La ficción del neosanchismo

Una remodelación que mantiene la desmesurada estructura de ministerios y deja intacta en número y titulares la cuota de Podemos no puede llamarse crisis de Gobierno en el sentido más dinámico o creativo del término. Se trata más bien de un reajuste interno, una permuta puntual de puestos aunque el presidente haya aprovechado el relevo para armar una verdadera escabechina entre sus colaboradores de mayor peso. La masacre de San Cristóbal, cabría denominarla: el día en que la escolta de confianza que acompañó a Sánchez en su asalto al poder, tanto en el partido como en las instituciones, fue liquidada de golpe para dar paso a una especie de Joven Guardia que a partir de ahora actuará como brigada pretoriana.

Sánchez ha presentado la jornada de ayer como un cierre de etapa. Y en la medida en que ha despedido al que hasta ahora venía funcionando como núcleo duro de su equipo, pretende abordar el resto de la legislatura como la enésima reinvención fingida de sí mismo. Con el viento de las encuestas en contra, la derrota de Madrid clavada como una banderilla de fuego en el cerviguillo y su propia imagen sometida tras la pandemia y los indultos a un desgaste abrasivo, ha decidido sacarse de encima a una pléyade de ministros y decretar con esta sustitución masiva el nacimiento del neosanchismo.

La clave de la sacudida en el Gabinete reside en el despido de Iván Redondo, Carmen Calvo y José Luis Ábalos. La caída del primero constituye la principal sorpresa de este remplazo porque venía ejerciendo como auténtico vicepresidente de facto que dirigía y controlaba el Ejecutivo a través de un departamento elefantiásico. Como todos los validos, parece haber sido víctima de la influencia que había acumulado hasta despertar en el aparato socialista un recelo rayano en odio africano. El pulso entre Ferraz y Moncloa es un clásico desafío político que esta vez ha ganado el bando orgánico, favorecido por el revés madrileño y otros descalabros que han ido minando la reputación de mago sobre la que el todopoderoso asesor asentaba su ascendiente en el liderazgo. Su futuro acomodo dará pistas acerca del crédito que como teórico experto electoral pueda seguir conservando. La primera impresión es que el partido ha acabado doblándole el brazo a un personaje visto como un mercenario, y que Sánchez se ha cansado de trucos de ilusionismo propagandístico que habían perdido impacto. La típica reacción de los gobernantes autocráticos que descargan la culpa de sus fracasos en sus ayudantes más cercanos, los fusibles inmediatos cuando empiezan a producirse cortocircuitos de rechazo.

Jesús Caldera, antiguo ministro de Trabajo, aún sigue estupefacto al recordar cómo Zapatero lo destituyó achacándole la impopularidad de una regulación migratoria que él mismo le había encomendado. Algo similar ha ocurrido con Calvo, Ábalos y el ya ex responsable de Justicia, Juan Carlos Campo. Los tres eran hasta ahora los fieles ejecutores de los encargos que Sánchez o el propio Redondo expedían a su círculo más estrecho. La vicepresidenta ha sido sacrificada por su doble colisión con Redondo, en la hegemonía interna, y con Irene Montero en las leyes de género; Campo sale de ídem por no poder someter al Consejo del Poder Judicial y al Supremo; juez al fin y al cabo, le costaba saltarse el ordenamiento. La expulsión de Ábalos, el hombre siempre dispuesto a quemarse en las tareas turbias, el Luca Brasi del Gobierno, perfila acaso una renovación de la cúpula del PSOE en el próximo congreso.

Ésa es la otra cuestión esencial del golpe de mano sanchista. Acosado por la erosión y la disipación de su efímero carisma en un piélago de contradicciones y mentiras, el presidente ha decidido propiciar el ascenso de una generación de dirigentes, mujeres en su mayoría, ajena ya a las señas antiguas y surgida bajo su obediencia directa en las estructuras del poder municipalista. Laminado el esquema de jerarquías regionales y baronías en beneficio de un modelo plebiscitario, llega desde las alcaldías la ola de la socialdemocracia líquida. Ecologista, digital, feminista. La nueva, superficial y menos conocida versión de la fallida ‘gobernanza bonita’.

Para compensar la perdida experiencia institucional de los relevados accede al Ministerio de la Presidencia Félix Bolaños, el fontanero mayor de Moncloa, el hombre que junto a Calvo trataba de adecuar, a menudo en vano, las ocurrencias redondistas al orden funcional, administrativo y jurídico de los mecanismos del Estado. Será el nuevo ‘factótum’ gubernamental al frente del cuadro de mandos -y de la ‘cuestión catalana’, ojo-, y le acompañará Óscar López, superviviente de Zapatero y de Rubalcaba, político sensato de indiscutible disciplina partidaria y escaso bagaje tecnocrático. Bolaños es el nuevo número dos real porque el ascenso de Nadia Calviño es mera retórica, un detalle nominal para darle relevancia ante Europa a la hora de presentar las cuentas y engancharse a las tuberías de la ayuda económica. Descontada la jubilación de Celáa, el resto de los ceses -Duque, Uribe, Laya- carece de sustancia. Eran piezas inanes, que han pasado por el Gabinete como la luz a través del agua.

Más relieve tiene la condición intocable de los ministros de Podemos, a los que el teórico líder del equipo no se ha atrevido a remover de sus chiringuitos por no comprometer el equilibrio de su relación con el único socio fijo. El Ejecutivo sigue siendo tan sobredimensionado como antes, ajeno a los aprietos que los españoles sufren tras una pandemia que Sánchez insiste en dar por finalizada contra toda evidencia. Carteras inútiles, vacías tanto de capital humano como de competencias, agencias de colocación de clientela, carcasas administrativas huecas. La austeridad no es, desde luego, una virtud de la izquierda.

Esa demostración de dependencia deja la presunta ‘crisis’ en una simple muda fisonómica, y aun a medias. Una reorganización cosmética, un evento publicitario, una humareda. Como no podía ser de otra manera mientras el presidente mienta por sistema, mientras nadie pueda creer en sus promesas, mientras carezca de consistencia, de lealtad constitucional, de principios y de ideas. Mientras se dedique a jugar con el Estado como un niño con un rompecabezas, mientras su único proyecto consista en su propia supervivencia. Ha cambiado de séquito, de compañía, de figurantes, pero continúa siendo el rehén de la alianza Frankenstein dispuesto a pagar cualquier precio por su propio rescate, incluido el de sembrar su propio entorno de prematuros cadáveres para inspirar miedo, creándose fama de ‘killer’ implacable. El neosanchismo es una entelequia, una aspiración inviable mientras Sánchez sea Sánchez.

Ignacio Camacho, periodista.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *