La gestión del colapso de Corea del Norte

En los últimos meses, Corea del Norte ha vuelto a mostrar una temeridad notable. Primero, el régimen amenazó con llevar a cabo más ensayos nucleares si las Naciones Unidas no retiran su recomendación de enjuiciar a los líderes del país por crímenes contra la humanidad en la Corte Penal Internacional. Además, funcionarios estadounidenses sostienen que el régimen organizó un ciberataque clandestino contra Sony Pictures supuestamente debido a sus objeciones sobre la película “The Interview”, una comedia basada en un intento de asesinato del líder de Corea del Norte, Kim Jong-un. Luego, en otro giro melodramático, durante su discurso de Año Nuevo, Kim ofreció reanudar las conversaciones con Corea del Sur.

Evidentemente, es necesario analizar las acciones del régimen de Kim. Sin embargo, eso no debe desviar la atención de los riesgos reales en la península de Corea: el precario control del poder que tiene Kim y los peligros que podrían surgir si su régimen se derrumbara. En efecto, ninguno de los actores estratégicos clave de la región – China, los Estados Unidos y Corea del Sur – parecen estar preparados en forma adecuada para esa situación.

Eso debe cambiar rápidamente. Lo más crucial es reconsiderar la vieja suposición de que los Estados Unidos deben encabezar la respuesta a lo que suceda en Corea del Norte.

La conducta de Corea del Norte refleja casi seguramente una creciente agitación entre la élite. Durante más de un año, el régimen ha estado llevando a cabo una purga de altos funcionarios, comenzando con Jang Song Taek, tío de Kim, en 2013. Las ejecuciones subsiguientes de los allegados a Jang y sus asesores, la repatriación de seguidores suyos de puestos en el extranjero y el intento de secuestro del hijo de uno de sus asistentes en Francia dan fe del nivel de alarma que impera en el círculo cercano a Kim. El ascenso de Kim Yo-jong, hermana de Kim, quien a sus 27 años carece de experiencia, a un cargo de alto nivel es otra muestra de la ansiedad progresiva.

La inestabilidad potencial no ha pasado inadvertida en China. En un artículo publicado a finales del año pasado en los medios oficiales, un destacado general retirado del Ejército Popular de Liberación dice que el régimen norcoreano está en fase terminal. La publicación del artículo es una señal clara de que los dirigentes chinos están debatiendo hasta qué punto pueden permitirse que la situación los arrastre en caso de que el régimen caiga.

En los Estados Unidos debe celebrarse una discusión similar. No hay duda de cuál sería la responsabilidad de los Estados Unidos si la caída del régimen de Kim condujera a la guerra. El acuerdo de seguridad entre ese país y Corea del Sur exige una respuesta militar. Lo que resulta menos claro es el papel de los Estados Unidos en caso de un colapso pacífico.

Los planes de emergencia estadounidenses son secretos, pero hay evidencias disponibles púbicamente que indican que las fuerzas y recursos de los Estados Unidos desempeñarían el papel principal. En 2013, un ex director adjunto principal de inteligencia nacional escribió que los intereses del país podrían exigir la utilización importante de fuerzas armadas. El año pasado la Rand Corporation estimó que se necesitarían hasta 270,000 efectivos nada más para asegurar las armas nucleares de Corea del Norte. A la luz de sus costosas intervenciones en Irak y Afganistán, los Estados Unidos deberían reflexionar detenidamente sobre sus planes y pensar en limitar su participación tanto como sea posible.

Sesenta años después de la Guerra de Corea, Corea del Sur tiene los recursos para asumir el liderazgo en caso de un colapso en Corea del Norte. Con una economía de un billón de dólares, tecnología de primera línea, un ejército de 500,000 efectivos y una sociedad activa y educada, el país tiene la capacidad de planear, facilitar el personal necesario y financiar el futuro después de un final pacífico del régimen de Kim.

No obstante, para hacerlo Corea del Sur necesitará invertir en sus capacidades para estabilizar a Corea del Norte y gestionar su transición. Los planes recientes para reducir el ejército surcoreano y una falta de debate público sobre el papel del país después de la caída de Kim indican que falta mucho trabajo por hacer.

Si Corea del Sur toma la iniciativa, los Estados Unidos podrán concentrarse en su principal prioridad: el arsenal nuclear de Corea del Norte. Ya sea que el régimen de Kim caiga de forma pacífica o violenta, su arsenal nuclear planteará un peligro inmediato y una amenaza de proliferación a futuro. Garantizar que esas armas no se utilicen, trasladen o exporten es una tarea que exigirá las capacidades de las fuerzas armadas estadounidenses.

La comunicación con China será esencial. Si hay un colapso en Corea del Norte, es muy probable que los chinos envíen tropas. Puesto que las fuerzas estadounidenses y surcoreanas estarían operando seguramente en el mismo territorio, será necesario evitar malas interpretaciones o errores que pudieran provocar enfrentamientos no intencionales. Las relaciones militares de China con sus contrapartes norcoreanas también podrían desempeñar un papel estabilizador, sobre todo si la caída de la dinastía Kim desencadena enfrentamientos internos.

Ante la inestabilidad en Corea del Norte, cada país debe definir su papel ahora. Los debates y los arreglos y políticas que se deriven de ellos deben basarse en una reflexión cuidadosa, no en los acontecimientos en Pyongyang.

Kent Harrington, a former senior CIA analyst, was National Intelligence Officer for East Asia and Chief of Station in Asia, and served as the CIA’s Director of Public Affairs.
Bennett Ramberg, a policy analyst in the US State Department’s Bureau of Politico-Military Affairs under President George H.W. Bush, is the author of Destruction of Nuclear Energy Facilities in War and Nuclear Power Plants as Weapons for the Enemy.
Traducción de Kena Nequiz.

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