La ficción, vista para sentencia

Mi liberada:

Ya sabes que cada tanto vuelvo a Barcelona. Cuando a mi madre, que pasó allí toda su vida de adulta, le preguntaban qué tiempo hacía contestaba que 16 grados en Barajas. Esta tradición familiar se mantiene y más vigorosa que nunca. La vida con los vecinos sería insoportable, pero de vez en cuando me gusta venir a saludarlos. Así que aproveché el juicio a Artur Mas. Como siempre, las emociones son intensas, empezando por la superficie. Desfila una galería de espectros generacionales: colegas del oficio, políticos, transeúntes. Es espantoso. Yo no he envejecido, pero ellos sí, y perceptiblemente. Experimento una enorme piedad y al mismo tiempo la inevitable punta de desprecio que inspiran los perdedores. ¡A quién se le ocurre que le venza el tiempo! La emoción más perturbadora, no obstante, viene a cuento de los sucesos de los últimos años. La mayoría de mis antiguos vecinos viven sumergidos en una ficción, a cada paso más profunda. Estoy en óptimas condiciones de apreciarla. A diferencia de ti, salí del agua y sé que existe la playa. Y a diferencia del extranjero conozco todos los caminos sumergidos. No hay mejor punto de vista que el del extraño. Así puedo ver que el drama no es el de los peces que llevan decenios durmiendo su melopea en los fondos abisales. Los traté en otro tiempo, en el periodismo y en la política, y no han hecho nada que no llevaran ya en su pequeña cabeza. El drama es de los que creen estar a pie firme, en la playa, y que ignoran que la inundación los ha alcanzado. Sujetos, por así decirlo, de una doble ficción.

De ahí que el personaje más interesante del juicio haya sido el fiscal Emilio Sánchez Ulled. Te doy por enterada de sus problemas más llamativos y el primero que, siendo el 9 de noviembre fiscal de guardia, no levantara un dedo contra los que hoy acusa. También de su irrelevante línea de acusación tendente a demostrar un sinfín de pequeños hechos sobre la participación del gobierno desleal en la consulta que las defensas nunca tuvieron inconveniente en reconocer como verdaderos. Pero todo empalidece ante su caída de pies y manos en la trampa nuclear de la defensa. Ante su crucial olvido.

El fiscal Ulled dedicó más de dos horas a su informe final. No rehuyó la política. Pero lo insólito es que la nombró para decir que la soberanía popular no es lo que se estaba juzgando, que los testaferros [también él los llama voluntarios] eran personas admirables, que todas las ideas son respetables, que a él no le instruía el gobierno, que este era un juicio democrático y otras muestras de excusatio realmente non petites. Para pasmo de extraños eludió el principal rasgo político de lo que se estaba juzgando. La inconmovible evidencia de que todos los hechos que se describían y analizaban constituían simples engranajes del Hecho: la anunciada voluntad de un gobierno originariamente democrático de saltarse la ley y destruir la democracia para la consecución de su objetivo político que era, y es, la independencia de Cataluña. Comprendo que sea difícil de creer para cualquiera, pero en los cinco días del juicio nadie pronunció la palabra independencia. Lo que demuestra mejor que nada hasta qué punto el juicio pasará a la ya cargada historia de la ficción catalana.

El indeseable acomodo emplaza sobre todo al fiscal. Para su desgracia, la defensa logró su principal objetivo, que era el de presentar el 9-N como una ceremonia de la democracia, y las responsabilidades de Artur Mas como infracciones meramente administrativas y consecuencia, además, de la actuación indolente del Estado. Oyéndoles, y anotándoles el único error de haber hermoseado el juicio con la nobleza campesina del diputado Homs, cualquiera habría creído que el tribunal era el de lo Contencioso. Su estrategia fue la de aislar cada uno de los hechos, sin incorporarlos a una cadena de sentido. Así ya habían logrado quitar del juicio el carcelario delito de malversación, cuya ausencia, por cierto, iluminaban repetidamente las declaraciones de unos y de otros. La defensa estaba en su papel, naturalmente. Pero no lo estaba el fiscal, intimidado por sus propios antecedentes en el caso, por la presión de la pequeña chusma enviada por el poder ejecutivo a aporrear las puertas del poder judicial, y esforzadamente interesado en desmentir el mantra secesionista de que aquello era un juicio político, es decir, corrompido. Solo en un momento de su informe se atrevió a decir, con timidez y abandonando rápidamente la idea -no fuera a exigirle la idea que extrajera sus irrevocables consecuencias-, que también la política podía cometer delito.

Es necesario comparar una y otra vez las dos decisiones del Constitucional, la primera del 14 de octubre, que suspendía el referéndum y la del 4 de noviembre, que suspendía el llamado proceso participativo. Hay que hacerlo: la democracia es una forma. Pero es un macilento idealismo de burócratas el pretender que pueda tomarse una decisión justa e inteligible sobre la reacción de la Generalidad a las instrucciones constitucionales, sin tener en cuenta la terca, orgullosa y retadora aseveración del entonces presidente Mas: "El 9-N votaremos, de la manera que sea, pero votaremos". ¿Qué valor adopta, a la luz de esta frase y respecto a la emoción cínica, la interpretación que esgrimió en algún momento la defensa, en el sentido de que Mas habría sido víctima de un simple error, equivocación o desliz, de un leve vahído legal?

Durante las prolijidades del juicio me entretenía releyendo las crónicas de Campamento de mi viejo y querido maestro Martín Prieto. Y un librito que ha fabricado Página Indómita con textos de Hannah Arendt: Verdad y mentira en la política. Dice su página 56: "El embustero no tiene problemas para aparecer en la escena política. Y su gran ventaja es que, por así decirlo, siempre está en medio de dicha escena; es actor por naturaleza; no dice las cosas como son, porque quiere que las cosas sean distintas de lo que son -esto es, quiere cambiar el mundo-. Se aprovecha de la innegable afinidad que existe entre nuestra capacidad para cambiar la realidad y esa misteriosa facultad nuestra que nos permite decir que brilla el sol cuando en realidad está lloviendo a cántaros".

Sí. El librito de Arendt es una lúcida demostración de hasta qué punto los hechos son frágiles. Hasta esta semana el Proceso nacionalista ha podido vivir en una ficción indolora. Pero el viernes quedó visto para su primera sentencia. De tres jueces depende su inmediato ingreso en el inflexible dominio de lo real.

Sigue ciega tu camino

Arcadi Espada

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