La fiesta parece herida de muerte

Esta misma semana el Parlament deberá pronunciarse en contra o a favor de la prohibición de las corridas de toros en Catalunya, gracias a la iniciativa legislativa popular (ILP) para la abolición de la tauromaquia, impulsada a través de la plataforma Prou. Pero el voto de los diputados será secreto, e incluso PSC y CiU han dado libertad de voto a sus respectivos parlamentarios. Como firmante de la iniciativa de la citada plataforma, me pregunto cuáles son los motivos para querer preservar la identidad del voto y cuáles los argumentos que hacen que los dos principales partidos no tomen postura en este caso. A menudo he oído decir que los toros no tienen nada que ver con la política. Como el fútbol. Sin comentarios. Solo una diferencia, la primera y fundamental: mientras el fútbol no para de crecer, el mundo de los toros es cada vez más residual.

La plaza de toros de Girona, en la que pasé algunas tardes con mi padre cuando era un crío, y de la que solo recuerdo los astados que lograban saltar hasta las gradas, fue derribada hace tiempo como un reclamo turístico trasnochado. En Barcelona solo queda una plaza en activo de las tres que se dedicaban al sacrificio público: la Monumental, que solo llena su aforo cuando viene José Tomás, y con un público escasamente autóctono.
Incluso en Eivissa ciudad, donde han nacido mis hijos, la antigua plaza es un descampado lleno de agujeros pendiente de recibir un uso adecuado para sus ciudadanos. La macabra fiesta de los toros parece herida de muerte en nuestro país.
Las razones por las que he tomado postura a favor de su prohibición son las mismas por las que lo hice a favor de la prohibición de la tortura, o del escarnio público, o del abuso de poder, llegado el caso. La imagen de un ser vivo convertido en objeto de entretenimiento mientras su sistema nervioso le va transmitiendo el dolor de las heridas gratuitas, rodeado por las gradas que aplauden a su verdugo, me subleva con toda la empatía que me transmite la víctima introducida en un mecanismo de tortura y agonía en el que su torturador es el único que puede salvarla. Como el César que tiene el derecho a dar y tomar la vida. Me parece totalmente anacrónico, y no tendré ningún argumento que pueda justificar esta aberración, cuando mis hijos me pregunten qué ha hecho esa pobre bestia para recibir un castigo tan humillante.
El agravante de mantener el espectáculo de la muerte como fiesta nacional y señal de identidad –exhibida durante años en la televisión pública–, con sus sucedáneos enquistados en muchas fiestas populares en forma de toros embolados y otras crueldades parecidas, en las que una multitud se enfrenta a un solitario ser vivo, distinto, fuerte, mítico, para, finalmente, ser sometido y ejecutado en la plaza pública, me hizo tomar la decisión de comprometerme con esta iniciativa popular.
El hombre ha puesto a prueba su valor, ha demostrado su habilidad y sangre fría y que es el rey de esta selva. Pero, llegados a este momento en el que debemos plantearnos nuestro papel en este nuevo mundo global, y en el que debemos alcanzar una nueva conciencia en la relación con nuestro entorno y nuestros coetáneos por pura supervivencia, me parece que las tradiciones y los modelos de futuro deben ser otros. Debemos dar un salto evolutivo. Los modelos tradicionales deben evolucionar con nosotros y, con el tamiz de la experiencia, debemos elegir entre lo que nos resulta útil y lo que es un lastre, para seguir un camino de futuro en el que crueldad y tortura no sean el ejemplo.
Es cierto que incluso Goya y Picasso pintaron sus tauromaquias, como es cierto también que plasmaron los horrores de la guerra en Los fusilamientos del 3 de mayo y el Guernica. El mundo del arte a menudo ha observado fascinado el rostro vivo de la muerte.
El toro ha sido la excepción de muchas prohibiciones, hasta el momento. Solo su silueta sigue observándonos por las carreteras de la casualmente llamada piel de toro, mientras todos los demás símbolos publicitarios fueron desterrados de nuestra vista en nombre de la seguridad vial. Solo él sigue muriendo en un espectáculo público en Catalunya, mientras el resto de animales ha sido desterrado de los circos en nombre de unos derechos que curiosamente no protegen ni al toro ni al caballo, los dos protagonistas de las corridas.

Quizá ya es hora de apartar las manos de sus cuernos y considerarlo como lo que es. Un ser vivo más y no algo que algunos pueden utilizar como símbolo sangriento. Recordemos que, en el juego de las simbologías, la respuesta desde Catalunya fue otro símbolo extraído del mundo animal y estampado en los coches: el burro catalán, una especie protegida que no necesita sangrar para vivir. Incluso en la India, las vacas son el símbolo y eso significa que son más respetadas, en lugar de torturadas.
No es extraño que Gandhi, un hombre que fue timón y ejemplo de ese país y del mundo entero con su sentido incorruptible de la ética, dijera: «La evolución de una nación puede verse en el trato que reciben sus animales».

Gerard Quintana, cantante.