La Fantasmagoría del profesor Bárcenas

Los madrileños que acudieron al Teatro del Príncipe entre el 21 de enero y el 25 de febrero de 1821 vivieron una experiencia inolvidable. El escenario se había convertido en «un lugar oscuro, forrado de negro, débilmente iluminado por una lámpara sepulcral». En un pebetero se quemaba incienso y una música casi imperceptible creaba el ambiente perfecto para la sugestión. De repente «una figura, al principio pequeña, pareció agrandarse poco a poco y enseguida un fantasma enorme se aproximaba y desaparecía súbitamente en el momento en que el espectador iba a gritar». Según un estudio de Theatre Notebook, muchos de los asistentes «aseguraron que hubieran podido tocar esa figura».

Era la linterna mágica. Había llegado a Madrid de la mano de un belga extravagante que se hacía llamar «profesor Robertson» y que contaba como ayudantes a su esposa, sus dos hijos y un presunto hindú denominado Cossoul que alternaba el cuidado de los efectos especiales con las demostraciones como tragasables. El propio Robertson había bautizado su espectáculo, diseñado y presentado veinte años atrás en París, como «sesión de Fantasmagoría».

Aquella primitiva linterna mágica consistía en una serie de lentes dentro de una caja de madera con ruedas, oculta tras una pantalla. En su interior se colocaban grabados o pequeños objetos que eran proyectados en movimiento hacia el espectador, provocando todo tipo de efectos ópticos. El programa de la Fantasmagoría presentado en Madrid alternaba el desfile de héroes como Hernán Cortes, don Pelayo o el propio general Riego cuya sublevación un año antes había repuesto el régimen constitucional, con diversas apariciones espectrales, incluidos esqueletos, una cabeza de Goliath separada del cuerpo y un «ateo despedazado por el rayo».

Cual nuevo profesor Robertson el ex tesorero del PP Luis Bárcenas ha iniciado esta semana sus sesiones de Fantasmagoría difundiendo una documentación autógrafa que sólo podía estar en su poder, sugestionando poderosamente a la opinión pública con su apariencia y desmintiendo enseguida su contenido. Lo veis porque yo os lo enseño, pero no es verdad. Al mostrar una contabilidad B con sus correspondientes entradas y salidas ilegales y negar a la vez que existiera nada parecido con una nota de prensa digna de la antología del cinismo, Bárcenas ha convertido los sobresueldos del PP en un ectoplasma fantasmal.

Su propósito es generar desconcierto y ansiedad por doquier, dejar constancia de su poder de intimidación, sugerir que lo más grave no ha aparecido aún y sobre todo diluir sus presumibles largos años de latrocinio -22 millones en Suiza no se amasan así como así- en el espectral baile de la corrupción generalizada. Bárcenas ya había dicho una cosa y su contraria a través de personas interpuestas. Ahora ha pasado de las palabras a los hechos, burlándose de la justicia y tomando como rehén a la impresionable opinión pública.

¿Estoy sugiriendo con esto que los sobresueldos en el PP sean meras ilusiones ópticas? En absoluto. Sin grabados u objetos reales con los que alimentar la linterna mágica no habría Fantasmagoría alguna. Por eso es tan importante averiguar en sede judicial el verdadero alcance de lo sucedido; dónde terminan los hechos y dónde comienza su manipulación interesada.

Tal y como reveló EL MUNDO el 18 de enero a cinco columnas el PP ha estado pagando sobresueldos de forma sistemática a casi todos sus dirigentes durante 20 años. Me alegra, por cierto, que otros medios se hayan sumado a la investigación de estos hechos y no pierdo la esperanza de que algún día publiquen también primicias embarazosas para el PSOE de sus amores o los Pujol de sus devengos. A lo mejor -ingenuo de mí- incluso terminan admitiendo que igual que los papeles de Bárcenas son de Bárcenas por mucho que lluevan desmentidos, el borrador de la Udef se elaboró en la Udef pese a que nadie quiera asumir su paternidad y con ella el riesgo de una acusación por revelación de secretos.

Ciñéndonos a los hechos, uno de los cuatro secretarios generales de la historia del partido, Javier Arenas, ha revelado ya cuál era el concepto o más bien la coartada de esa retribución adicional: «Había un dinero que el PP te entregaba como sueldo, dividido en dos partes. Una la que correspondía a tu salario como parlamentario que el PP recibía del grupo y se encargaba de distribuir. Otra, como gastos de representación, con la que se completaba el sueldo».

Es decir que algo que por su misma naturaleza debería ser coyuntural y variable como los gastos de representación -nadie paga todos los meses los mismos ramos de flores a la esposa de un embajador que ha organizado una cena- se convirtió en estructural al margen de lo poco o mucho que se «representara» porque tenía como objetivo «completar el sueldo». Era lo que en román paladino se conoce como un «sobresueldo». Quedan por dilucidar su cuantía, su moralidad y su legalidad.

Algunas de nuestras fuentes insisten en que las entregas mensuales oscilaban entre los cinco y los quince mil euros y apuntan incluso a cantidades superiores en una penúltima etapa. El manuscrito de Bárcenas incluye cuantías muy inferiores. No es lo mismo un complemento anual de 25.000 euros que otro seis o diez veces superior ya en territorio de delito fiscal.

Detrás de este asunto late la hipocresía con que se trata la retribución de los políticos. Así como en el caso de la mayoría de los diputados y un sinfín de cargos, carguetes y carguillos es de rigor aplicarles el «total, para lo que hacen…», es hora de reconocer que es un disparate que los ministros cobren menos que los redactores jefe de los periódicos y que el presidente del Gobierno, los líderes autonómicos o los secretarios generales de los grandes partidos no les lleguen ni a la suela del zapato a los ejecutivos peor pagados del Ibex. Eso sólo fomenta el deterioro de la cualificación de la clase política y la búsqueda de subterfugios como los sobresueldos. Lo lógico sería que las listas abiertas, las primarias, los congresos sin avales a la valenciana y la limitación de mandatos acabaran con el empleo fijo de tantos aparatchiki y que la política se convirtiera en una dedicación temporal y precaria pero remunerada de forma competitiva.

Gran parte del morbo sobre estos complementos reside en su mecánica de entrega. Nuestras fuentes se reafirman en que se trataba de sobres con billetes. Cuando hablan con su nombre y apellido todos los dirigentes del PP sostienen en cambio que recibían el dinero por transferencia bancaria. En el fondo se trata de una cuestión secundaria siempre y cuando declararan esos sobresueldos en el IRPF. Pero la falacia de los «gastos de representación» fomenta el equívoco y da pie a pensar que hubo dirigentes del PP que incumplieron sus obligaciones tributarias. El baremo es muy claro: sólo aquellos gastos justificados mediante la correspondiente factura podían quedar exentos.

Si alguien dejó de declarar los sobresueldos y no puede acreditar que los dedicó a sus teóricos fines es un defraudador. Y al margen de que la infracción haya prescrito o no, un defraudador no puede ejercer un cargo público, sea una secretaría de Estado, un ministerio o --eventualmente- la propia presidencia del Gobierno.

Como además los documentos de Bárcenas incluyen serios indicios de financiación irregular del PP, es imprescindible que, al margen de la investigación interna, sea la justicia la que averigüe lo ocurrido. Estoy seguro de que la fiscalía -bravo por tomar la iniciativa- encontrará pronto elementos de conexidad como para que el juez Ruz abra una pieza separada dentro del caso Gürtel, enfatizando así que es el cordón umbilical del tesorero el que une a dos criaturas de muy distinto tamaño.

La distorsionante linterna mágica de Bárcenas no debe hacernos perder la perspectiva: aquí no hay cadáveres enterrados en cal viva, ni más cuenta conocida en Suiza que la suya. Con lo que sabemos hoy es tan probable que haya responsabilidades políticas que depurar como improbable que veamos a dirigentes del PP en el banquillo.

Toca pues desdramatizar este ejercicio de Fantasmagoría en el que Bárcenas ha encontrado previsibles asistentes. Esto no es el caso Urdangarin, aquí nadie tiene «bombas atómicas» que pongan en riesgo ninguno de los pilares del Estado. Si hay dos o tres ministros que han evadido impuestos, se les cambia y ya está. El reajuste es en todo caso inevitable una vez que existe constancia de que la trama Gürtel pagó gastos personales de Ana Mato. ¿No es paradójico que una mujer que se revuelve contra la supuesta pretensión de confundirla con su ex marido, quiera hacernos creer que todo pasaba por él, incluso cuando era ella la que en solitario hacía los viajes, alquilaba los coches o pernoctaba en los hoteles? Nadie puede sostenerse en un cargo exigiendo a una sociedad machacada tal acto de fe.

Rajoy ha cometido ayer un error incomprensible al empeñar su palabra en algo que no puede garantizar, pero incluso en la hipótesis de que eso le obligara a abandonar anticipadamente el cargo, estaríamos ante una crisis perfectamente digerible por el sistema. Quien ganó las elecciones, quien tiene una mayoría parlamentaria más que estable es un partido y no una persona.

Sea cual sea su desarrollo, este episodio va a reforzar la presión social que exige reformas profundas en las reglas del juego y muy especialmente en el funcionamiento de los partidos. El propio PP debería ponerse a la cabeza de esa corriente, planteándose una nueva refundación similar a la del 90. Pero entre tanto es esencial que los fantasmas de la sala no nos impidan ver al operador de la linterna y su fortunón en Suiza.

Si la semana pasada apuntaba que todo sugiere que la trama Gürtel no era sino uno de los manantiales que abastecían a Bárcenas y sus eventuales cómplices, hoy añado que la difusión de sus anotaciones, mezclando lo verdadero, lo falso y lo mediopensionista, prueba que desde el principio concibió los sobresueldos como un mecanismo de blindaje en pos de la impunidad penal y probablemente como una pantalla tras la que esquilmar la caja.

Estamos ante uno de los presuntos delincuentes más inteligentes, maquiavélicos y sin escrúpulos de la historia reciente. Ha contratado muy buenos abogados -con más de un millón sólo de intereses al año, ya puede permitírselo- y no hay más que ver cómo ha embrollado la regularización fiscal, dejando tocado del ala a Montoro. Su siguiente número será hacernos creer que ha amasado la parte ya pública de su tesoro a base de tener buen ojo para los negocios en sus ratos libres.

¿Qué tiene enfrente? Una Audiencia Nacional en la que su presidente, Ángel Juanes, hace lo humanamente posible para acelerar la traducción de los tropecientos folios llegados de Suiza y un instructor y una fiscalía que deben ocuparse al mismo tiempo de investigar a los Pujol, seguir con lo de la SGAE y lo de Afinsa, rematar lo del Faisán y lo de Batasuna y echarles un galgo a los asesinos de García Goena. A este paso no se hablará de los trabajos de Hércules sino de los trabajos de Ruz.

Desde la puerta del teatro de la Fantasmagoría yo sólo puedo hacer entre tanto bocina con las manos, seguir gritando «¡Al ladrón, al ladrón!» y avisar de que la otra gran especialidad con la que el profesor Robertson logró comer el tarro a sus contemporáneos fueron las ascensiones o evasiones en globo aerostático.

Pedro J. Ramírez, director de El Mundo

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