La fase de riesgo posterior a la vacuna

La fase de riesgo posterior a la vacuna
Patrick T. Fallon/AFP via Getty Images

A pesar de todo el dramatismo que suscita la lentitud con la que se efectúan los despliegues de vacunación contra el COVID-19 y las restricciones a la exportación, no cabe duda de que la gran mayoría de las personas en Estados Unidos y Europa habrán sido vacunadas antes del verano en el hemisferio norte. Las cifras de muertos variarán según la política de mantenimiento de registros de cada país, pero la situación de la salud pública será, en gran medida, la misma para estadounidenses, europeos y británicos.

Sin embargo, existe una gran incertidumbre sobre el grado en el que retornará la vida social anterior a la pandémica y la duración de dicho retorno. Sin lugar a duda seguirán vigentes algunas limitaciones. La recuperación de los viajes, por ejemplo, será lenta y desigual, y probablemente habrá “burbujas de viajes”, un escenario ya previsto en Australia y Nueva Zelanda, donde el virus ya casi ha sido eliminado. La Unión Europea, por su parte, probablemente adaptará la temporada de viajes de verano mediante la introducción de cruces fronterizos libres de cuarentena para quienes tengan pasaportes de vacunas. Pero se mantendrán las restricciones a los viajes de larga distancia.

Lo más probable es que las disparidades en el ritmo y el alcance de la reanudación de las actividades sociales coincidan con las brechas de ingresos. Si bien algunos mercados emergentes habrán alcanzado altas tasas de vacunación (Chile, Marruecos y Turquía ya están por delante de la UE), la mayor parte del mundo en desarrollo no habrá contenido el virus. En consecuencia, los controles fronterizos entre el mundo rico vacunado y el mundo pobre no vacunado probablemente se harán más estrictos, especialmente si siguen surgiendo nuevas variantes. Los trabajadores migrantes serán quienes sientan de manera más directa las repercusiones negativas, pero habrá consecuencias más amplias, como una contracción del turismo de larga distancia, que socavará gravemente algunas economías.

Además, la globalización se verá afectada. Aunque se requiere de muy escaso contacto de persona a persona para enviar un contenedor al otro lado del mundo, no se puede decir lo mismo de la gestión de redes de producción o la búsqueda de nuevos clientes. La evidencia apunta a que las medidas que alteran el movimiento de personas (como las nuevas normas sobre visados o la apertura de nuevas rutas de viaje) verdaderamente afectan al comercio de mercancías. Los obstáculos duraderos a los viajes de pasajeros, en última instancia, acabarían reduciendo el comercio e inversión a nivel internacional, así como también la productividad y el crecimiento en general.

Más importante aún, un retorno completo (así sea gradual) a la vida normal sólo será posible si las vacunas siguen siendo eficaces. Hasta ahora, parecen tener alcanzando un éxito admirable. Pero la aparición de variantes resistentes a las vacunas obligaría a los gobiernos a mantener severas restricciones, posiblemente con confinamientos recurrentes. Algunos expertos, como por ejemplo Monica de Bolle del Peterson Institute for International Economics, consideran que este escenario es probable. Pero, incluso si este es sólo un riesgo excepcional, es uno que requiere de nuestra atención.

Sorprendentemente, se sabe poco sobre las soluciones de compromiso que comprenden sacrificios compensatorios en los ámbitos de la salud pública y la actividad económica, dentro del contexto de la pandemia de coronavirus. Los cuadros de indicadores basados en las tasas de crecimiento del PIB y las cifras de muertos pueden generar muchos comentarios, pero son groseramente engañosos. Italia experimentó fuertes pérdidas de vidas y de PIB el año pasado, pero esto no se debió a que su respuesta en materia de políticas hubiese sido ineficiente, sino porque Italia fue el primer país europeo en ser golpeado por el virus; y, por lo tanto, tuvo que responder a una conmoción inesperada con medidas económicamente costosas.

Para medir cómo los países han gestionado estos sacrificios para llegar a soluciones de compromiso (y, cómo podrían seguir haciéndolo si persiste la pandemia) hemos comparado la evolución semana a semana de las infecciones con la actividad económica medida por el OECD GDP Tracker. Antes de que surgiera la variante británica (B.1.1.7), el contagio del COVID-19, medido según su “tasa de reproducción” (R), era de aproximadamente tres, lo que significa que se podía esperar que una persona infectada contaminara a otras tres. Por lo tanto, el objetivo de las medidas de confinamiento fue reducir la R a un nivel por debajo de uno, momento en el que la incidencia viral disminuiría en lugar de aumentar.

Durante la primavera 2020 en el hemisferio norte varios países europeos lograron reducir la tasa R de tres a aproximadamente 0,7 en el transcurso de unas pocas semanas. En ese momento, la correspondiente reducción de la actividad económica varió desde alrededor del 15% en Alemania (donde la primera ola fue leve) a casi el 30% en Francia, donde la construcción se detuvo por completo y una cuarta parte de los empleados del sector privado fueron suspendidos sin goce de sueldo. El tratamiento fue eficaz, pero tuvo un costo económico extremadamente alto.

Por el contrario, cuando Europa se preparó para otro episodio de confinamiento en el otoño, el costo económico de las medidas de salud pública fue mucho menor. La tasa R se redujo a aproximadamente al mismo nivel (0,8) anterior, pero el costo económico fue 2 a 3 veces menor, y el efecto fue notablemente uniforme a lo largo y ancho de todos los países.

La razón es que los gobiernos habían aprendido de la primera ola. La respuesta de la segunda ola fue menos estricta pero mejor dirigida a blancos específicos. Había una disponibilidad más amplia de mascarillas y equipos de protección, y las empresas habían aprendido a adaptarse a las restricciones. Algunas de estas adaptaciones han resultado ser duraderas: los pagos electrónicos han recibido un impulso significativo; el comercio electrónico está en auge; y las empresas de los sectores afectados lograron llevar a cabo sus actividades empresariales o incluso hasta prosperaron. En Francia, donde los restaurantes están cerrados y los hoteles se enfrentan a estrictas restricciones, uno de cada cuatro informó que, a pesar de todo, la actividad en el mes de febrero se había recuperado en más de la mitad (y el 10% dijo que había retornado a la normalidad).

En cuanto al futuro, la aparición recurrente de variantes aumentaría la probabilidad de necesitar nuevas adaptaciones. Sin embargo, si estas variantes son más contagiosas, los costos se elevarán. Las empresas que se han mantenido gracias al soporte vital que brindan las inyecciones de liquidez y aplazamientos de impuestos no sobrevivirán, y los trabajadores que siguen suspendidos sin goce de sueldo (incluyéndose en el mes de enero a 4,5 millones de trabajadores británicos) perderán ya sea sus habilidades o sus puestos de trabajo. Se necesitarán grandes esfuerzos para ayudarlos a cambiar de ocupación.

Cuanto más dure la pandemia, más graves serán los daños y mayores serán los costos. Por lo tanto, sigue siendo vital un despliegue de vacunación que sea verdaderamente mundial. Entre tanto, los gobiernos deben prepararse para el riesgo de brotes periódicos mediante la elaboración de nuevas políticas a fin de contener sus costos sociales, económicos y fiscales.

Olivier Blanchard, a former chief economist of the International Monetary Fund, is Senior Fellow at the Peterson Institute for International Economics. He is the co-editor (with Lawrence H. Summers) of Evolution or Revolution? (MIT Press, 2019). Jean Pisani-Ferry, a Senior Fellow at Brussels-based think tank Bruegel and a Senior Non-Resident Fellow at the Peterson Institute for International Economics, holds the Tommaso Padoa-Schioppa chair at the European University Institute. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

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