La generación del SMS

Nada más entrar en el monasterio de Yuso, que está en la parte baja de San Millán de la Cogolla, se topa uno con una vitrina en la que se expone un facsímil del celebérrimo Códice 60, un texto latino en cuyos márgenes aparecen las primeras anotaciones hechas hace 1.000 años por un monje anónimo en lengua romance, es decir, en el futuro castellano. Una placa de mármol, justo encima de la vitrina, transcribe la más conocida de las glosas emilianenses: «Con la ayuda de nuestro señor Don Cristo Don Salvador, Señor que está en el honor y Señor que tiene el mandato con el Padre con el Espíritu Santo en los siglos de los siglos...» No es gran cosa pero, como observa Alvaro, un joven becario de la Fundéu que me acompaña, «hay compañeros míos de Filología que tendrían un orgasmo con esto». A continuación uno penetra en el corazón del monasterio y en la biblioteca puede toparse con unos 10.000 volúmenes y 26 incunables en pergamino que durante siglos han sido guardados como un tesoro, como el auténtico alma de nuestra civilización.

No puede haber mejor lugar para celebrar un congreso en torno al español de los jóvenes como el que ha organizado la semana pasada la Fundéu BBVA con el apoyo de la RAE y la presencia, entre otras autoridades, de la Princesa de Asturias. El origen balbuceante de nuestro idioma y su actualidad tecnologizante se han dado allí la mano. Las glosas de un monje que escribía como podía en una lengua romance que no contaba con tradición escrita y los adeptos del SMS que parecen desconocerla. El lenguaje (y la cultura) de los jóvenes es un tema que nos toca a todos -porque todos hemos sido jóvenes alguna vez- y que suscita siempre una intensa polémica. Como en casi todos los debates, la tendencia al bipolarismo y al bipartidismo es casi inevitable. Ya lo decía Pasolini con respecto a la crítica literaria: al final todo se reduce, en el fondo, a un sí o a un no.

Uno puede analizar hasta la saciedad, pero al cabo tendrá que colocarse en uno de los bandos y optar, en nuestro caso, por un «esto es catastrófico» o un «no es tan catastrófico». No obstante, me gustaría, antes de ello, detenerme en algunas de las reflexiones que he ido escuchando a lo largo de estos días.

Vayamos por partes. ¿Es catastrófico o no lo es el contexto cultural de los jóvenes en este arranque del siglo XXI? En mi opinión, la respuesta es claramente no. Es muy posible que una cierta concepción de la cultura como objeto eminentemente letrado esté entrando en decadencia y que la literatura sea una de las principales víctimas del estado de la cuestión. Sin embargo, si nos quitamos las anteojeras literarias, fuerza es constatar que vivimos un momento de eclosión informativa y cultural con muy pocos precedentes en la historia de la humanidad y que la incuestionable creatividad que uno puede encontrarse en la Red, por citar el principal ámbito de comunicación de nuestro mundo, no puede sino imponernos respeto. Me resulta imposible, con todo lo que está ocurriendo, decir que estamos pasando por una travesía del desierto. No nos hallamos de ninguna manera en un momento de hundimiento cultural como pudo ser la primera Edad Media después del esplendor grecolatino, y creo que esto es sencillamente irrebatible.

¿Ha sido tan perjudicial la irrupción de las nuevas tecnologías para el desarrollo cultural de la juventud? De lo dicho anteriormente se deduce que pienso que tampoco. Yo considero que todos los medios tienen su parte positiva y negativa y que, ni siquiera desde un punto de vista idiomático, puede decirse que la irrupción de las nuevas tecnologías haya sido totalmente nociva. Es cierto que las nuevas alternativas de ocio han reducido las horas de lectura y han mermado el prestigio y la presencia social de la literatura. Es cierto también que los SMS no están favoreciendo la fijación de la ortografía (aunque, dicho esto, tampoco me parece a mí que la taquigrafía impidiese nunca a ninguna secretaria escribir correctamente cuando quiso). Sin embargo tendemos a soslayar los aspectos positivos que estos nuevos medios han podido tener en lo que a escritura respecta. ¿O no han resucitado los correos electrónicos, los famosos e-mails, un género, el epistolar, que estaba prácticamente muerto antes de que internet irrumpiera en nuestras vidas?, ¿no estamos todos enviando mensajes como posesos al mundo entero?

Y en cuanto al lenguaje juvenil, ¿es mucho más pobre que en otras épocas? Mi opinión es que, en términos generales, tampoco puede decirse que lo sea. Que es pobre, es una evidencia. Pero es que el lenguaje juvenil, por definición, siempre ha sido pobre; o por lo menos -quitando esos chispazos de genialidad ocurrente que pueden tener los jóvenes y la increíble riqueza léxica de sus jergas para temas muy concretos- más pobre e impreciso que el lenguaje adulto de la misma manera que el lenguaje infantil es más rudimentario que el lenguaje juvenil.

Los diferentes lenguajes biológicos son como sucesivas capas de cebolla que se van superponiendo a medida que uno se desarrolla y se va incrementando y enriqueciendo el vocabulario con cada nueva experiencia, se van corrigiendo errores, descartando ideas y expresiones incorrectas e incorporando otras más acertadas o más pulidas. El lenguaje juvenil no obstante no desaparece sino que queda ahí, cubierto por las capas posteriores, y a menudo reaparecen, cuando nos encontramos con compañeros de juventud, todos esos «¡qué tal estás, macho!», los «tronco» (hablo de modismos de mi juventud, pero cada época tiene los suyos). Es cierto que hay expresiones que trascienden ese ámbito y que, a fuerza de utilizarse, se filtran en el lenguaje general y pueden llegar a convertirse en coloquialismos que se registren en el diccionario y que se empleen en adelante de una manera universal, pero la mayoría de estos modismos viven y mueren con la generación que los inventó.

Es un registro que, por lo general, uno abandona porque lo considera superado. El problema que tenemos ahora, sin embargo, no reside en la pobreza relativa de este registro, puesto que esa pobreza -ya digo que salvando la proliferación sinonímica argótica y los hallazgos geniales, que los hay, y la enorme plasticidad que pueden tener muchas expresiones juveniles, algo que las convierte en un recurso lingüístico de primera magnitud para un novelista, por ejemplo- es algo consustancial al habla juvenil de todas las épocas. El problema reside en que vivimos una circunstancia inédita en la cual el ser joven es un valor en sí, no una situación transitoria, y en la que por primera vez en la historia todos, hombres y mujeres, quieren ser lo más jovenes posible, tanto en lo físico, como en lo vestimentario, como en lo idiomático.

Vivimos un momento en el cual el idioma juvenil, en vez de ser una capa de cebolla, ha pasado a convertirse en referente y pretende imponerse sobre las capas de cebollas superiores y en el que, en vez de irse domesticando e irse mimetizando progresivamente, con sus matices históricos propios, con el lenguaje más cultivado del adulto, ocurre lo contrario, y es el lenguaje del adulto el que empieza a procurar mimetizarse con lo juvenil. Es esa inversión de valores la que puede resultar perniciosa, pero no el lenguaje joven en sí, no el que los jóvenes desarrollen sus idiomatismos y sus jergas y sus sistemas de abreviaturas cuasi-taquigráficas, porque eso es lo que es el SMS, nada más. ¿O acaso no hemos utilizado siempre los estudiantes todo tipo de abreviaturas mientras tomábamos nota en la universidad?

En definitiva, el lenguaje que utilicen los jóvenes para comunicarse entre ellos es un registro más que deben saber manejar y que no tiene mayores problemas salvo cuando uno empieza a utilizar el código SMS en un examen escrito. Pero eso es una mera cuestión de aprendizaje social: todos hemos entendido tarde o temprano que a los profesores no se les saluda con un golpecito en la espalda y un «¡qué pasa, colega!» Y, si no, suspenso al canto. Y con esto hemos llegado irremediablemente al meollo de la cuestión, que es la educación o, mejor dicho, el sistema educativo. Y qué sucede con todo eso, sí, me preguntará el lector que estará esperando que pase por este tema peliagudo. ¿Qué me dice del informe PISA? ¿Va a resultar que ahora es mejor?

Pues con la educación, respondo yo, la verdad es que también estoy tentado de matizar ciertas cosas. Que en relación con algunos países vecinos la nuestra sea peor, es algo que parece estar fuera de duda. Pero todavía tendría que comprobar que la educación de nuestros mayores lo fuera mucho menos con respecto a esos mismos países. Vamos a aceptar, aun así, que sí que haya bajado especialmente, cosa que parece, como digo, probada. No obstante, siendo esto un problema muy grave, no es algo que podamos achacarle a los jóvenes, sino que siempre será algo de los que somos responsables nosotros. A los jóvenes se les puede culpar de muchas cosas pero no de que estén recibiendo una mala educación, pues eso es responsabilidad directa de los adultos.

Eduquémonos, por lo tanto, mejor nosotros y hagamos lo posible por mejorar la educación de las futuras generaciones, pues el potencial intelectual que tienen nunca ha mermado, y si en ese proceso hay que poner mayor énfasis en los nuevos contextos audiovisuales e hipermediales y menos en la literatura, pues que así sea. Ya casi nadie pasa por el teatro y no nos hemos echado las manos a la cabeza. Y una buena película siempre será tan buena como una buena obra de teatro igual que una buena página web siempre será tan enriquecedora como una buena página de un libro de texto. O por lo menos eso me parece a mí. Por mucho que me duela.

José Ángel Mañas, escritor. Su última novela es El secreto del oráculo.