La función social del cuartel

Tradicionalmente se ha conocido como cuartel el lugar donde se aloja la tropa y realiza su instrucción militar. Lo mandaba un coronel que era el jefe del regimiento, por ser la unidad de encuadramiento y de instrucción por antonomasia en el Ejército español desde el siglo XVIII. Se ubicaba en un inmueble de las capitales de provincia, construido al efecto, o bien aprovechando antiguos conventos desamortizados al clero. Hoy quedan pocos de estos cuarteles, pues las necesidades y funciones del Ejército han evolucionado. La tendencia, sobre todo a partir de mediados de los sesenta, ha sido sacarlos de las ciudades y ocupar grandes extensiones de terreno, que incluyen campos de tiro y de maniobras, albergan unidades superiores al regimiento y reciben el nombre de bases o acuartelamientos.

En Catalunya, ejemplos de dichos cuarteles son: el del Bruc, en Barcelona; el de San Baudilio, en Sant Boi de Llobregat; la base General Álvarez de Castro, en Sant Climent de Sescebes (Girona), y el campamento General Martín Alonso, en Tremp (Lleida). Otros cuarteles fueron cedidos o enajenados por los ayuntamientos u otras instituciones, a medida que la reorganización, modernización y profesionalización del Ejército han ido avanzando.

Pero los cuarteles han sido también el reflejo del paradigma de las misiones político-sociales que ha realizado el Ejército a lo largo de los dos últimos siglos y del gasto presupuestario que ha dedicado el Estado a su mantenimiento. Efectivamente, la ubicación de los cuarteles en el interior de las ciudades o en lugares estratégicos de las mismas ha sido utilizada para llevar a cabo misiones de restablecimiento del orden público o de mera disuasión hacia un peligro interior. Esto es lo que ocurría en los años de convulsiones sociales y políticas en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. El acuartelamiento de tropas y las salidas de las mismas para garantizar la seguridad ciudadana y establecer el orden gubernativo fue moneda corriente para hacer frente a masas de trabajadores que desbordaban los exiguos efectivos policiales. En este sentido, el cuartel cumplía mucho mejor la función de generar fuerzas de orden público que de adiestrar a un soldado para combatir a campo abierto contra un adversario con instrucción militar. La vida del soldado durante su servicio militar transcurría en el patio de armas del cuartel haciendo instrucción de orden cerrado o en los propios dormitorios recibiendo teóricas.

Las condiciones de vida de los soldados en los cuarteles no fueron evolucionando de acuerdo con la calidad de vida de que gozaban en su situación civil, a consecuencia de la falta de fondos eco- nómicos para adaptar las infraestructuras a los tiempos que corrían. Mientras España fue una sociedad eminentemente rural y la incorporación de los soldados procedía de ese mundo, el cuartel podía considerarse como su casa o mejor que ella, pero a medida que la sociedad se fue haciendo más urbana, la calidad de vida del soldado fue perdiendo enteros y se produjo un fuerte desajuste entre su vida civil y su corta vida militar. Los apaños por mejorar las instalaciones de los cuarteles obedecían a iniciativas de los propios mandos, con la mano de obra gratuita que proporcionaban los propios soldados, más que a un plan racional y programado de mejora de infraestructuras que afectara a todo el Ejército.

Han sido muchos los coroneles o capitanes que han aportado, con los escasos fondos que gestionaban o que adquirían, su granito de arena para modernizar los aseos, decorar los dormitorios, mejorar la alimentación, hacer una biblioteca...

Hoy, aunque las fachadas de los cuarteles son las mismas, el interior ha ido adaptándose a las nuevas condiciones de vida que disfrutamos. Los dormitorios y los aseos cuentan con una dignidad aceptable. Sabemos que un cuartel no es un hotel, pero cuenta con instalaciones, tanto de uso común como privado, que hacen confortable la vida del soldado cuando termina su jornada de trabajo, faena que apenas realiza en el cuartel, pues su verdadera instrucción la lleva a cabo en la multitud de ejercicios y maniobras a las que concurre con su unidad.

El militar profesional está condicionado por la movilidad. La movilidad no es una circunstancia de la profesión militar, es una premisa de ella. Hoy puede estar destinado en Barcelona y mañana en Burgos. Los condicionantes de su profesión se hacen más llevaderos para el militar, que sabe que en su destino cuenta con un buen alojamiento bien comunicado. El soldado profesional, con la paga que le dan, prefiere vivir en el cuartel, sobre todo si está bien ubicado. Esto supone para él un gran ahorro en locomoción y alojamiento.

Esta es hoy la función social de un cuartel, facilitar la vida y dar la máxima calidad en sus instalaciones a quienes hoy están aquí, mañana en el Líbano, pasado preparando unos ejercicios de tiro en cualquier campo de maniobras o realizando labores de colaboración con alguna entidad civil.

Los cuarteles en las grandes ciudades son polos de atracción para nuevas captaciones de efectivos, como lo son la creación de universidades como foco de atracción de jóvenes estudiantes. El Ejército profesional atrae a los jóvenes por el estilo de vida que se lleva dentro del mismo, por el sueldo que se gana, por el proyecto de carrera y la formación que se recibe, y en todo esto también influye las condiciones de vida que hay en los acuartelamientos. Todo ello suma.

¿Un joven soldado no tiene derecho a un alojamiento digno en la ciudad donde trabaja? ¿Acaso no es un ciudadano más? Una sociedad sensible en lo social debe saber que, detrás de las paredes de cemento o de ladrillo de un cuartel, hay ciudadanos de uniforme que viven para colaborar en su seguridad y llevar el prestigio de España más allá de sus fronteras.

Pablo Martínez Delgado, coronel.