La gestión humana del caos

El enorme impacto humano que provoca una catástrofe aérea sobrepasa con mucho el aspecto técnico y organizativo de la gestión de otras crisis: el 'shock' situacional que se crea se deriva de la gran concentración de víctimas y familiares en un solo escenario, por definición caótico, desestructurado y con mucho dolor concentrado. Si hacemos un recorrido por los actores implicados, tenemos que enviar anticipadamente un enorme y apretado abrazo a los familiares de las víctimas que murieron ayer en el terrible accidente de Barajas. A ellos y a los supervivientes van dirigidas estas reflexiones realizadas por un técnico que sólo pretende aliviar el dolor de las tragedias.

Las víctimas, sus familiares, los intervinientes, los curiosos, los políticos y los medios de comunicación forman en las catástrofes un conglomerado humano interactivo, cuya ordenación efectiva deberá contribuir de manera decisiva a la mejor resolución de estos dolorosos sucesos. Desde el punto de vista técnico, el accidente aéreo de ayer reúne las características propias de este tipo de desastres: se producen preferentemente en el despegue o el aterrizaje, existe un elevado número de víctimas mortales, las lesiones prevalentes son politraumatizados con quemaduras graves y se debe hacer frente a una última limitación operativa porque los accesos para los servicios de rescate y socorro son complicados.

Vamos a prescindir de los procedimientos operativos sobre el escenario, en el que está demostrado que la efectividad en la resolución es directamente proporcional a la capacidad de los servicios de emergencia de desplegar sobre el terreno estructuras de socorro, prestar asistencia inmediata y evacuar a los heridos entre el mayor número de centros sanitarios disponibles. La gestión de la atención a los heridos está ligada al socorro médico sobre el terreno, lo que requiere aplicar medidas terapéuticas sencillas y rápidas suministrando calmantes para el dolor, garantizando la capacidad para respirar, controlando las hemorragias con procedimientos simples y aplicando sueros de reposición. Junto a ello, la evacuación debe ser ágil, controlada y flexible, tratando de conseguir que la asistencia en los hospitales sea lo más personalizada posible, para lo que hemos de involucrar al mayor número de centros habilitados para recibir a las víctimas.
El tratamiento definitivo abarca los aspectos orgánicos y los psicológicos. Los primeros se benefician del esfuerzo los médicos y enfermeros, mientras que el tratamiento del 'shock' postraumático como secuela a medio y largo plazo exige una dedicación especializada. La gestión del dolor de los familiares es un proceso humano individual, no colectivo, que requiere en los primeros momentos del amparo logístico que se le proporcione la familia, del ambiente unifamiliar, de la soledad que deseen las víctimas, de los silencios, de la información veraz transmitida, de los medios para comunicarse con familiares y amigos, del acceso a las necesidades básicas, de respeto, mucho respeto. Y si lo desean, de apoyo psicológico también.

Los políticos interfieren habitualmente de manera negativa cuando intervienen directamente en la gestión de la crisis. Aun cuando su presencia es positiva mediáticamente, deben conocer cuál es el lugar que les corresponde (los gabinetes de crisis son un elemento operativo retrasado, que decide pero no manda). De otra manera, es fácil caer en la tentación de aplicar soluciones políticas a problemas técnicos, cuyas consecuencias carecen de la eficacia que precisan situaciones dramáticas como éstas. En cuanto a quienes intervienen sobre el terreno con cada vez mayor profesionalización, éstos se configuran como testigos excepcionales que entre el heroísmo y la preparación técnica tienen ante sí la enorme responsabilidad de su dedicación permanente. Suelen ser, de hecho, el instrumento del que Dios dispone para hacer su voluntad sobre los humanos en momentos difíciles.

Entre todos los actores que han participado en los últimos tiempos en los escenarios de crisis existe una figura singular que es la del espectador anónimo, sobrecargado de buena voluntad aunque ésta no siempre sea verdaderamente efectiva. Sin embargo, la suya es una energía real, espontánea, imprevisible, que los técnicos tenemos la obligación de utilizar en beneficio de la ordenación del caos. Y, por último, hay otro actor definitivo: los medios de comunicación que han de informar sobre las catástrofes. A sus profesionales cabría pedirles que se alejen de las víctimas, de la sangre, del dolor en directo, tratando de fomentar el respeto, renunciando a premiar la presencia del político en el escenario, asegurándose de que se investiga el suceso sin acritud y demandando las lecciones aprendidas por parte de todos para que la reacción ante posibles dramas futuros pueda ser más perfecta. El enorme impacto que ha provocado la catástrofe de Barajas debe ser sólo comparable al esfuerzo humano dirigido a aliviar respetuosamente el dolor de las víctimas y a la reflexión consciente y responsable del conjunto de los actores presentes en el escenario siniestrado.

Carlos Álvarez Leiva, presidente de la Sociedad Española de Medicina de Catástrofes.