Nadie imaginaría hace solo 20 años que un día Brasil podría ofrecer ayuda al FMI y a los viejos países europeos, de los que hoy recibe a ingenieros, médicos, abogados y técnicos calificados en busca de trabajo y ante los que se sentía -según expresión acuñada por los brasileños- con el "complejo de perro callejero".
Es posible que Brasil acabe este 2011 siendo ya oficialmente la sexta potencia mundial. Y, sin embargo, el gigante americano con casi 200 millones de habitantes, tiene por delante desafíos inmensos, lagunas por rellenar, atrasos históricos paralizantes, desigualdades aún chirriantes y millones de miserables y analfabetos.
Y ahí está la paradoja: son esas deficiencias y esas carencias las que constituyen un enorme potencial para un desarrollo futuro aún más próspero. Si Brasil es capaz de continuar con la política neoliberal que impusieron en el país primero el sociólogo Fernando Henrique Cardoso y después el exsindicalista, Luis Inácio Lula da Silva, junto con potentes políticas sociales, sin caer en tentaciones de cuño exageradamente estatalistas y nacionalistas, sus desafíos de hoy, sus retrasos y sus nuevas exigencias, van a constituir la fuerza de su nuevo ciclo de desarrollo.
Las carencias están a la vista: el 50% de las familias aún no disfrutan de servicios higiénicos; ocho millones necesitan aún una habitación; 12 millones de pobres aún no tienen acceso al consumo; solo una de cada 10 familias posee un automóvil; el 75% de la población de baja instrucción tiene dificultades para leer e interpretar un texto y la media de lectura no supera la de un libro por persona al año, mientras existe un déficit habitacional de ocho millones de pisos. Y millones de jóvenes sin poder acceder a cursos técnicos.
A ello hay que añadir que el gigante americano ha crecido tanto -gracias también a la buena coyuntura histórica y a la consolidación de sus instituciones democráticas, lo que hace que sea el país más democrático de los emergentes- que se le han quedado pequeñas todas las infraestructuras. Las carreteras apellidadas "de la muerte" causan 40.000 víctimas mortales al año y 146.000 heridos. Los puertos necesitan ser reestructurados y los aeropuertos, con la llegada de 30 millones de pobres a la clase media que han empezado a volar, están congestionados.
Brasil, con su inmensidad, aún no tiene tren. Se habla desde hace años de construir el primero de alta velocidad entre Río y São Paulo. En ese campo también las posibilidades son infinitas como la de la construcción del metro en las grandes ciudades.
Es de hoy la noticia de que hasta 2016 el sector de teleco-municaciones va a invertir 30.000 millones de euros.
Todas esas deficiencias abren al mismo tiempo unas posibilidades inmensas de crecimiento a Brasil que tiene los recursos naturales necesarios para -si se lo propone- abordar todas esas carencias. Ahora bien, afrontarlas supone gastar miles de millones de dólares, seguir ofreciendo más empleo en un país en el que el desempleo no alcanza el 8% e invertir en todos esos proyectos que Brasil necesita con urgencia para estar a la altura de sus expectativas de futuro inmediato.
Si hoy el Gobierno de Dilma Rousseff compra a las editoras 150 millones de libros para las escuelas públicas y si el mercado privado del libro sigue creciendo a un 8%, es fácil imaginarse dicho mercado cuando en vez de uno, cada brasileño lea dos o tres o cuatro libros por año. Si hoy solo una de cada nueve familias posee un coche nuevo y la flota es ya de 45 millones entre coches y motos, es fácil imaginar ese mercado cuando la mitad de los brasileños puedan comprar un automóvil.
Se ha llegado a temer una burbuja en el mercado inmobiliario porque en Río, con motivo de la Copa y de las Olimpiadas, se han disparado los precios de los pisos, pero lo cierto es que hay aún más de ocho millones de familias, la mayoría viviendo en favelas, que necesitan una habitación digna y que los que hoy compran esos pisos millonarios no lo hacen con hipotecas sino al contado.
Todas esas deficiencias y la posibilidad de que su superación van a suponer inversiones billonarias, es lo que arrastra cada día a más empresas extranjeras a venirse a invertir en Brasil, comenzando por las chinas.
La presidenta Dilma Rousseff, que es una buena gestora y que conoce como pocos tanto esas lagunas infraestructurales del país como la urgencia de hacerles frente, está atenta a que su Gobierno pueda ser más eficaz y realizador. Su ya conocida resistencia a las ilegalidades perpetradas por algunos ministros de los que ha desalojado ya a cinco de ellos y aún no ha acabado, no es solo para ella un deber ético, sino que lo ve como una parálisis en las realizaciones concretas. Fue emblemático lo que estaba ocurriendo en el Ministerio de Deportes que -paralizado por un esquema de corrupción para financiar ilegalmente al partido del ministro, el comunista Orlando Silva-, tenía paradas las obras urgentes e indispensables para realizar un Mundial de Fútbol digno de Brasil, un país que es la cantera de jugadores de medio mundo y la patria del balón. Lo mismo ocurría en el importante Ministerio de Transportes.
A Brasil, sin embargo, le quedan dos retos fundamentales que es lo que aún paraliza no pocas de sus realizaciones: una gran reforma política, ya que su política tradicional, basada en las antiguas capitanías del Imperio, se ha quedado desfasada para la modernidad del país y el tema de la violencia, nacida del tráfico de drogas y armas. Baste pensar que Brasil con todas sus bellezas, sus 8.000 kilómetros de playas vírgenes, y su gran riqueza cultural, apenas si recibe cada año cuatro millones de turistas cuando podría ser el turismo una de sus mayores fuentes de riqueza.
El problema grave de la violencia, que frena el turismo junto con la falta de infraestructuras, es un problema solo político ya que los narcos acaban financiando a los políticos y corrompiendo a policías y jueces, lo que impide una lucha seria contra esa guerra.
En Río se están haciendo esfuerzos para pacificar a las favelas, pero ello no acaba con el tráfico de drogas ni con los narcos, que expulsados de ellas se van a trabajar al asfalto, fortaleciendo la violencia ciudadana.
El reto de Rousseff, la fuerte, no es pequeño, pero es fascinante al mismo tiempo. Brasil es un pequeño cosmos de posibilidades ilimitadas.
Por Juan Arias.