La frontera más peligrosa del mundo

Una crisis sin precedentes ha paralizado Asia central y meridional como consecuencia del escandaloso amaño de las elecciones afganas, de la intensificación de la rebelión de los talibán en Afganistán y de la tozuda negativa del ejército de Pakistán a perseguir a los cabecillas taliban en el Waziristán del Norte y en el del Sur, a pesar de la avalancha de atentados con bombas de terroristas suicidas en territorio paquistaní.

El empeoramiento de la crisis en toda la zona va a tener consecuencias de largo alcance a escala internacional debido a las cada vez mayores inversiones en recursos financieros y en soldados de los Estados Unidos, y la OTAN otros países. El panorama que tienen por delante las potencias occidentales está adquiriendo unas características más bien lúgubres. Cuando el presidente Barack Obama tomó posesión de su cargo, Pakistán y Afganistán pasaron a ser, de manera inmediata, sus prioridades de política exterior ante la falta de interés y de recursos que les había dedicado la Administración Bush.

Desde entonces, Obama ha decidido el envío de otros 21.000 soldados más a Afganistán, ha comprometido miles de millones de dólares en la reconstrucción de las fuerzas afganas de seguridad y ha acelerado el desarrollo económico. Se trata de una estrategia diferente, productiva y constructiva, que los principales aliados de Estados Unidos han hecho suya, aunque el Gobierno norteamericano no ha dispuesto ni de tiempo ni de espacio para ponerla en práctica sobre el terreno. En su lugar, a las principales fuerzas en presencia (los Estados Unidos, la OTAN, la Unión Europea y las Naciones Unidas) se les ha ido la mayor parte del año en la preparación de las segundas elecciones presidenciales en Afganistán y en garantizar su seguridad. Todo lo demás ha tenido que quedarse a la espera. Entretanto, la estrategia de Obama hace frente a un creciente malestar de los ciudadanos estadounidenses porque la guerra de Afganistán se está prolongando durante más tiempo que el que suman la Primera y la Segunda Guerras Mundiales.

Otro asunto complicado para Obama ha sido la tensa relación con el presidente Hamid Karzai, que en primavera estaba convencido de que Obama y el enviado especial de los Estados Unidos a Afganistán y Pakistán, Richard Holbrooke, querían sustituirlo y que las elecciones se celebrarían bajo un presidente provisional, aunque no fue el caso. La falta de confianza entre los Estados Unidos y el gobierno afgano ha alcanzado su punto culminante en el período electoral, en el que Karzai se ha tenido que enfrentar a 41 rivales, aunque la pugna más reñida la ha tenido con el doctor Abdullah Abdullah, el ex ministro de Asuntos Exteriores.

Por lo que parece, el gobierno de Karzai ha amañado descaradamente las elecciones, llenando las urnas con votos a su favor, destruyendo papeletas de sus rivales e intimidando a la población. Ante la Comisión de Quejas Electorales se han presentado más de 2.500 reclamaciones, de las que 570 son lo suficientemente graves como para alterar los resultados del escrutinio. La afluencia de votantes a las urnas fue la mitad de la registrada en las elecciones presidenciales del 2004, cuando acudió a votar más del 70 por ciento de la población. En algunas zonas del sur y del este del país, en las que los electores fueron amenazados por los talibán con cortarles los dedos, el número de votantes apenas si subió ligeramente por encima del uno al cinco por ciento, según funcionarios occidentales presentes en esas regiones.

Esta manipulación de las elecciones ha deteriorado tanto la credibilidad de Karzai como de los occidentales que lo apoyan, ha puesto en peligro la confianza de los afganos en una futura democracia y ha dado a los talibán más razones para dar la impresión de que están ganando. En la actualidad tienen bajo su control más de una tercera parte del país. Mientras se conocen los resultados (a uno de septiembre, Karzai se alzaba con un 46 por ciento de los votos y Abdullah, con un 33 por ciento, tras haberse escrutado el 48 por ciento de los sufragios emitidos), las tensiones entre Karzai y Abdullah no han dejado de aumentar. Si Karzai no obtiene el 51 por ciento de los votos, se celebrará entonces una segunda vuelta a primeros de octubre. Por otra parte, si la victoria de Karzai no ofreciera dudas, su legitimidad sería puesta en duda por muchos afganos, al tiempo que se deterioraría la credibilidad de la comunidad internacional.

Una vuelta de desempate en octubre entre Karzai y Abdullá devolvería posiblemente la credibilidad al proceso democrático si los comicios se desarrollaran con más seriedad, pero mantendría paralizado el país durante los dos meses siguientes. En ese período podrían surgir fuertes tensiones de carácter racial, rivalidades y violencia política, incluso asesinatos, mientras que los talibán encontrarán más justificaciones para su condena de la democracia como una conspiración de los infieles. En último término, no hay ninguna garantía de que unas elecciones en segunda vuelta vayan a celebrarse dentro de una mayor limpieza.

Por toda la región cunde el miedo de la población a que los Estados Unidos y la OTAN puedan empezar a pensar en salir de Afganistán en los próximos 12 meses aunque su misión no se pueda considerar completada. Algo así tendría como resultado, casi con total seguridad, que los talibán entrarían en Kabul, que Al Qaeda dispondría de mayor espacio para montar atentados terroristas a escala global y que los talibán paquistaníes liberarían áreas extensas de Pakistán. El plan de la insurgencia de esperar pacientemente a que los norteamericanos se vayan parece ahora más lógico de lo que ha parecido nunca. Para las fuerzas occidentales, Pakistán sigue siendo una clave fundamental en la recuperación de la iniciativa en Afganistán, lo que impone necesariamente la eliminación tanto de los talibán paquistaníes como de los afganos del territorio del país vecino.

Se habían depositado grandes esperanzas en que el ejército de Pakistán lanzara una ofensiva concertada contra todas las facciones talibán después de los dos grandes éxitos cosechados durante el verano. El primero de ellos fue la muerte de Baitullah Mehsud, el poderoso y despiadado comandante de los talibán paquistaníes, que el 5 de agosto resultó muerto en un ataque de los estadounidenses con misiles a Waziristán del Sur.

Su muerte supuso el primer gran golpe en la guerra contra los cabecillas extremistas que viven refugiados en Pakistán desde el año 2003, cuando varios miembros destacados de la cúpula de Al Qaeda cayeron por fin detenidos o muertos. Los 20.000 milicianos de Mehsud, según algunos cálculos, controlaban las siete agencias del gobierno que se ocupan de las tribus de la zona fronteriza con Afganistán, una región que en la actualidad se encuentra completamente en manos de los talibán paquistaníes.

El segundo éxito se produjo en julio, cuando el ejército desalojó al fin a los talibán que se habían apoderado del valle de Swat en abril. Más de 1.700 milicianos y 105 soldados regulares resultaron muertos en los intensos combates que acabaron con unos dos millones de personas que tuvieron que abandonar la región. De ellos, más de un millón ha regresado ya a su hogar.

Mehsud era un cabecilla que gozaba de la cercanía y la confianza de Osama Bin Laden, de Mullah Omar, el jefe de los talibán afganos, y de Jalaluddin Haqqani, un aliado clave de aquellos. Les facilitaba recursos, combatientes e instalaciones para las más variadas operaciones. Ante lo mucho que está en juego en esta frontera, ha habido una feroz competencia entre diversos rivales de tribus pastún para suceder a Mehsud. El 26 de agosto se alcanzó un acuerdo para compartir el poder entre los dos principales rivales. Hakimullah, de 28 años, un despiadado delfín de Mehsud se convirtió en el nuevo jefe de los talibán paquistaníes. Su principal oponente, Waliur Rehman, que era el segundo de Mehsud, se pondrá al frente de los milicianos de Waziristán del Sur.

Ambos hombres han anunciado una nueva campaña de atentados en Pakistán y un mayor apoyo a los talibán afganos. Estados Unidos y la OTAN aguardan con suma ansiedad que Pakistán ejerza una mayor presión mediante el lanzamiento de una ofensiva en Waziristán del Sur para eliminar a los talibán paquistaníes y, posteriormente, en una segunda fase, entrar en Waziristán del Norte, donde tienen sus bases dirigentes de Al Qaeda y de los terroristas afganos.

La pregunta clave es si el ejército y los servicios de espionaje de Pakistán, que han prestado apoyo desde 2001 a los talibán afganos y paquistaníes, van a aprovechar esta coyuntura histórica para dar un giro estratégico y se decidan de una vez a eliminar a los talibán paquistaníes y afganos, así como a Al Qaeda. Hasta ahora, el ejército de Pakistán ha considerado a los talibán afganos un recurso estratégico en su batalla por ganar influencia en Afganistán frente a la India. Los generales paquistaníes han dejado claro que no invadirán Waziristán del Sur de aquí a muchos meses, y quizás nunca. Lo que el ejército preferiría sería quedarse a la espera mientras se decide qué es lo que ocurre en Waziristán, y también en Afganistán.

También está sopesando sus posibilidades y titubeando sobre si invade el territorio de la frontera donde se asientan las tribus. Nada de eso va a contentar a las fuerzas occidentales presentes en Afganistán porque aumenta su vulnerabilidad a la afluencia de hombres, medios materiales y terroristas suicidas que los talibán envían desde las fronteras. Miembros destacados del Gobierno paquistaní advierten que ese giro estratégico sólo podrá tener lugar si la India cambia asimismo de postura. El 80% de los soldados de Pakistán se encuentran apostados en la frontera con la India. Los planes del ejército en relación con Afganistán están predeterminados por su estrategia hacia la India. Mientras los santuarios talibán se mantengan en el territorio fronterizo, no habrá forma de contener la insurgencia en Afganistán, no podrán celebrarse unas elecciones libres y limpias y no se podrán garantizar las vidas de los afganos.

Ahmed Rashid, periodista y escritor paquistaní, autor de la obra Talibán. Su libro más reciente es Caída en el caos: los Estados Unidos y el fracaso de la consolidación de naciones en Pakistán, Afganistán y Asia Central.