La ficción no es solo cosa de novelistas y de fabuladores. Nadie como los juristas la ha usado tanto y con más provecho. No me estoy refiriendo a la tendencia a liar, a embrollar e incluso a mentir que la maledicencia atribuye a los abogados. La ficción es una vieja técnica que simplifica la aplicación del Derecho. La ficción jurídica es al Derecho lo que los símbolos, la metáfora y otras figuras retóricas son a la literatura. En la literatura contribuyen a la belleza. En el Derecho, a la eficacia.
—Deme un ejemplo urgentemente, por favor.
La entrega de las llaves al comprador o al arrendatario como símbolo de la casa tiene en Derecho el valor de entrega de la propia casa. Sencillo y útil, ¿no le parece? Hay muchísimas ficciones jurídicas usadas habitualmente.
La ficción jurídica por antonomasia, la madre de todas ellas, es la persona jurídica. Consiste en atribuir personalidad a una asociación de personas, a un conjunto de cosas o a una combinación de ambas, de suerte que pueda ser titular de derechos y de obligaciones como una persona física.
Al igual que las personas, las sociedades y asociaciones de todo tipo con las que uno convive en los ámbitos de la vida política, económica y social modifican sustancialmente sus características a lo largo del tiempo. No tiene sentido convertir a una persona jurídica en referencia inmutable de ningún valor, por antigua que sea. Son poquísimas las instituciones que preservan sus esencias y su importancia durante toda su existencia. El manto de unas siglas no garantiza nada. Las circunstancias de cada momento histórico y, sobre todo, las personas físicas que las integran y las dirigen en cada época marcan las diferencias.
—¿Cualquiera que sea la institución de que se trate?
Así es. Aquí tiene el ejemplo de dos entidades centenarias de muy diferente naturaleza:
El Real Unión de Irún participó como equipo fundador de la Liga de fútbol y llegó a ganar nada menos que tres Copas del Rey. Hoy milita, con esfuerzo, en 2ª B. Siempre ha sido el mismo club, la misma persona jurídica, pero ¡qué diferencia, amigo mío! Los iruneses siguen fieles a su equipo, pero ninguno apostaría a que vaya a ganar de nuevo la Copa del Rey.
El PSOE es el más antiguo partido político existente hoy en España. Fue originariamente marxista y revolucionario. Durante el franquismo su influencia en la oposición clandestina fue poco relevante, porque esa oposición estuvo prácticamente monopolizada por los comunistas. A la muerte de Franco se opuso a lo que se conoció como «Reforma Democrática», esto es, una transición ordenada desde la legalidad vigente al nuevo sistema democrático. Propugnó la alternativa de una ruptura radical con esa legalidad, pero la inmensa mayoría de los españoles refrendó la Ley de Reforma Política aprobada por las Cortes de Franco. Fue entonces cuando Felipe González comprendió la necesidad de incorporarse plenamente al proceso de democratización desde una posición moderna y europea de centro-izquierda: desapareció la definición del partido como marxista; el «Programa Máximo» se convirtió en un recuerdo retórico; colaboró decisivamente en la redacción de la Constitución de 1978; mantuvo la presencia en la OTAN; y ejerció el gobierno durante un largo periodo de tiempo como un partido socialdemócrata moderno y europeo.
—¿Qué ha cambiado ahora?
Zapatero predicó un nuevo izquierdismo y quiso condenar al PP a una suerte de antidemocrático extrañamiento político, aun a riesgo de terminar con un sistema bipartidista que había dado a España el periodo más largo de paz y de progreso de su historia.
De hecho, pretendió volver absurdamente a la casilla de salida previa a la transición democrática, como si la ruptura que fracasó en 1977 fuese aún posible; como si los últimos cuarenta años no hubiesen existido. Ridículo si no fuese dramático.
Es un nuevo doctrinarismo izquierdista como enfermedad infantil esta vez no «en el comunismo», sino «en beneficio» del comunismo-populismo de Podemos.
Sánchez ha decidido continuar por la misma senda y por mor de este absurdo izquierdismo doctrinario el PSOE gobierna con Podemos en ayuntamientos clave y en varias comunidades autónomas, y lo habría hecho en el propio Gobierno central si de Sánchez hubiese dependido.
Podemos sabe que es imposible oponerse a las exigencias económicas de Bruselas (ahí está la Grecia de Tsripas), y menos aún instaurar un régimen comunista en un país UE y OTAN.
Pretenden compensarlo volando el armazón de nuestro sistema democrático de valores y libertades que ha costado tanto consolidar: jaque a la educación concertada a pesar del menor coste, de la mayor calidad y de la libertad de los padres; jaque a la Iglesia católica, no obstante ser referencia espiritual de una mayoría de españoles y pieza clave en la atención social a desfavorecidos y en la enseñanza; jaque a la propiedad privada con un ecologismo y un urbanismo sin duda necesitados de regulación estricta, pero en los que se distorsionan los límites de lo razonable al servicio de unos postulados ideológicos sectarios; jaque a los valores culturales de la mayoría y subvención de una cultura pobre, minoritaria, progre y clientelar.
Jaque, jaque, jaque… Una auténtica revolución cultural, fría, pero igualmente opresiva y antidemocrática, aunque sea a muchos kilómetros de Tiananmen.
Nada pinta en ese menester revolucionario un PSOE socialdemócrata y europeo.
—Pero Sánchez no descarta un pacto con Podemos.
Si el PSOE no se desmarca claramente de un frente de izquierdas, el resultado será un descenso progresivo de sus votos, la hipoteca del centro-izquierda a la aventura populista y acabar inexorablemente como un mero apéndice de Podemos. Sería bajar a Segunda, como el Real Unión, o a Tercera, como el Pasok griego; o incluso desaparecer, como el PSI italiano.
—Mala cosa.
Mala, ciertamente. Esto no es la Liga de fútbol. España no se puede permitir el lujo de prescindir del único partido político que, hoy por hoy, en una situación económica aún difícil, puede sustentar con experiencia probada una política de centro-izquierda, sea en el gobierno o en la oposición.
Daniel García-Pita Pemán, jurista.