La fiscalidad de la crisis y la crisis fiscal

La actual crisis económica es más severa, más duradera y más dura de roer que lo que todos desearíamos y algunos pronosticaron. Todo el mundo va a verse afectado de una u otra forma y cualquier decisión de las administraciones será polémica y alguna podría ser letal, al menos en términos electorales, y a lo peor en términos económicos. Esto explica, y para alguien puede justificar, decisiones de orientación errática o incluso contradictoria, pero que son fruto de valoraciones y de decisiones anteriores y, no pocas, rectificaciones encubiertas.

Ahora, que casi todos parecen reconocer que España está bastante mal situada para aprovechar, cuando sea, el cambio de ciclo de la economía mundial y ya no abundan los videntes de «brotes verdes», es cuando comienzan a aparecer en escena los temidos riesgos políticos de la gestión de una crisis, sin embargo predecible, hace, como poco, dos años. Y los gobiernos deben estar advertidos de que en estos momentos la oposición suele ser resistente al «codo con codo» y que puede brillar por su ausencia el ansiado compromiso de otros antiguos compañeros de viaje. Hay facilidad para ir en el carro del triunfo y no tanta para compartir la función de los bueyes.

Cuando algunos anunciaban crisis otros les caracterizaban de catastrofistas o de peores cosas, y se contraatacaba con la afirmación de la potencia de la economía nacional. Cuando, hace justo un año, cayó uno de los buques insignias de la economía financiera, Lehman Brothers, quedó establecido que nos enfrentábamos a la mayor crisis financiera desde la llamada «Gran Depresión». Y aquí se comenzó también, sin aceptarse por el Gobierno que hubiese crisis, a tomar decisiones como si se reconociese que había crisis y grave.

Para mucha gente, yo entre esa gente, en España era predecible la crisis porque nuestro ostentoso y largo ciclo de crecimiento tenía los pies de barro, ya que se basaba en la insostenible elevación del precio de un bien de primera necesidad, la vivienda, y en la capacidad de endeudamiento de las familias. Era una burbuja. Ningún Gobierno -se dice- pincha una burbuja, pero, y esto es más grave, los nuestros han contribuido a inflarla, con políticas fiscales claramente procíclicas. Quizás las medidas fiscales que ahora se anuncian sean reactivas a aquéllas y sus consecuencias. Y, quizás también, sean desgraciadamente procíclicas.

Al grave endeudamiento de las familias españolas -150 por ciento de su renta- se añaden otros endeudamientos y los «problemas del sector financiero». Como consecuencia de que nuestro crecimiento se basaba esencialmente en la demanda interna, nuestro déficit exterior denota nuestra escasa musculatura para competir y un segundo y grave endeudamiento. El tercer endeudamiento es el de las Administraciones públicas, sobre todo el de las mal llamadas «periféricas», porque son centrales en el gasto y, a veces, en el evidente despilfarro. Y el «problema» del sector financiero, en cuyo auxilio ha tenido que correr el Gobierno, es debido a su desmedida afición a la concesión de crédito hipotecario, no modesta contribución al tamaño de la burbuja, cuyo estallido ha retribuido al sector con el incremento de los impagos a causa del empobrecimiento generado por el aumento desbocado del paro.

La economía o «ciencia humilde», como algún bienintecionado la ha llamado, les recuerda a los políticos y a los ciudadanos que los recursos son, por naturaleza, limitados y el olvido de esta sencilla evidencia trae difíciles digestiones. A la gente no le gustan los impuestos y los políticos suelen prometer «rebajas fiscales». La subida ahora anunciada, aunque poco precisada, era tan predecible y dolorosa como la crisis económica. La dura realidad -no hay recursos- ha pinchado también la otra burbuja: la inflación de expectativas.

Las políticas fiscales deben garantizar la suficiencia del sector público y la equidad en el reparto de las cargas. Así debe ser la política fiscal genéricamente: suficiente y equitativa. Además, debe ayudar al crecimiento de la economía y, por ello, ser una herramienta anticíclica. Esto en cuanto a la política recaudatoria. Y en cuanto a la de gasto, también debe seguir los mismos objetivos. Por ello las rebajas anteriores no me convencieron. No se veía muy necesario estimular el consumo en el momento de mayor pujanza, impulsado además por tipos de interés negativos. No me pareció justificada la secuencia de rebajas del IRPF ni la de los famosos 400 euros. Debería haberse dado otro destino al gasto fiscal ocasionado por el llamado «cheque-bebé». Estas operaciones acabarán deshaciéndose justamente cuando el ciclo bajo parecería demandar apoyo a las familias. Paradojas que, sin duda, hallarán justificación.

Se anuncia un aumento de la imposición al consumo, con un ambicioso objetivo recaudatorio. 15.000 millones de euros, 1,5 puntos porcentuales del PIB pivotando fundamentalmente sobre el IVA y los llamados impuestos especiales -tabaco, alcohol y carburantes-. Para los partidarios de gravar la renta personal, algunos, proclives miembros del Gobierno, una decepción. Para las economías débiles, una sobrecarga. Para la justicia en el reparto de cargas, un retroceso, ya que las rentas bajas van casi íntegramente al consumo. Pero para poner coto al abultado déficit de las Administraciones, algo lógico, si creen que no se debe o no se puede contener el gasto público. Entre éstos parece estar el Gobierno llamado central, quizá por la predicada voluntad de «no recortar derechos» o quizá por la mera aceptación de su impotencia para contener el déficit de las Administraciones autonómicas y locales.

Este movimiento en política fiscal puede, como los anteriores, ser procíclico, esto es, reforzar el carácter del ciclo, no por su efecto, sino por el momento económico en que operará. Y por ello el Gobierno ha sido advertido de que quizás debería esperar «un poco» -al inicio de nuestra recuperación, no de la de los otros- para tomar la medida. Creo que con buen criterio e intención los mismos aconsejan mayor disciplina en el gasto público, sobre todo exigible, por corresponsabilidad fiscal a las Administraciones periféricas. A estas alturas, el Gobierno sabe que nuestra salida de la crisis va a ser más tardía y puede serlo aún más y más dolorosa con la pesada mochila de un déficit público fortísimo y una tasa de paro también récord.

Para acertar en la difícil elección del camino, hacen falta compañeros de viaje, acuerdos en el diagnóstico y compromisos para sufrir juntos el coste de las terapias. Esto no se compone en dos días, y han pasado bastantes desaprovechados. También, traer algunas lecciones aprendidas. Al partido, y este es de cuidado, venir entrenado. Casi todo está inventado. A las vacas gordas suceden las flacas, y gusta más lo bueno que lo malo. La solidaridad escasea y la avaricia abunda. No conviene gastar más que lo que se tiene y dejar deudas a los herederos suele sólo aplazar la bronca. Más vale prevenir que curar.

Repetir lo obvio es necesario, tedioso y puede ser tildado de ridículo, pero ha servido para que muchas generaciones aprendieran a multiplicar.

José María Fidalgo, ex secretario general de CC.OO.