La Francia de todos los miedos

Después de casi seis meses de agotadora campaña electoral, aunque oficialmente son 15 días, los franceses elegirán el domingo a los dos finalistas que el 6 de mayo competirán por la presidencia de la República. Pese a que todos los sondeos --se publican ocho a la semana-- dan como favoritos a Nicolas Sarkozy y a Ségolène Royal, no hay que descartar sorpresas. El comportamiento electoral de los franceses es bastante imprevisible y más en una elección a la que se llega con un grado de insatisfacción y de temor nunca vistos.

Insatisfacción de los electores con su sistema político y con sus dirigentes. Entre todos los principales países democráticos, los franceses son los más críticos y los que más desconfían de sus cargos electos, y los más rabiosos contra sus élites.

No en vano desde 1981 ninguna mayoría gobernante ha logrado revalidar su mandato en unas elecciones. No en vano el ultraderechista Jean-Marie Le Pen pasó a la segunda vuelta en el 2002, dejando en la cuneta al socialista y primer ministro saliente, Lionel Jospin, y ridiculizando de paso a todos los sondeos, ya que ninguno había previsto el terremoto político que se avecinaba. No en vano los franceses revolcaron la Constitución europea en el 2005 en un voto de castigo probablemente por razones internas, pero que ha paralizado Europa y, lo que es peor, ha dejado un poso de euroescepticismo no solo en el electorado, sino entre los mismos dirigentes de los partidos que, a excepción de la extrema derecha y de la izquierda extrema, apoyaron el sí.

Este caldo de cultivo del euroescepticismo, cuando no abiertamente del antieuropeísmo, expresa uno de los múltiples miedos que recorren Francia. Los franceses, y sus dirigentes políticos en primer lugar, tienen miedo a Europa, que se utiliza como chivo expiatorio de muchos males. Basta ver, por ejemplo, el discurso de Sarkozy sobre el euro fuerte, al que responsabiliza de la debilidad de la economía francesa, cuando, como escribe François Bayrou, el único realmente europeísta, en su libro Projet d'espoir, "si la deuda es soportable para los franceses después de que haya superado la cota de alerta, es únicamente al euro a quien se lo debemos. Gracias a él, hemos podido, en efecto, salvaguardar tipos de interés extremadamente bajos". La deuda francesa alcanza nada más y nada menos que 1,2 billones de euros. Basta oír las proclamas de Ségolène Royal contra el Banco Central Europeo, dirigido además por un francés, como si la autonomía e independencia de la institución fueran las responsables del paro en Francia.

Si Europa es ahora un factor de miedo en Francia, ocurre lo mismo con la inmigración o con la mundialización. En lugar de reconocer el fracaso de la política de integración, cuyos principios siguen siendo válidos, y rectificar los errores de aplicación, el partido de Sarkozy liga inmigración e identidad nacional e identifica inmigración y delincuencia. La mundialización, en lugar de ser vista como una ocasión para que las empresas francesas abran mercados, es percibida como un peligro que trae deslocalizaciones, paro y crisis económica. China y la India están más presentes en el debate por el temor que despiertan que por la oportunidad que ofrecen.

Finalmente, hay miedo al cambio y a las reformas. Seguramente, la sociedad francesa es más consciente que sus políticos de que las reformas son necesarias, pero son los propios dirigentes los que no se atreven a afrontarlas refugiándose en los temores y desconfianzas de sus votantes. A esta contradicción no son ajenos los vaivenes de Ségolène Royal entre su fidelidad a un partido que no acaba de asumir los cambios y su deseo de distanciarse del aparato y proponer nuevas políticas. A Sarkozy le ocurre algo parecido: su neoliberalismo brutal y su "ruptura tranquila" han sido corregidos para ensanchar la base electoral y para no provocar un miedo excesivo a los cambios. Solo un dato: al campeón del liberalismo le escribe los discursos Henri Guaino, próximo en el pasado a Philippe Séguin, máximo representante del llamado gaullismo social.

Así son las paradojas de esta cita electoral, pero es que además Francia tiene sus peculiaridades. Tiene en el Frente Nacional (FN) el mayor partido de extrema derecha de Europa --otro signo del miedo-- y a la vez sigue habiendo en cada elección seis o siete candidatos de extrema izquierda, tres de ellos trotskistas. El escritor Alain Soral, exmilitante comunista, que respaldó en el 2002 al jacobino Jean-Pierre Chevènement, apoya ahora al FN y se permite declarar: "Si Marx viviera hoy, llamaría a votar a Le Pen". "Es el partido del pueblo", dice, y el que representa el "espíritu de la Comuna". Raros los hay en todas partes, pero en Francia, en las últimas presidenciales, el representante de los cazadores superó en votos al comunista.

Aparte de la vertiente esotérica de estos candidatos menores, ocurre que, en realidad, son también un reflejo del desconcierto, de la perplejidad y del miedo que atenazan a la sociedad francesa.

José A. Sorolla, periodista.