La gran deuda que tiene Alemania con Europa

El pensamiento alemán en relación con la integración de la eurozona se basa en dos consignas: que las responsabilidades deben ir juntas con la capacidad de control (el riesgo compartido implica jurisdicción compartida); y que antes de empezar a compartir riesgos entre los países que usan el euro hay que resolver todos los riesgos ya creados. Desde 2010, el debate sobre cómo fortalecer el euro giró en torno de esas ideas, que son en gran medida responsables del escaso avance hacia la creación de una unión bancaria europea. Alemania (dicen sus gobernantes) está lista para embarcarse en un futuro común, pero sólo si Europa empieza desde cero.

A primera vista, parece una propuesta bastante razonable. Pero para comprender todo lo que lleva implícito, probemos a aplicar la misma lógica a otro tema: seguridad y defensa.

¿Qué pasaría si Francia aplicara a los compromisos de defensa compartidos la misma idea que tiene Alemania en relación con la integración de la eurozona? ¿Si los franceses insistieran, como condición absoluta para ampliar la cooperación en seguridad, en que Alemania no sólo debe aumentar de inmediato su presupuesto actual de defensa, sino también ponerse al día con todo lo que no gastó en ese tema en las últimas décadas?

Hubo tiempos en que Alemania no se colgaba del gasto de defensa ajeno. Alemania Occidental fue un actor confiable del sistema de reparto de costos de la OTAN durante la Guerra Fría, y en los ochenta la Bundeswehr era una fuerza bien preparada. Para bien o mal, seguía la tradición que han mantenido los ejércitos alemanes desde tiempos del Káiser. Había conscripción obligatoria, y el gasto de defensa ascendía a un 3% del PIB.

Entonces, en 1989 cayó el Muro de Berlín, y Alemania aprovechó con creces la posibilidad de reducir el gasto en defensa; en los tratados de reunificación alemana, se incluyó la reducción de las fuerzas armadas y la renuncia a las armas de destrucción masiva. Pero la desmilitarización también fue reflejo de transformaciones sociales. Algo había cambiado en la cultura política de la República Federal.

Cada vez más jóvenes preferían hacer el servicio civil en vez del militar. En 2011 se suspendió la conscripción; una decisión que, en la práctica, tal vez tendría que haberse tomado antes: hoy, los mejores ejércitos son los profesionales, no los de conscripción. Pero tras el final del modelo de la Guerra Fría, no surgió en Alemania una imagen clara del nuevo lugar de la Bundeswehr, y a la par del gasto, se derrumbaron la moral y la capacidad operativa.

En las reuniones de la OTAN, Alemania siempre se comprometía a gastar el 2% de su PIB en defensa, pero jamás cumplió. El gasto se hundió hasta un 1% del PIB, destinado en su mayoría a salarios y pensiones. Los últimos datos de la OTAN muestran que el gasto militar de Alemania en equipamiento e investigación y desarrollo sólo llegó al 0,17% del PIB en 2017, contra un 0,42% en Francia y 0,47% en el Reino Unido.

La escasa inversión militar de Alemania creó un enorme abismo entre su capacidad de defensa y la del resto de Europa. Sólo una fracción de las armas y de los vehículos militares de Alemania está en condiciones operativas. En la frontera oriental de Europa, sólo están utilizables nueve de los 44 tanques prometidos para la unidad de la Bundeswehr que el año entrante debe asumir el comando de la fuerza de reacción rápida de cinco mil soldados de la OTAN en el Báltico. La unidad también carece de otros equipos esenciales para la misión, por ejemplo tiendas, ropa de invierno, equipos de visión nocturna y elementos de protección corporal.

Para la izquierda alemana, contraria al uso del poder duro, no hay nada que lamentar en esta falta de recursos. Pero el vaciamiento de la Bundeswehr también deja a Alemania sin capacidad para ejercer el poder blando. En 2014, el equipo humanitario alemán que debía llevar asistencia a Liberia durante la crisis del ébola quedó varado en las Islas Canarias. Los grandes barcos de suministro de la armada alemana (los más útiles para operaciones de rescate de refugiados en el Mediterráneo) estarán desafectados 18 meses por falta de piezas de repuesto.

Si las armas de la Bundeswehr no funcionan, si sus fragatas están en dique seco, si su capacidad logística es cero, ¿de qué otros compromisos se estarán haciendo cargo los contribuyentes franceses? Al acordar, año tras año, la mutualización de los costos de defensa, ¿qué clase de incentivos está dando Francia a la implementación de reformas en Alemania?

Un sencillo análisis de gastos mostraría a los franceses que desde 1990 han dedicado a defensa, en forma acumulada, un 30% del PIB más que Alemania. Y si nos centramos en la capacidad de disuasión nuclear francesa, que tal vez sea lo que más interesa a los alemanes, el costo total a lo largo del mismo período equivale aproximadamente a entre 4,5 y 5 % del PIB de Francia.

Así que la deuda acumulada es considerable, y es probable que aumente, dado el arraigado posmilitarismo alemán. ¿Cómo debería el presidente francés Emmanuel Macron tomar el presupuesto alemán anunciado este mes, que muestra apenas un incremento marginal del gasto en defensa, insuficiente para cumplir la meta de la OTAN, y ni hablar de saldar el déficit pasado?

Si acaso el nuevo gobierno de “gran coalición” de la canciller alemana Angela Merkel no parece un socio confiable en temas de seguridad, ¿debería Francia entonces esperar a que Alemania se ponga al día con la deuda de defensa antes de hablar de inversiones y mutualización de costos militares en Europa?

Europa tiene necesidad urgente de formular una estrategia de defensa para el siglo XXI, no sólo porque Estados Unidos bajo Donald Trump no es confiable, sino también porque hay emergencias humanitarias que lo demandan. Debe desarrollar una cultura compartida y crear una gobernanza democrática para la toma de decisiones sobre el despliegue de sus fuerzas de defensa. Eso implica profundos cambios culturales y políticos para todos. Habrá que debatir tanto la costumbre alemana de dejar que otros cubran los gastos como la propensión de Francia a las intervenciones poscoloniales en el extranjero.

Son cuestiones centrales para la creación de una Europa soberana, sostenida por instituciones y procesos de decisión democráticos que hagan posible el uso conjunto de la fuerza. Pero Europa no puede recomenzar desde una imaginaria tábula rasa. Debe comenzar desde el lugar al que la trajo la historia. La reciprocidad que Francia debe demandar por la cooperación en política de seguridad es que Alemania reconozca la misma realidad en relación con la política económica.

En esto también, el pasado debe aceptarse como un dato. Los puntos de partida son desiguales y las estructuras de incentivos son imperfectas. Pero aun así, Europa debe ponerse de acuerdo y avanzar unida, ya que si no, corre riesgo de desintegrarse.

Adam Tooze, Professor of History at Columbia University, is the author of The Deluge: The Great War, America and the Remaking of the Global Order, 1916-1931. His study of the 2008 financial crisis, Crashed: How a Decade of Financial Crises Changed the World, will be published by Penguin Random House in August 2018.Shahin Vallée, a former economic advisor to the French Minister of Economy, is a senior economist at Soros Fund Management. Traducción: Esteban Flamini.

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