La gente honrada y el poder

¿Tendrá salida la situación que estamos viviendo? La crisis de la corrupción nos ha descubierto un sistema culturalmente anclado en la picaresca medieval de los buscavidas y lastrado por un pésimo nivel educativo y el poco respeto por normas y leyes, regulen las drogas, el código de circulación o los derechos de propiedad artística.

¿Está en el mundo político la raíz de nuestros males o habrá que revisar los comportamientos de toda una sociedad que admira al listo y recela del trabajador, que impone gustos deleznables en las televisiones y cuyas gentes se inhiben ante cualquier responsabilidad cívica, incluso en las juntas escolares o de vecinos?

Hace más de doscientos años uno de los padres de la democracia norteamericana vino a decir que la honradez es más valiosa que un juramento. Juramentos, promesas, protestas y hasta querellas; de nada falta en el escándalo nacional, salvo que la honradez vuelva a tener curso legal en nuestro país.

Hoy es el partido en el Gobierno el centro de todas las miradas; también de indignación. Claro que todo lo relacionado con la corrupción es viscoso; difícilmente se llega a saber hasta dónde pueda alcanzar. Pero las gentes honradas han colmado su paciencia y el problema no tiene otro tratamiento que el de la cirugía, y a corazón abierto —¿harakiri?—. Los buenos propósitos del caiga quien caiga nacen caducados, y las auditorías externas disponen de plazos muy cortos.

De entrada, entreguen los populares en la Fiscalía los papeles que el sinvergüenza que tuvieron de tesorero dice guardar en la sede del partido. Y designen ya a un hombre limpio para desentrañar cuánto hay de verdad o de extorsión en este último episodio nacional. No hace falta buscar tanto como Diógenes; en Madrid ya lo encontraron. Los empresarios catalanes —que también son poder— denuncien cada comisión pagada a convergentes, unionistas y a los socios del tripartito anterior; y sus partidos echen todo el lastre por la borda, por honorable que suene algún apellido. Los socialistas abran de una vez Andalucía a la verdad para que puedan ser blanqueados los burgos podridos con miles de millones malversados. Los comunistas no miren para otro lado… Y así todos, hasta que la gente honrada vea que el que la hace termina pagándola.

La gente íntegra comprende muchas cosas, incluso sabe disculpar, pero se rebela ante quienes dilapidan el deber de ejemplaridad por el ansia de gastar lo que no tienen. Y la indignación se torna justiciera cuando se sufren los costes de la crisis y más de un millón de familias malviven fuera del mundo laboral.

La sociedad ha venido mostrando una impavidez enfermiza; hasta ahora pocas cosas parecían sorprender al común, que ha terminado descontando las invectivas entre partidos al sentir embarcados a todos en la misma nave. Esta pasividad ha podido ser letal para el sistema, cuya capacidad de regeneración queda así en manos marginales. Pero lo irrespirable de la situación ha hecho estallar la rabia contenida, despertando en la gente honrada su instinto de conservación.

Los instrumentos con que el Estado cuenta para su progreso y defensa, desde la investigación policial hasta la administración de justicia, poco podrán si los partidos no comienzan por sacar a la vergüenza sus propias miserias.

No hay formación política con cierto poder decisorio limpia de la metástasis hecha por esta lacra social. Se dice que no es de hoy la delincuencia de manga ancha y escasa conciencia, y que si hoy se hace evidente es gracias a la luz y taquígrafos que la democracia aporta. Bien, pero si surge por doquier es porque está más extendida que nunca lo estuvo, y eso remite al propio ser de nuestra sociedad; no tanto a su forma política como a sus cimientos éticos y culturales.

La Ley es la gran aportación de la democracia nacida en la Atenas cuatro siglos antes de nuestra era; el imperio de la Ley sobre los ciudadanos libres e iguales ante ella. Pocos siglos después, en la Roma imperial, un cordobés añadió que la honestidad puede prohibir lo que las leyes no prohíben. Séneca indicó el camino de la solución, si se quiere duradera.

Pretender resolver el problema judicializándolo no acaba con el problema. La Ley puede ser una última línea de resistencia, pero la primera está en principios anteriores como la justicia, la honradez y el respeto a las personas; en valores cívicos como la igualdad ante la Ley, la tolerancia y la capacidad de diálogo. Esos son los pilares que mantienen en pie una sociedad de hombres libres, una democracia.

Para atenderlos la gente honrada confió su cuidado a los políticos, pero aquel caudal de confianza se ha perdido en mil charcas indecentes. A quienes tienen poder — político, económico, cultural— corresponde restituirlo; reponer con su ejemplo la ética del deber para, más que hacer cosas, hacerlas como deben ser hechas.

No es el Popular el único partido afectado, pero el hecho de gobernar el país carga sobre él mayor responsabilidad. Y también cierta capacidad para liderar la limpieza del sistema. Juraméntense todos para comenzar cada cual por limpiar su propia casa y también el patio nacional. Los golfos están a uno y otro lado de la mesa. ¿Quién inició este pandemonio, el corruptor o el corrompido; el conseguidor que tienta, el empresario que compra pagando o el funcionario que se vende cobrando?

El político corrompido ha necesitado un corruptor, que como el tango la corrupción se baila entre dos. Esta vieja rémora parasitaria del poder lo exprime en momentos de decadencia y debilita las defensas de la sociedad. Creció en tiempos de tolerancia, cuando entre los agentes políticos cuajó la complicidad para repartirse comisiones por obras o proyectos no realizados, adquisiciones de material, aperturas de horizontes comerciales y otros renglones de gasto de los presupuestos locales, autonómicos y nacionales.

Quienes piensan que el dinero todo lo puede, por dinero son capaces de hacer cualquier cosa. Y asomaron por el puerto de Arrebatacapas los pícaros del dos para el partido y uno para mí; y los tontos, los defraudadores y los delincuentes de mayores vuelos; total, si el dinero público no es de nadie, que dijo una ministra de Cultura, qué importancia pueda tener cargar un discreto sobrecoste…

Todos los ámbitos de poder, públicos y privados, deben una satisfacción a los millones de gentes honradas que viven en este país. Depúrense y pongan a los sinvergüenzas en manos de la Justicia. Es la única vía de salida, ojalá el principio de una refundación ética sobre leyes nuevas, comenzando por la de educación y terminando por la electoral. Sólo así las gentes honradas podrán sentir aseguradas su libertad y la igualdad de todos los españoles ante la Ley. Y también el buen nombre de la nación.

Federico Ysart, miembro del Foro de la Sociedad Civil.

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