecida Alemania se desmoronó ante la velocidad de sus contrincantes —México y Corea del Sur— porque su entrenador, Joachim Löw, decidió llevar jugadores que no estaban en su mejor condición física. España, por su parte, en un partido profundamente monótono y estéril perdió en penales contra Rusia, un equipo rústico técnicamente; la Furia se regodeaba en los toques frenéticos de lado a lado pero era incapaz de atacar. Será materia de acalorada reflexión en qué medida el cambio de entrenadores, en la víspera del Mundial, afectó a España.

Rusia, también se decía (dentro y fuera del país), estaba condenada a no pasar de la fase de grupos. Pero, una vez más, no: la selección local está en cuartos de final y, si le gana a Croacia, podría llegar a una instancia casi inédita, las semifinales. Los anfitriones supieron recuperarse de la derrota 3 a 0 ante Uruguay y frente a España erigieron una defensa impenetrable. Fueron hábiles, agotaron a su rival y luego los remataron en la tanda de penales.

Para los locales no será un Mundial lleno de decepciones, llegar a los cuartos de final era un escenario impensable antes de comenzar. Pero no se puede todo. Una vez que pase el verano y el último partido del Mundial, en Rusia quedará una escenario similar al de otros países anfitriones: igual que en Sudáfrica, Brasil y, el próximo, Qatar, muchos estadios recién construidos o renovados quedarán en desuso demasiado pronto.

Decir que este es un Mundial del equilibrio, de las sorpresas y el desquicio de las predicciones, sería un falsedad. O al menos resultó menos delirante de lo que se advertía. De las ocho selecciones en cuartos de final, cuatro —Brasil, Uruguay, Inglaterra y Francia— han sido campeonas del mundo. Pero en Rusia no ha habido, y nada indica que habrá, ninguna novedad táctica, aunque con la eliminación de España se ha anunciado el fin de un estilo, el ocaso inevitable del tikitaka. Es, sin embargo, una apreciación apresurada: más que el final de una forma de juego, España renunció al método más efectivo para vencer a las defensas férreas, el regate.

Este Mundial ha arrojado otra falsa sorpresa: la revelación de Bélgica. La selección belga, formada por jugadores brillantes, ha hecho justamente lo que suponíamos: ha ganado sus cuatro partidos (pese a sufrir uno de los episodios más dramáticos de Rusia, cuando perdía 2 a 0 contra Japón pero terminó ganando 3 a 2). El gran problema de Bélgica viene ahora: se enfrentará con Brasil.

De los partidos de cuartos de final, haciendo un brevísimo repaso, quizás el partido entre Bélgica y Brasil sea futbolísticamente el más refinado: basta nombrar a solo cuatro jugadores que estarán en el campo: Hazard, De Bruyne, Neymar y Philippe Coutinho. Se enfrentan la mejor defensa del torneo (la brasileña) y el ataque más efectivo (el belga). De los partidos del sábado —Inglaterra contra Suecia y Rusia frente a Croacia—, se puede esperar más lucha que técnica. Pero el enfrentamiento entre Francia y Uruguay es el que condensa la gran batalla de esta ronda: la sofisticación del fútbol —la refinada técnica francesa— contra el esfuerzo bestial —la garra uruguaya—. Pogba, Griezmann y Mbappé se enfrentan a Godín, Luis Suárez y, ojalá, Cavani —quien salió lesionado en el último partido—.

Algún día se verá si es coincidencia o no el hecho de que los tres delanteros más destacados en lo que va del Mundial sean Mbappé, Cavani y Neymar, los delanteros del Paris Saint-Germain. Por el momento, lo que revela esta sincronía es que pese a que los tres componen un trío (o un colectivo) admirable, el talento individual aún sobrevive.

Aunque hay posibilidades de que este Mundial arroje a un campeón inédito —Bélgica, Suecia, Rusia o Croacia—, dista de ser la Copa del Mundo de lo inesperado. O dejó de serlo cuando Colombia fue, tristemente, eliminada por Inglaterra.

El arte de las predicciones, se sabe, es siempre inexacto. No obstante, me atrevo a pronosticar que las semifinales serán todavía menos sorpresivas: Brasil se enfrentará con Francia y Croacia con Inglaterra. Y también me atrevo a advertir una realidad revelada unas horas antes del inicio de los cuartos de final: solo dos selecciones sudamericanas juegan sin complejos contra los europeos, Brasil y Uruguay.

Juca Kfouri es escritor y periodista deportivo. Su libro más reciente son las memorias Confesso que perdi. Este ensayo fue traducido del portugués por Elianah Jorge.

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