La ficción catalana

La cuestión: ¿cómo es posible que CiU llegara a creer que la manifestación de la Diada —ese supuesto millón y medio de personas que salió a la calle— avalaba el llamado proceso de transición nacional a la independencia? ¿Cómo es posible que CiU confundiera —«la voluntad de un pueblo», dijeron— la parte con el todo? Consecuente con su lectura errónea de la realidad, CiU se subió a la ola callejera independentista para sacar provecho de la misma. Artur Mas dio el portazo a Mariano Rajoy en La Moncloa, avanzó las elecciones y proclamó la buena nueva de «Cataluña nuevo Estado de Europa» (?). Pero, las urnas —una victoria pírrica en función de las expectativas creadas y exigidas al ciudadano— dieron el veredicto en forma de batacazo electoral. Pese a ello, CiU —con Artur Mas y sus asesores de confianza a la cabeza—, inasequible al desaliento, persevera en su desafío independentista. Ahí tienen ustedes el Pacto por la Libertad (?) diseñado por CiU y ERC que prevé una Declaración de Soberanía del Pueblo de Cataluña en el Parlament a la que seguirá una Ley de Consultas catalana que contemplará el —ilegal por anticonstitucional y antiestatutario— derecho a decidir de Cataluña. Un proceso —asesorado y coordinado por un llamado Consejo Nacional para la Transición Nacional— que culminará con un referéndum que se celebrará en 2014 de acuerdo con el «marco legal que lo ampare» (?). CiU, en lugar de meditar sobre las causas y consecuencias del porrazo electoral, de aceptar la debilidad surgida de las urnas, de reflexionar sobre la Cataluña real, de barajar el relevo de un líder que ha sufrido un serio descalabro; CiU, en lugar de eso, como si nada hubiera pasado, huye hacia la nada alimentando la ilusión y la ilegalidad de una consulta que convertiría Cataluña —Pacto por la Libertad dixit— en un «Estado en el marco europeo» (?).

Uno se pregunta cómo es posible que CiU y Artur Mas actúen como si nada hubiera pasado. Y más si tenemos en cuenta que el empecinamiento —la confusión del deseo con la realidad— cuestiona la supervivencia de quien lo plantea. Cierto que en ello hay oportunismo y tacticismo. Cierto que se percibe la necesidad de ocultar la mala gestión. Cierto que se detecta el apetito indisimulado de conservar el poder —si hay que pactar con ERC se pacta— a cualquier precio. Pero, hay algo más. ¿Recuerdan la teoría de la ideología de Karl Marx y Friedrich Engels? ¿Recuerdan la teoría de la relación entre política y mentira de Hannah Arendt? Dos claves para descifrar el desafío independentista impulsado por el nacionalismo catalán. Karl Marx y Friedrich Engels, en La ideología alemana (1846), sostienen que la ideología —«la creencia de que el mundo real es el producto del mundo ideal», escriben— es un espejismo que distorsiona la realidad, que obnubila la percepción del mundo de quien la posee o es poseído por ella, que representa una ilusión. La ideología sería una reconstrucción o reorganización imaginaria de la sociedad, la expresión desfigurada de lo real. En la ideología, el aparecer no coincide con el ser —«los hombres y sus relaciones se nos aparecen colocados cabeza abajo como en una cámara oscura», escriben— y el sujeto se dota de una falsa conciencia que expresa deseos e intereses. Finalmente, la ficción se desvela cuando la realidad echa a andar. En Cataluña, la realidad echó a andar el 25N. Resumo: CiU ha extraviado doce escaños y ha perdido casi cien mil papeletas habiendo votado medio millón más de personas, el porcentaje de voto independentista es sensiblemente inferior al de 1984, el independentismo representa un tercio del censo electoral. ¿Dónde está el plus de confianza y la mayoría excepcional que buscaba Artur Mas para legitimar el proceso? Nada de nada. CiU, en lugar de reconocer lo real, insiste y persiste en la ficción. La ideología le obnubila el juicio. Insiste en el mismo objetivo: a la independencia por la vía del referéndum. Persiste en el mismo lenguaje, ese populismo que no explica, que disfraza, que busca la aquiescencia de los convencidos, que agita los sentimientos del «pueblo»: «cambiar el rumbo de la historia de un país milenario» a través del «derecho a decidir libremente el futuro como nación» que conduce a «construir un país nuevo».

Otra vez la pregunta ¿cómo es posible que CiU y Artur Mas actúen como si nada hubiera pasado? ¿Cómo es posible que sigan alimentando la ficción catalana? Hannah Arendt toma la palabra. Una cita de Verdad y política (1961): «Nadie, por lo que yo sé, puso nunca la veracidad entre las virtudes políticas». Prosigue: «Solo el autoengaño es capaz de crear una apariencia de fiabilidad». Concluye: «El engaño sin autoengaño es imposible por completo». A ello, añadan el «narcisismo primario» que en su día teorizara Sigmund Freud ( Introducción al narcisismo, 1914), ese tomarse a sí mismo como objeto de amor al estar convencido de la verdad de sus pensamientos y acciones. Y si la cosa va de psicólogos, podríamos recordar a Jean Piaget ( Pensamiento egocéntrico y pensamiento sociocéntrico, 1951) que, refiriéndose al pensamiento infantil, afirmaba que el niño no distingue su yo del mundo exterior. Algo de pensamiento egocéntrico y sociocéntrico hay también en el nacionalismo catalán.

Sea por oportunismo, tacticismo, electoralismo, ocultación o afán de poder; sea por obnubilación ideológica o engaño acompañado de autoengaño; sea para satisfacer el narcisismo de las pequeñas diferencias; sea por unas u otras causas, el nacionalismo catalán se ha instalado en su particular MUD (Multi User Dungeon o Calabozo para Usuarios Múltiples). Esto es, en una realidad virtual en la que se introduce un conjunto de personas que construyen a su medida un determinado lugar y una determinada identidad. Personas que tienen la mala costumbre de promover el unanimismo ideológico y sentimental, prescribir la realidad, incumplir la ley y limitar los derechos individuales. Lo grave del caso es que el mantenimiento de ese MUD necesita alimentar constantemente el victimismo y el conflicto para sobrevivir. Ello conduce al deterioro de la convivencia, al enfrentamiento con el Estado, al quebranto de la economía. Cosa que —paradójicamente— hace plausible la hipótesis de un anticipo electoral autonómico que posibilita el relevo —¿un caso de autolisis política?— de quienes, por culpa de la obnubilación ideológica y el autoengaño, confunden el deseo con la realidad. ¿Cómo se puede actuar como si nada hubiera pasado y como si nada fuera a pasar? Al respecto, el periodista catalán Agustí Calvet, «Gaziel» (1887-1964), atribuyó a Cataluña —al catalanismo—, el estatuto de «jugador que siempre pierde». Anoten: «Todo indica que no se trata de un jugador desdichado, sino de un mal jugador, cosa absolutamente distinta. Solo hará falta que se coloquen silenciosamente detrás de él, a ver cómo juega. No tardarán mucho en descubrir que lanza espadas cuando debería lanzar oros, y envida cuando hay que pasar, y no acierta ni una. Pues bien: este tipo de jugador es Cataluña». Título del artículo: El desconsuelo (1944), publicado en el libro Qué clase de gente somos (1970). Sigue la ficción catalana. No aprenden del pasado ni del presente.

Miquel Porta Perales, escritor.

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