Desde hace tiempo, se aprecia una vuelta de lo religioso, de lo religioso a la carta, sin afección a ninguna confesión, a ninguna iglesia, a ninguna secta, a ninguna institución. Recuerdo aquella sentencia escrita en los muros de una estación del metro de Nueva York firmada por Nietzsche: «Dios ha muerto». Y es verdad. Parece ser que estuvo escondido por algún tiempo pero, al menos aparentemente, ha vuelto con fuerza y disfruta de mejor salud que nunca. Aunque, probablemente, las religiones no puedan decir lo mismo.
La religión no ha vuelto, es Dios el que ha regresado. Y, por supuesto, está la vuelta de Jesús, que nunca dejó de estar ahí pero que, en estos momentos, es protagonista de innumerables ensayos, novelas, películas, documentales, tertulias... Es verdad que la intención de muchos de los autores es la de acabar con «el infame» (Juliano el Apóstata), pero, sin duda, todos colaboran a difundir su figura y en dar a conocer su persona. La espiritualidad se vive, a veces, lejos de toda iglesia y de toda institución. Muchos autores hablan de «religión a la carta» o de «nomadismo espiritual».
Hoy, contra toda evidencia, vivimos en una sociedad profundamente preocupada por lo espiritual y en busca permanente de espiritualidad. Podríamos decir de acuerdo al último estudio de la Fundación BBVA sobre Actitudes Sociales de los Españoles que éstos siguen siendo católicos, a pesar de la Iglesia católica, puesto que es la institución que más recelos despierta entre los ciudadanos, aun más que los políticos. Tal vez al ser humano le sea insoportable tener que vivir sin fines ni metas, y sin acciones que los resalten; tal vez le sea insoportable vivir sin sentido, con un sentimiento de absurdo generalizado y una carencia de valores directrices.
Hace mucho tiempo que los cristianos no habían tenido una ocasión como la actual para repetir aquello de Pablo en el Areópago: «Lo que, pues, sin conocer, veneráis, esto os anuncio yo» (Actos, 17, 23). El idólatra no se aleja de Dios, sino que se acerca a él de manera indebida; es la adoración o el culto tributado a entidades, objetos, imágenes, personas o elementos naturales que se consideran dotados de poder divino. El ídolo es un dios reducido a la medida del hombre.
La idolatría de la que habla la Biblia es más bien la ética; la del hombre que vive, aun confesándose creyente, como si Dios no existiera. La teología debe andar a la búsqueda del momento oportuno para transmitir su mensaje. Los teólogos están ahí para fabricar discursos que transmitan el mismo mensaje de siempre a hombres diferentes y a los mismos hombres en tiempos distintos.
El mes de agosto es el mes de los frutos consumados, de disfrutar de las cosechas colmadas. Ya no se celebra la fecundidad de la tierra ni se ruega por las cosechas, sino que se disfruta de los frutos recolectados. Cuando Perséfone vuelve de los infiernos, toda la tierra está llena de frutos y los animales tienen pasto, hierba y forraje en abundancia; todo sonríe, como su madre Deméter.
Los verdes, los ecologistas, seguramente sin darse cuenta, están revitalizando el culto a Gaya. Es la época de invocar a la Madre Tierra, la Madre Naturaleza, la Pachacamac. Pacha significa tierra, y el resto viene de un verbo que quiere decir cuidar, tomar a su cargo. Por lo tanto, se podría traducir «por aquel que toma el mundo a su cargo» (R. Karsten, La civilización ... inca).
En el mundo oriental, al inicio del mes de agosto se da un periodo de 12 días peligrosos -como los 12 días de Navidad para Occidente-, durante los cuales las personas evitan el contacto con el agua infectada de todo tipo de criaturas hostiles, y antaño se recomendaba evitar las encrucijadas de los caminos, para no encontrarse con seres peligrosos. Cada uno de estos 12 días prefigura uno de los meses del año. En el Mediterráneo oriental, los vientos de estas fechas anuncian los del resto del año, y la salud. El mundo clásico grecolatino celebraba el 13 de agosto la fiesta de Diana, diosa de los bosques.
El galopante proceso de secularización no es, en muchos casos, sino un proceso de transformación y sustitución. De buena parte de las fiestas modernas han desaparecido los curas, pero no así la figura del sacerdote, que encarna modernamente el político de turno. El hombre posmoderno busca el espíritu y la vida en la materia, una vez que ha matado al Dios trascendente. El hombre posmoderno, sin la intermediación de sacerdotes, honra directamente lo sagrado y lo sacro, que no habitará en un más allá trascendente, sino que se manifestará en los elementos, en los astros, en el rayo y en el trueno, en la zarza que arde y no es consumida por las llamas (E. Jünger, La emboscadura. «Los políticos son los nuevos oficiantes», dice la gente).
Tienen estos días lugar la fiesta del pimiento, del centollo, del pulpo, de los tomates, de las judías verdes, del repollo, de la empanada, del vino. Todas las fiestas de la abundancia han sido desplazadas hacia mediados de agosto, en torno a la fiesta de la Asunción. La práctica del senderismo y del montañismo es la búsqueda de un contacto casi místico con la madre naturaleza. El universo dejó de ser una máquina regida por leyes deterministas para transformarse en naturaleza viva.
El mes de agosto es el tiempo del regreso de muchos de los emigrantes a su tierra, momento de contacto con las raíces, con lo más sagrado para cada uno: el rincón de su nacimiento. Para disfrutar de los frutos de la tierra, vuelven a rendir culto y a disfrutar del lugar que los vio nacer, vuelven al seno materno original. La presencia masiva de emigrantes en santuarios durante el mes de agosto es una prueba más de la íntima unión en la mentalidad popular entre la tierra y su fruto más preciado: la Virgen. La vuelta masiva a los santuarios es como el regreso al seno materno.
En muchos lugares, la Virgen en procesión lleva un racimo de uvas en la mano o un ramo de flores. Es el tiempo en que los fieles católicos visitan por millares los lugares de peregrinación, como Lourdes o Fátima, en donde se producen con frecuencia curaciones milagrosas atribuidas a la Madre de Jesús. Un milagro de naturaleza distinta a las curaciones tiene lugar en una aldea de la región de Cefalonia (Grecia). Las serpientes que anidan en la colina acuden al santuario de la Virgen y se enroscan en los fieles sin que jamás hayan mordido a ninguno de ellos. Este episodio recuerda pasajes de la historia minoense de la diosa de las serpientes. Los ritos que acompañan estas fechas no hacen más que perpetuar el mito del eterno retorno.
Hoy, 15 de agosto, se celebra la Asunción (del latín assumptio: acogida, o de ad sumo: tomo para mi, acojo); es decir: el nacimiento de la Virgen a la vida celestial, y, por eso, en los primeros tiempos del cristianismo, la Asunción se llamó el Natalicio de Nuestra Señora. El 15 de agosto está entre San Jorge, 23 de abril -primavera-, y San Miguel, 29 de septiembre -otoño-, los dos iniciadores de la agricultura; las dos puertas del año.
El fruto más preciado, concebido sin pecado original, no podía volver a las entrañas de la tierra. «La mujer que por la fe concibió en su cuerpo la salvación suya y de todos nosotros la ha recibido totalmente... María está ahora con toda su realidad donde se halla la redención perfecta; está en el ámbito de existencia que empezó a ser en la resurrección de Cristo» (K. Rahner, Escritos de Teología, I).
Manuel Mandianes es antropólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.