La gran contienda

El estallido de la revolución democrática en el mundo árabe, a partir del 17 de diciembre del 2010 (fecha de la inmolación del tunecino Mohamed Bouazizi), provocó la estupefacción planetaria. Nadie podía apostar que el mundo árabe llevaba, en sus profundidades culturales y sociológicas, aspiraciones democráticas y modernizadoras. Prevalecía la visión de un mundo dividido entre una mayoría refugiada en la religión, a veces el fanatismo, el resentimiento en contra de Occidente, y una minoría de fuerzas democráticas, seculares y modernizadoras. Ahora bien, lo que surgió de esta «noche oscura» de la conciencia, fue todo lo contrario: una demanda tremenda, profunda, extraordinariamente moderna de libertad, de democracia y de dignidad.

Hemos asistido desde Occidente a dos reacciones contradictorias: primero, apoyo a Ben Alí en Túnez hasta el último momento por parte de Europa, mientras que EEUU lo criticaba y pedía incluso su cese; luego, cuando venció el pueblo tunecino, Europa se quedó muda, observando cómo el fuego se extendía por doquier en el mundo árabe, y asistiendo, siempre consternada, a la disgregación del poder dictatorial de Hosni Mubarak en Egipto y a la explosión en Yemen, Libia, Baréin y Siria. Estados Unidos se puso del lado de los militares egipcios, los cuales recuperaron la rebeldía popular expulsando del poder a Mubarak. Francia y el Reino Unido, para hacer olvidar su compromiso con Muamar Gadafi, apoyaron a los rebeldes libios e incluso organizaron la intervención armada, ayudando a los sublevados de Bengasi. En Oriente Próximo, la respuesta de Occidente consistió en fortalecer el régimen saudí, dejando a la monarquía wahabí de los Saud intervenir militarmente tanto en Baréin como en el norte de Yemen para yugular las revueltas. El orden ultraconservador reina ahora en Baréin. En Yemen, la situación es aún incierta, pero todo parece confirmar un acuerdo entre EEUU y Arabia Saudí para detener las reivindicaciones democráticas. Y la represión es devastadora en Siria, donde miles de ciudadanos han sido asesinados y otras decenas de miles encarcelados, torturados, desaparecidos. La comunidad internacional permanece, sin embargo, silenciosa. Pero, dentro de todos estos países, sigue la revolución democrática pese a la represión. Y en los países donde venció la revolución, se abre ahora una segunda y mucho más profunda batalla entre las fuerzas religiosas y las democráticas.

La revolución fue secular; los islamistas estuvieron ausentes. Ellos mismos fueron sorprendidos por el estallido democrático. No se imaginaban que la aspiración a la democracia secular fuera tan profunda dentro de la población, en la conciencia de los jóvenes, en las reivindicaciones de los asalariados. No pudieron creer que las armas de los manifestantes fueron, no los versículos del Corán, sino palabras en adelante mundializadas: libertad, igualdad, dignidad humana. Ahora quieren tomarse la revancha.

Ha comenzado una segunda fase de la revolución en la que los islamistas se están aprovechando, en Túnez y Egipto, de la transición democrática para intentar hacer prevalecer su ideología. Las manifestaciones organizadas en Egipto por los Hermanos Musulmanes tienen como objetivo, no solo seguir oponiéndose a los militares, sino también marginar a los demócratas, dar un giro confesional a la revolución democrática secular.

En Túnez, el partido islamista Ennahda pretende tener el papel principal en las elecciones para la Asamblea Constituyente. En la contienda electoral, su lema es: ¡No votéis en contra de Dios! Estallan enfrentamientos muy duros en varias ciudades; grupos islamistas fascistoides organizan el terror en barrios populares de Túnez, insultando a las mujeres no veladas y atacando los lugares de culto no musulmanes (iglesias y sinagogas). El partido islamista condena estos actos, pero toda su estrategia de enfrentamiento con los modernizadores laicos fortalece el fanatismo de los grupos marginales.

En realidad, los partidos islamistas buscan someter primero a la sociedad civil y luego capturar el poder político. Para ellos, parece que la democracia es solo una etapa transitoria hacia la sociedad religiosa que quieren instaurar. Esta visión es hoy en día el principal peligro que amenaza la revolución. En los próximos meses, tendremos batallas duras entre ellos y las fuerzas seculares, batallas inevitables que pueden desembocar o bien en la regresión confesional o bien, de una vez, en la separación de la religión del Estado, devolviendo a los ciudadanos, religiosos o laicos, su libertad de elección.

Por Sami Naïr, politólogo y ensayista.

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