La frontera de seguridad sur de la UE

Los siglos XVIII y XIX dejaron bien asentado el concepto de frontera lineal entre Estados, apoyada, en líneas generales, en accidentes geográficos (sistemas montañosos, ríos…) pero también en caprichosos meridianos y paralelos, lo que auguraba un conflictivo futuro, como sucedió y sigue sucediendo.

Sin embargo, en pleno siglo XXI, y especialmente en el suelo africano –aunque también en Europa tenemos ejemplos más que significativos–, las fronteras lineales entre Estados han establecido auténticos límites entre etnias afines (incluso rompiendo los lazos naturales de una sola etnia), dejando a individuos con características físicas y sociales comunes a ambos lados de la artificial línea y convirtiéndose, en otras ocasiones, en causas de pretensiones territoriales y movimientos secesionistas con durísimos resultados bélicos. El concepto lineal se ha ampliado, pudiendo hablarse, en este momento, y muy especialmente si nos referimos a asuntos de carácter estratégico, más de zonas que de líneas de frontera.

Si a todo lo anterior, le sumamos la importancia que, para la seguridad de un Estado, o de una coalición estratégicas de Estados, tienen las áreas próximas, y no sólo las geográficamente inmediatas a sus fronteras lineales, aparece el concepto de «frontera de seguridad» que podríamos considerar en sus dos versiones: frontera de seguridad de un Estado y frontera multilateral de seguridad de una agrupación de Estados con intereses estratégicos comunes.

Así definida, ¿dónde deberíamos situar la frontera de seguridad sur de la Unión Europea? Todo el área africana que se encuentra, de forma extendida, al sur de Marruecos, Argelia, Túnez, Libia y Egipto, lo que habitualmente denominamos Sahel, encuadra una serie de naciones con unas características, relacionadas con la seguridad, que la convierte en una zona de alto riesgo estratégico. Se trata de Estados, cuyas autoridades no tienen, en ocasiones, capacidad para controlar la totalidad de sus territorios, con unas Fuerzas Armadas muy débiles y con amplias extensiones de terreno vacías de señal humana.

Esos espacios se han convertido en el foco de atracción de movimientos islámicos fundamentalistas que, aunque se escudan en motivaciones yihadistas, de hecho se mueven en campos que los sitúan de lleno como grupos de delincuencia organizada que garantizan su financiación a través del tráfico de droga por el desierto, tráfico de armas, secuestros, actos terroristas… Todo ello envuelto en la bandera de la marca Al Qaeda, con una ideología que, desde Oriente Medio, se expande a estos territorios, a través de los repetidores del Magreb.

Cabe añadir que, a los grandes riesgos terrestres que acabo de señalar, se une el marítimo, que afecta al gran arco oceánico y costero que se inicia en el estrecho de Gibraltar y que, tras bañar Canarias, se extiende hasta las costas del Golfo de Guinea. Un riesgo que, como todos los que se desarrollan en la mar, tiene su firme cimiento en los espacios terrestres en los que se asientan las bases del mismo. Es regla de oro que no existe un conflicto marítimo costero que no tenga sus orígenes en las tierras próximas. El ejemplo de la inestabilidad en el Cuerno de África, como base del desarrollo de la piratería en el Índico es característico.

La seguridad sur de la UE, por lo señalado, no termina en el estrecho, ni siquiera en los mares adyacentes, la seguridad de la UE avanza su frontera sur hasta el Sahel, donde nacen y tiene sus bases los riesgos que la amenazan. No podemos obviar la creciente importancia de los núcleos islamistas instalados en los países del sur de Europa, siempre fácil objeto de manipulación desde las mezquitas locales. Pero, incluso en ese sur de Europa, cuesta trabajo alertar al europeo de los riesgos que, para su seguridad, se están gestando en el Sahel. En el caso de España, la percepción pública no es diferente, a pesar de que un ejemplo de tales riesgos sea la situación de Mali y la amplia posibilidad de contagio de la infección hacia Mauritania, situada en la costa opuesta del territorio nacional.

No cabe duda de que el Sáhara, con su territorio semidesértico, con amplias áreas incontroladas y con imposibilidad de garantizar las viejas fronteras lineales, se ha convertido en un caldo de cultivo ideal para todas esas formaciones yihadistas. ¿Cómo debiera afectar a nuestro ejército?

EL ALMIRANTE López Calderón, en una excelente intervención, que abrió la XXV edición del Seminario Internacional que organiza anualmente la Asociación de Periodistas Europeos, reconocía, hace unos días, que España tiene un bajo riesgo de enfrentamiento convencional entre Estados. Sin embargo, considero que la posibilidad de que España, ni distinta ni distante de los riesgos sahelianos, tuviera que aportar alguna capacidad militar en tales territorios es muy alta. Pero dado el ya citado alto porcentaje de terreno desértico o semidesértico, se requerirían unas capacidades muy características, que se separan ampliamente de los habituales adiestramientos convencionales de nuestros soldados, hoy, además, en un bajo nivel, a causa de los recortes presupuestarios.

Qué duda cabe de que cualquier actuación multinacional en dicha zona deberá incluir componentes aéreos y navales, pero el componente terrestre –las botas sobre el terreno– será siempre indispensable y decisorio. Botas europeas o africanas, pero botas con una capacidad de combate en el desierto de la que ahora carecen casi todos los ejércitos y que creo que debiera ser propia del Ejército español. La tuvimos en el Sáhara (donde mantuvimos nuestras unidades desde el siglo XIV hasta 1976) –las unidades saharianas de los Tercios legionarios eran auténticamente ejemplares–, pero se ha perdido.

Un esfuerzo para recuperar tal capacidad –que supondría doctrinas, procedimientos, adiestramiento y acoplamiento de sistemas de armas– sería barato y fácil de conseguir en un no largo plazo, lo que supondría convertir a nuestro Ejército de Tierra en una referencia de excelencia, dentro de la OTAN y de la UE, para el asesoramiento y adiestramiento de los países europeos y africanos llamados a intervenir y, a la vez, para garantizar la eficiencia de nuestra más que probable propia actuación en la zona. Los ejércitos de África y Europa, más pronto que tarde, tendrán que hacer frente a los riesgos de una zona en la que se juega la seguridad de sus ciudadanos y, por ende, la de los españoles. Y España puede aportar algo importante en tal situación.

Jorge Ortega Martín es General de División (r) y Director Editorial del Grupo ATENEA.

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