La generación más estúpida

Como suizo, por mucho que uno esté en el meollo de Bruselas nunca deja de ser un atónito convidado de piedra. Como tal testigo ajeno a los hechos, uno puede decir que la confianza en sí misma de la capital oficiosa de Europa, reavivada tras la elección del proeuropeo Emmanuel Macron como presidente de Francia, ha vuelto a disiparse rápidamente. El estado de ánimo se corresponde con los grises días de noviembre. Bruselas siempre ha sido un símbolo del lugar en construcción permanente que es Europa. En Suiza, las turbulencias de la UE pueden contemplarse con una mezcla de inquietud y alegría por el mal ajeno. Este último sentimiento es muy miope. Si a la UE le va mal, tampoco nos irá mejor a los suizos, dada la estrecha interrelación.

De momento, algunos parecen ocupados en tareas de demolición en este lugar en construcción permanente. Sería el caso de los Gobiernos nacionalistas de derechas de Hungría y Polonia, que en el escenario secundario oriental se ocupan con afán del desmantelamiento del Estado de derecho y la separación de poderes. También es increíble la energía que consumen los trabajos de demolición británicos. El Brexit se revela como la organización del daño autoinfligido por parte de los británicos, cuyos negociadores ofrecen un lastimoso espectáculo en el escenario bruselense.

Incluso en Suiza se han ido haciendo menos ruidosas las voces que aplaudían el Brexit. Ahora que los ingleses se van al aislamiento que han elegido, el sueño de la antigua grandeza y la soberanía indivisa se convierte en una pesadilla. En cualquier caso, el primer efecto del Brexit ha sido el de reforzar la unidad de los socios europeos. Pero no es un espectáculo agradable ver cómo los británicos se van hundiendo cada vez más en su marasmo.

También el destituido presidente de Cataluña, Carles Puigdemont, ha elegido Bruselas como escenario, según es bien sabido. Para el jefe de los separatistas, España es a Cataluña lo que la UE al Reino Unido. Una especie de cárcel de pueblos de la que hay que zafarse, aun al precio de violar la Constitución y carecer de legitimidad democrática. Como pasó con los defensores del Brexit, Puigdemont ha provocado una ruptura sin hoja de ruta, ha envenenado la cultura política interna y ha dividido el país. Ahora califica a España de “dictadura”. ¿De verdad sabe este hombre de lo que habla? Son tiempos de insensatez estos en los que el ciego nacionalismo vive una peligrosa reedición.

Y lo que nos faltaba: los esfuerzos de Angela Merkel por construir un Gobierno en Berlín han sorprendido a los europeos de oficio en Bruselas con el pie cambiado. La canciller alemana, el verdadero centro de poder del club, podría fallar durante algún tiempo. No en última instancia, debido a que su único socio de coalición posible no tiene de momento ganas de gobernar. Compromiso es una palabra que se usa ahora como un insulto; algo negativo para la UE, edificada sobre la búsqueda del consenso.

Quien polariza y construye imágenes del enemigo puede estar seguro de cosechar aplausos. También en la burbuja de Bruselas se leen tuits que dan miedo. La Ilustración es cosa del pasado, el ruido y la garrulería están de moda. Autodesignados patriotas cargan, según les dé, contra la UE o contra el propio país, que espera ser redimido. No solo Cataluña o Reino Unido tienen sus propios chauvinistas del bienestar. Incluso en Suiza, a los nacionalistas les gusta advertir del peligro de la dictadura bruselense y reprochan al Gobierno buscar secretamente la “anexión” por el Moloch de la UE.

Y esto cuando todos los europeos han nacido en una paz, un bienestar y una seguridad que no han conocido ninguna de las generaciones anteriores a la nuestra. Europa es el lugar al que se dirigen los anhelos de los refugiados, migrantes y estudiantes del mundo. Sigue siendo un lugar con diferencias sociales relativamente menores y una elevada calidad de vida.

Nosotros mismos impulsamos nuestro desmantelamiento, nos empequeñecemos. Los autócratas pueden estar contentos cuando los europeos se desintegran ellos solos. Trátese del Brexit, de las elecciones en Francia o del conflicto de Cataluña, en todas partes, los trols de Vladímir Putin ponen manos a la obra para impulsar la fragmentación y el debilitamiento de Europa. Las empresas estatales chinas salen de compras y extienden discretamente su influencia. Quizá pasemos a la historia como la generación más estúpida de todos los tiempos.

Stephan Israel es corresponsal en Bruselas del Tages-Anzeiger (Zúrich). Traducción de Jesús Alborés Rey.

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