La geopolítica de la crisis crediticia

Un elemento importante, pero que ha sido poco tenido en cuenta y ha desaparecido del actual debate sobre la crisis crediticia mundial, es el de su impacto en la seguridad global. Porque las consecuencias de la actual crisis económica y financiera determinarán, inevitablemente, el curso de la estabilidad global de manera directa e indirecta -imprevisibles ambas-. Si la economía de Estados Unidos no sale adelante y arrastra al resto del mundo, las consecuencias para el orden internacional serán funestas.

La crisis de 1929 y la consiguiente depresión influyeron sin ninguna duda en una serie de acontecimientos que en los años 30 llevaron a la Segunda Guerra Mundial. En el mundo posterior al 11 de septiembre del 2001, con sus amenazas asimétricas a la seguridad y toda clase de problemas impredecibles, que surgen de la noche a la mañana, está bien claro que los enemigos de la estabilidad van a aprovechar esta oportunidad histórica para desencadenar estragos en todo el mundo.

Estados Unidos, con unos compromisos en Irak y Afganistán para los que no disponen de los recursos necesarios y en los que han asumido unas obligaciones excesivas, que se suman a su presencia militar en más de 50 países, está pugnando por sacar la cabeza fuera del agua. Unos Estados Unidos cada vez más desbordados y más enfrascados en sus problemas internos, y cada vez menos en el plano internacional, dejan un vacío peligroso en los asuntos globales, que corre el riesgo de ser ocupado por una caterva de fuerzas impredecibles e indeseables ansiosas por imponer unas prioridades políticas muy poco recomendables. Sólo un esfuerzo colectivo que implique a Wall Street, la banca y el comercio, el Congreso, el Gobierno -el actual, en ejercicio, y el siguiente-, los aliados de Estados Unidos y a todos aquellos actores con algún interés reconocido en la estabilidad global, puede impedir que un escenario de pesadilla se convierta en realidad.

Fuera de Estados Unidos, Europa es la que se ha visto más afectada por las turbulencias financieras, lo que supone un nuevo desafío a la unidad europea, recientemente puesta a prueba durante la crisis entre Rusia y Georgia. Con Francia al frente de la Presidencia rotativa de la Unión Europea (UE), Nicolas Sarkozy ha tomado una vez más la iniciativa. En agosto consiguió el alto el fuego entre Rusia y Georgia, y ahora se ha empeñado a fondo en obtener un consenso en el que participe toda Europa y en alcanzar un acuerdo entre tanta confusión. Su intento de crear un fondo financiero común de reserva para avalar los bancos europeos en dificultades ha sido rechazado por el Reino Unido y Alemania. Y todavía no se ha formado una opinión mayoritaria en torno a la convocatoria que ha hecho Sarkozy de una cumbre mundial para afrontar la crisis. Pero su llamamiento conciliador en pro de un «capitalismo civilizado» ha sido mejor recibido que las declaraciones del ministro alemán de Asuntos Exteriores, Steinmeyer, quien ha subrayado que la crisis marca el final del predominio económico de Estados Unidos en el mundo.

Como cabeza de los socialistas alemanes en las elecciones del 2009, Steinmeyer no va a dejar pasar cualquier mínima oportunidad de tener contentas a las bases de su partido, que disfrutan con la penosa situación del capitalismo angloamericano. Una observación similar del presidente de Rusia, Medvedev, sobre el fin de la supremacía económica estadounidense resulta extraña viniendo de un dirigente político cuya nación está al borde de su propio hundimiento económico. Quizás es que se encuentra todavía bajo los efectos de la aplastante victoria sobre el tigre de papel georgiano.

Los oligarcas rusos han espabilado mucho tras el comienzo de las hostilidades, puesto que los mercados rusos han experimentado la mayor fuga de capitales desde el desplome del rublo en 1998. Cuando los mercados norteamericanos empezaron a caer en picado a mediados de septiembre, los mercados rusos no tardaron en sufrir unas pérdidas tremendas. Medvedev ha tenido que echar mano de las cuantiosas reservas financieras de Rusia, acumuladas gracias al maná de la energía en los últimos años. La desproporción entre la percepción que los rusos tienen de la fortaleza de su mercado y su verdadera situación es considerable. Los rusos están experimentando una desagradable vuelta a la realidad después de años de rápido crecimiento.

En un plano diferente, la crisis puede proporcionar al primer ministro del Reino Unido, Gordon Brown, la oportunidad de resucitar su suerte política, en franco deterioro. Se ganó la admiración general en su desempeño como ministro de Economía y Hacienda y ha estado en la vanguardia de las reformas internacionales del sector bancario.

Por otra parte, los en otros tiempos exóticos mercados emergentes están recibiendo un serio correctivo. Con sus enormes reservas de efectivo, China pugna por limitar el impacto directo de las turbulencias financieras. Sin embargo, su economía, enfocada a la exportación, no va a escapar de una crisis a la que no se ve fin mientras Estados Unidos y Europa sigan siendo los consumidores principales de sus productos. Ni siquiera las políticas sólidas y fiscalmente responsables de estados como Brasil son inmunes a las turbulencias financieras. El formidable crecimiento de los últimos años corre el riesgo de diluirse rápidamente. No obstante, es posible que la autosuficiencia energética brasileña y su enorme riqueza agrícola amortigüen el impacto.

No puede decirse lo mismo de la mayor parte de Latinoamérica, que sigue siendo mucho más vulnerable, como también lo es Africa. Se está apagando el pequeño rayo de esperanza que pareció brillar sobre este continente en la pasada década. Una gran parte de sus habitantes no se dedica ya a luchar sin desmayo por una oportunidad económica porque todo su esfuerzo ha de dirigerse a buscar algo que comer.

El mercado estadounidense actual proporciona unas oportunidades enormes a los bien dotados fondos soberanos, sobrados de dinero en efectivo, de los estados del Golfo Pérsico, principalmente en el sector inmobiliario. No obstante, dado que las suyas son divisas ligadas al dólar norteamericano y que los precios de la energía han caído considerablemente en las últimas semanas, siguen siendo vulnerables. Todo intento de desvincularlas podría acarrear graves repercusiones políticas y diplomáticas

La incertidumbre generada por la crisis ha llevado a una fluctuación errática del precio del petróleo, lo que ha dejado expuestos a muchos estados petroleros. A pesar de los ingresos imprevistos de los últimos años, muchas de estas economías no han puesto en práctica las reformas estructurales necesarias para resistir con éxito las turbulencias del mercado a largo plazo. La palabrería antiestadounidense del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y sus intentos de estrechar relaciones con Rusia y China no sirven como sustitutos de la fortaleza de la divisa norteamericana, que sostiene su experimento de revolución bolivariana, ni de la proximidad de unas refinerías estadounidenses que funcionan sin fallos y que absorben eficazmente el petróleo pesado que produce Venezuela. Lo que unas distantes China y Rusia puedan proporcionar a Venezuela en el ámbito comercial no aguanta la comparación con lo que representa el mercado estadounidense.

Y toda la situación actual ha cogido a los candidatos a la Presidencia de EEUU embarcados en la recta final de la campaña. Da la impresión de que las injurias y los ataques personales van a decidir en último término el resultado de las elecciones. A mediados de septiembre, los dos aspirantes pasaron de repente a un segundo plano ante el rápido deterioro de la crisis crediticia global. Tanto McCain como Obama se convirtieron en espectadores pasivos de una tormenta generalizada, más allá de su comprensión o de su capacidad de influencia, muy en especial sobre los parlamentarios de sus propios partidos, que estaban más preocupados por su reelección que por el interés de la nación a largo plazo. La clase política se apostó claramente una vez más detrás de la curva y simplemente se embarcó en un interminable toma y daca de echarse mutuamente las culpas, sin ofrecer ninguna orientación concreta.

Con independencia de quien salga políticamente beneficiado de la confusión del mercado, el fracaso de la clase dirigente para asumir de manera inequívoca la iniciativa política recalca lo enorme e impredecible de la crisis actual. Contrariamente a la demagogia política populista imperante, la línea divisoria entre Wall Street y Main Street [la calle donde se concentran los bancos y los comercios] es mucho más ilusoria de lo que se nos había hecho creer. Son muchísimos los que en cualquier Main Street corren peligro ante el hundimiento de Wall Street. En un mundo económicamente interdependiente, el resto de la economía global va detrás, más pronto que tarde.

El importante retraso acumulado hasta que se alcanzó un acuerdo en la Cámara de Representantes estadounidense aumentó el riesgo de un cataclismo económico global. La necesidad imperiosa de la adopción inmediata de medidas legislativas pesó en la práctica mucho más que cualquier argumento teórico válido contra el plan de garantías bancarias por importe de 700.000 millones de dólares. La alternativa de no hacer nada o la de abordar cada caso ad hoc de forma gradual eran insuficientes. Lo imprevisible de la situación las hacía simplemente demasiado arriesgadas. Si los acontecimientos se desarrollan conforme a una dinámica completamente independiente, podrían llevar a un ciclo brutalmente incontrolable a la baja. No hay que descartar que las consecuencias y las turbulencias consiguientes resulten todavía más catastróficas, más allá de lo que razonablemente se pueda imaginar.

En último término, hay un amplio margen para repartir las culpas de la crisis crediticia. Debe ponerse coto de una vez a esta cultura empresarial de impunidad endémica, de excesos y de especulación temeraria. Muchos ciudadanos van a tener que aprender a vivir modestamente y de acuerdo con sus recursos. Ha llegado al límite el escaso rigor en la aplicación de las regulaciones vigentes. Hace mucho tiempo que se debería haber procedido a exigir una mayor transparencia y a aplicar las regulaciones vigentes. Sin embargo, debe adoptarse un planteamiento selectivo en la introducción de nuevas regulaciones. Es importante que se eviten una reacción instintiva en contra del status quo vigente y un giro desde la aplicación laxa de las regulaciones existentes a una regulación excesiva.

Desafortunadamente, la realidad es que, en tiempos de crisis, se toman por lo general decisiones impulsivas que con frecuencia duran más tiempo de lo que se había planeado en principio.

Marco Vicenzino, analista político y director del Global Strategy Project, con sede en Washington.